Igrim Lucía Castillo Moreno - Revista Mujeres.- Arminda proviene de una numerosa familia compuesta por 10 hermanos. Cuando era apenas una pequeña, desafió a su padre para superarse y hoy es la única jefa de turno integral de un central azucarero en Cuba.


«Mi mamá no quería que me sucediera lo mismo que a ella. Recogió mis cosas un día y me llevó a coger la guagua. Cuando regresé del pase, mi papá me dijo: Fíjate, vas a estudiar hasta que yo quiera y procura que nadie me llame ni me dé quejas. De mis hermanas y hermanos, fui la única que me atreví a contradecirlo, aunque él insistía en que no tenía motivos para aprender y superarme. Lavar, planchar y cocinar, según él esas eran mis únicas tareas, además de casarme y tener hijos».

Para llegar a la jefatura de la brigada tres del villaclareño central azucarero Ciro Redondo García en 2004, no solo derribó obstáculos y prejuicios familiares, sino que escaló en su profesión hasta convertirse en una jefa de turno exigente, pero a la vez muy identificada con el colectivo de trabajadores que dirige en la actualidad.

«Para muchas personas no soy santo de su devoción, pero tampoco quieren dejar de trabajar conmigo», reconoce sonriente. «No sé si es una virtud o me lo han enseñado los propios trabajadores y es lo importante de comunicarme con ellos y ellas, de transmitirles toda la información. Cada vez que los escucho hablando de algo que no es exactamente así, por muy apurada que esté, les explico. Somos como una gran familia, por eso trato de que prime la comprensión».

Según ella, siempre la atrajo el olor a la melaza, al jugo de la caña, a ese ambiente diferente que le impregnaba la etapa de zafra a su natal pueblito.

Limones Palmero, perteneciente al municipio de Majagua, en la geografía avileña.

«En aquellos tiempos, llegar a trabajar al central era un orgullo. De hecho, creo que la industria azucarera era lo más grande. Luego vino la época en que esta se deterioró, pero creo que hoy atraviesa un momento de recuperación».

Con 32 años de experiencia en el sector y entregada cada año de lleno a las contiendas del coloso avileño, Arminda bosqueja el camino recorrido.

«Estudié Química Azucarera, me trasladé para acá y empecé en reparaciones con vistas a obtener mayor conocimiento sobre el funcionamiento de la fábrica. Siempre me interesó aprender. Además, trabajé en el taller de enrollado, en la fundición, en la cristalización y la purificación. Junto a los mecánicos, monté las esteras.

«Cuando cumplía el servicio social, en mi primera zafra, me preguntaron si me atrevía a hacer una licencia de maternidad como jefa de turno en el laboratorio y accedí. Me pasaron cosas horribles, lloré, sentía que había entrado en un traje demasiado grande.

«El primer mes fue muy difícil, ya después no hubo problemas. En la siguiente molida cubrí otra licencia. En total, fueron tres. Después, me quedé fija como jefa de turno y del laboratorio y me mantuve allí por casi 24 años.

«En 2004, me propusieron la jefatura de turno integral, responsabilidad que nunca había asumido ninguna mujer. Cuando el administrador en ese entonces –Oscarito– me lo dijo, honestamente pensé que jugaba conmigo. ¿No te atreves?, me insinuó, y para mí fue suficiente.

«Hubo gente que me demostró confianza y también quienes pensaron que duraría solo unas semanas. Si comenzaba, yo sabía que como único no lo lograba era si me sacaban. Tuve un primer año bueno, los otros dos fueron un desastre. Hasta problemas gastrointestinales comencé a padecer, principalmente creo que debido a la ansiedad que tantas responsabilidades generaron en mí y eso que tengo un carácter fuerte. Pero, finalmente, demostré que el trabajo y las nuevas tareas no me quedaban grandes y hoy estoy aquí.

«Con el tiempo, fui ganando gente comprometida y talentosa hasta que en el 2011 me puse las botas e hice una tremenda zafra: la del Congreso. Valiosos trabajadores me acompañaron, muchos todavía permanecen conmigo», rememora.

Al hablar de la esencia de sus funciones, Arminda refiere la unión de las distintas brigadas. «Se comienza a trabajar a partir de las cuatro últimas horas en lo que dejó el turno anterior. Ahí se debe estabilizar el proceso: asegurar el colchón de caña, el de la molida, ajustar la temperatura de las aguas y la presión de los hornos, orientar que las calderas queden limpias, no dejar que el guarapo coja delante a la presión…», detalla con precisión. Asimismo, asegura que «es posible controlar esto porque se tienen a los jefes de brigada. Hay que exigirles que cada cual haga lo que le toca. Lo otro es lograr mucha unión. Un turno que no trabaje unido, no avanza.

«Mi vida es el trabajo, la Federación, el Partido y mi familia, mi hija lo es todo para mí. Desde los 14 años milito en la Federación de Mujeres Cubanas y llevo alrededor de 20 años en el Partido, durante los cuales he sido secretaria de núcleo. En 2011, estuve en la Conferencia del Partido. Cuando llegas allí, no necesitas nada más. ¡Es la experiencia más bonita! Decimos que lo más grande son los hijos, pero esto también lo es. Son cosas diferentes, pero igualmente grandes».

A sus 56 años, Arminda sigue sosteniendo, al finalizar las intensas jornadas, en las que camina un promedio de más de 20 kilómetros subiendo, bajando escaleras, visitando y supervisando las diferentes áreas, que la zafra continúa siendo su mayor alegría.

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