Norland Rosendo González - No pocos en el «Carlos Baliño» guiñaron un ojo, apretaron las mandíbulas o se acariciaron la barbilla cuando les presentaron a la directora. Era el 14 de noviembre de 2012. La ingeniera en Química Petra Hernández Fernández debió sentir un escalofrío por su menudo cuerpo, pero lo disimuló. «Podemos hacer una zafra eficiente. Hagámosla juntos». Y no dijo más.


Tiene ademanes suaves y sonrisa límpida. Noble, sencilla y laboriosa. Hay que apelar a ingeniosos ardides periodísticos para que hable de sí misma. Rehúye con fineza los elogios y es una excelente anfitriona: ella misma ayudó a servirnos el almuerzo.

Con botas bien lustradas, pantalón de mezclilla y casco naranja, anda y desanda las áreas del ingenio para estar al tanto de los pormenores. Saluda, conversa. Quien no esté cerca no la oye.

Se graduó en 1985 y entre 1990 y 2012 trabajó en el «Quintín Banderas», de Corralillo. Fue jefa de laboratorio y de fábrica. Ante los reiterados contratiempos e incumplimientos del «Carlos Baliño», le pidieron endulzar la amarga realidad del único central de Cuba que produce azúcar orgánica.

Aún no ha podido revisar las gavetas de su buró. No sabe siquiera qué hay en ellas. Todo el tiempo, desde las 6:00 a.m. hasta avanzada la noche, cuando regresa a su casa en el batey del «George Washington», a unos 20 kilómetros, lo dedica a facilitar los procesos, lograr que el colectivo funcione armónicamente y que cada cual se sienta útil.

«Pero, ¿qué cambió de un año a otro?», le pregunto. Ella piensa unos segundos. Se percata de mi provocación y responde con otra sonrisa, similar a la de una mujer de cuyo rostro existe una foto en su oficina. Curiosamente, Petra tiene un perfil físico parecido al de Celia Sánchez Manduley. «Nada ha cambiado, es la misma gente», me dice.

«Aquí los líderes son otros. Yo no. El Chino es uno. Ese sí hala, en su turno casi todo sale bien». Los rasgos asiáticos de José Sánchez Pérez están en su andar rápido y la urgencia con que busca alternativas para que la fábrica no se detenga. Fue de los que al principio reconocieron las virtudes de Petra. Cuando percibió el pesimismo de otros, se le acercó y le dijo: «No tenga miedo, yo estoy aquí para ayudarla».

Es martes por la tarde, y al ingenio le faltan unas 27 toneladas para cumplir su plan después de dos años sin poder hacerlo. Si el día anterior llovió tanto que fue interrumpido el corte, el cielo está ahora despejado. Al centro de acopio de la caña entran los carros cargados.

A las 3:00 vuelve a salir por la torre un torrente de humo. El ruido es ensordecedor para nosotros, los extraños. Los trabajadores, en cambio, lo disfrutan como si fuera un concierto de los Van Van. Dos horas después, todo el mundo se agolpa cerca del basculador. Petra está allí.

Entra el vagón 0824. Se deja caer de lado para que la caña triturada caiga en la estera. Poco a poco, se va vaciando la barriga de la mole de hierro que rueda por la línea férrea. Petra sigue con los ojos el recorrido de la gramínea cortada en trozos.

Suena el pito. El viento expande la buena nueva: cumplió el «Carlos Baliño». Fue el primero de Cuba en lograr su compromiso del crudo. Dos hombres, que a juzgar por la piel curtida llevan varias décadas en las faenas azucareras, cruzan miradas y asienten a la vez. No pronunciaron palabras, pero se las leí en el rostro: «Petra pudo».

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