Yohana Lezcano y Vladia Rubio / Fotos: Antonio Pons - Revista Mujeres.- Se detienen los ruidos de hierros golpeando, los martillos quedan en suspenso, y todos los rostros se vuelven hacia el hombre que llora.


Yoel, con las manos cubiertas de grasa, todavía sostiene el teléfono; su pecho, velludo y musculoso que asoma por el overol, sube y baja agitadamente. Como aguijones percibe las miradas de los socios clavándose en los lagrimones que le corren por el rostro sin afeitar. Rápidamente, los seca y con la misma brusquedad encara a todos: “¡Qué volá, caballeros! Nació mi hija, mi primera hija, y me emocioné. ¿Algún problema?”.

Más que problemas, son cambios los que asoman en el comportamiento del hombre cubano y también en su apariencia. El asunto se ha ido abriendo paso en la cotidianidad de la Isla; de ahí que BOHEMIA decidiera hurgar en él. Podría resultar oportuno intentar un esbozo, que no dibujo, del hombre diferente que va despuntando. Quizás sea quien empiece a echar por tierra aquello de: Él anhela a una compañera que ya no existe; y Ella, a uno que no ha llegado.

Para aproximarnos al tema, realizamos dos entrevistas grupales en cooperativas agropecuarias de Pinar del Río, y, en busca de otros criterios más citadinos contamos con un foro de discusión, vía Internet, gracias a la colaboración del periódico villaclareño Vanguardia.

La recogida de testimonios, historias de vida, consultas a expertos, y lectura de decenas de investigaciones y textos alusivos al tema, completaron esta indagación en torno a la masculinidad del cubano en las primeras décadas del siglo XXI.

Más allá de la cáscara

Aunque alguien escribió en el foro “Yo no creo que haya cambiado la forma de ser hombre y que para nada sea difícil serlo, más bien ha vuelto a cambiar la forma de adornarse…”; parece ser que, rebasando las apariencias, también están suscitándose transformaciones. Pero ni Ellos ni Ellas son muy conscientes de lo que acontece.

No obstante, las propias entrevistas grupales y también las disímiles opiniones y testimonios recogidos evidenciaron, sin hacerlo explícito, que empiezan a quebrarse viejos patrones, esquemas y prejuicios.

Al indagar acerca de qué espera la mujer del hombre, lo mismo jóvenes que abuelas expresaron expectativas distantes del estereotipo de masculinidad hegemónica que ha perdurado por siglos, que supone que los hombres no deben llorar ni besarse, han de ser fuertes, valientes, protectores, siempre dispuestos sexualmente, ajenos al trajín de calderos, escobas y también al azogue de los espejos.

Como tendencia, las mujeres refirieron que esperaban de los hombres -y no solo en lo concerniente a la relación de pareja- conductas y actitudes relacionadas con valores: ser sincero, respetuoso, honesto, trabajador… Algo similar respondieron los hombres al preguntarles qué esperaban de ellos las mujeres.

Aunque, por algunas afirmaciones como “que las mantengan” o, “que las representen”, pareciera que los primeros son más apegados a la realidad que al deber ser, o por la práctica siguen repitiendo esquemas desmontados sin que lo perciban.

El campesino Luis Enrique Carmona, de 43 años, hizo una pausa en sus labores en el área de cultivos semiprotegidos de la cooperativa La Míriam, en La Palma, para integrarse a la entrevista grupal donde declaró desenfadado: “Yo cocino casi todos los días, porque mi mujer es enfermera y llega tarde. La ayudo a hacer casi todo, pero la responsabilidad de los hijos, de bañarlos, que coman y hagan la tarea, es de ella”.

Décadas atrás, esta afirmación en público tal vez le hubiera costado a Carmona la burla de sus compañeros, y hasta de sus compañeras. Hoy, fue fácil detectar, por igual en el campo y en la ciudad, que en el ámbito doméstico se agrieta ese añejo binomio de masculinidad y machismo.

¿Pero, cuán conscientes son los cubanos de que urge -y les urge- trascender esos estereotipos? Al comenzar este siglo, la doctora Patricia Arés aseguraba que “asumir las cargas culturales ya está provocando muchas insatisfacciones a los hombres, pues los valores de la cultura patriarcal machista están siendo denunciados y censurados socialmente. Sin embargo, romper con esas cargas impone una búsqueda de ser hombre de forma diferente, para lo cual no existen puntos de referencia con vistas al cambio”.

Pero se mueve

A pesar de no contar con esos referentes, la proyección de los hombres cubanos está cambiando, aun sin comprender del todo que ellos también han sido víctimas. Ocurre que la construcción del poder patriarcal ha llevado implícita la prohibición de expresar abiertamente el dolor, la ternura y otros sentimientos, a la vez que les aparta del disfrute pleno de la paternidad y de una sexualidad sin exigencias, conspirando contra su calidad de vida.

“Estamos creando hombres cuya experiencia de poder está plagada de problemas paralizantes”, advertía desde hace mucho el investigador canadiense Michael Kaufman.

Pero los lastres se liberan, y para ello ha sido decisivo el aporte de la mujer cubana, transformada con más celeridad. “En algo me parezco a mi madre y a mi abuela, pero su tiempo era diferente al mío. Mi madre era demasiado guajira, tímida, no era tan estudiada y le aguantaba demasiado a mi padre: maltratos, queridas... Yo no le aguanto a ningún hombre nada de eso, aunque algunos se crean que teniendo muchas mujeres, maltratándolas, son más hombres”, así lo resume para BOHEMIA la cooperativista Margarita Fuentes, de 59 años.

Cada vez son más los hombres que asumen con desenfado que las mujeres paguentendencia general, aunque no faltan ejemplos, sobre todo entre los jóvenes, que sí evidencian una real interiorización de sus cambios y los convierte en abanderados.

Sin embargo, algunos expertos parecen coincidir en que no cabe hablar de una crisis de identidad en el mundo de las masculinidades. Consideran que en ese ámbito están aconteciendo reajustes, sin crear demasiadas incertidumbres en cuanto al desempeño de roles. Tampoco faltan los estudiosos que interpretan tales modificaciones como una manera solo epidérmica de asumir comportamientos distintos “que pueden realizar con éxito en un nuevo acto de machismo, y no por un cambio subjetivo real”, ese es por ejemplo el criterio de Maité Pérez Mille, de la Universidad de Oriente.

Lo difícil de reinventarse

El interior del hogar no es el único escenario donde corren nuevos aires que, poco a poco y con trabajo, van desdibujando masculinidades arcaicas. Este equipo pudo recoger abundantes testimonios sobre quién protege, quién paga, y cómo se asume hoy la caballerosidad.

Para el diseñador industrial Ariel Mederos, de 24 años, “no debiera ser siempre el hombre quien pague; pero eso todavía no he logrado superarlo. Las pocas veces que una mujer me ha invitado, aun a puertas cerradas, me crea una sensación que me sabe rara”. En contraste, en San Cristóbal, el campesino de 57 años, Roberto Orta, declara no sentir ninguna pena porque sea su esposa quien corra con los gastos del paseo o de los víveres. “Si la mujer -dice- gana un sueldo mayor que el mío, no puede exigirme porque… ¿y lo tuyo dónde está?”.

El tradicional concepto de que el hombre es quien autoriza, protege y defiende, también va sufriendo sus embates. Así lo evidencia el razonamiento del pinareño Leonel, de 37 años: “No porque el hombre sea por naturaleza de formación física más fuerte, a la mujer le toca ser siempre la protegida. Ella puede, conversando conmigo sobre cualquier situación en que yo no tenga la luz larga que hace falta, advertirme, protegerme de una equivocación”.

Aunque mensajes de bien público y otras variantes educativas han tratado de aportar a la equidad de género -que en definitiva es tributar a la realización individual y la felicidad de ambos-, ha sido sobre todo la experiencia personal una de las principales fuentes de aprendizaje de los hombres para reinventarse. Y esta pugna muchas veces con las opiniones de amigos, pautas de crianza, y, en general, con lo que supuestamente se espera de un hombre.

Quizás por ello en el foro digital abierto para este trabajo, alguien de género masculino, que firmó como Ñanga, anotó: “Hoy somos menos machistas y menos caballerosos; es algo ambiguo para muchos ser caballerosos, porque la gente lo ve como algo raro, ‘cheo’ como dicen muchos”.

Quizás a Ñanga le hubiera gustado ceder su asiento a la muchacha que se incorpora al grupo donde están compartiendo, pero… como también agregó a ese tópico del foro alguien que se hace llamar Sexiboy21, “Ahora se ve a un hombre caballeroso y se dice que es un flojo, cuando en otro momento histórico era algo aceptado por la sociedad cubana. Ciertamente, se ha perdido la caballerosidad entre nosotros los hombres. Pero es momento de recuperar ese valor”.

Y sí, se van recuperando valores en los enfoques de géneros, pero aún conviven viejos y nuevos comportamientos, cuya confrontación pudiera tener reflejo en las altas tasas de divorcio que hoy padecemos, en el aumento sostenido de uniones consensuales, en la dilación para tener un primer hijo, e incluso, en las disfunciones sexuales masculinas, que tampoco son escasas.

El hombre que se rasura las piernas y exhibe aretes, quizás sea el mismo que maltrata a su compañera de aula, a su novia o a su madre; el abuelo que frunce el ceño ante las cejas depiladas del nieto, tal vez sea quien le exija tomar parte en los deberes del hogar, como él lo hace, con orgullo y responsabilidad. La misma mujer que pelea con el esposo porque la invisibiliza y ningunea, es aquella que regaña al hijo cuando lo ve con la escoba y lo insta a salir a jugar pelota. La muchacha ofendida por el piropo grosero o por el acoso de un colega, es la misma que se burla junto a sus amigas de aquel que cada día la saluda cortésmente.

En el caleidoscopio de las masculinidades cubanas los cristales se agrupan formando contradictorias y nuevas figuras; habrá que continuar estudiándolas con la sistematicidad y el rigor que amerita el tema.

Mientras tanto, queda el humor criollo que suele acompañar los sucesos de la cotidianidad. Como aquel que dejó anotado en rima: En este mundo por hombre se entiende el que tiene mujeres y vida de tormenta/ sin saber que hombre es quien se casa con una y la mantiene contenta.

Fuente: Bohemia

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