Red Semlac.- ¿Cómo se manifiestan actualmente en Cuba la discriminación, rechazo y violencia hacia las personas con diversas orientaciones sexuales e identidades de género? ¿Qué desafíos son más evidentes? ¿Cuáles caminos seguir para romper con esas manifestaciones de maltrato, insertadas en las herencias patriarcales?


No a la Violencia invitó a reflexionar sobre estas interrogantes a tres especialistas de perfiles diversos, que también mantienen espacios de activismo por el respeto a la diversidad: Teresa de Jesús Fernández, filóloga, coordinadora nacional de las Redes de Mujeres Lesbianas y Bisexuales; Gustavo Valdés, biólogo, antropólogo y jefe del departamento de trabajo comunitario del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y Claudia Braña, comunicadora social de la televisión artemiseña, cuya investigación de licenciatura incluyó análisis cualitativos a estudios sobre violencia y diversidad.

¿Cómo caracterizarías en pocas palabras la violencia hacia la comunidad LGBTI? ¿A qué obedece?

Teresa de Jesús Fernández: Esa violencia se manifiesta en el irrespeto que suelen recibir las personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales). No se reconocen a nivel social como ciudadanos con derechos, como cualquier otro habitante del país. No existe conciencia clara de que estamos hablando de personas que cumplen sus deberes y merecen que se reconozcan sus derechos. La primera violencia es, justamente, la vulneración de esos derechos. También el silencio, en el caso de las mujeres lesbianas; y la agresividad de todo tipo que se produce en muchos espacios sociales -a nivel verbal o físico- hacia personas homosexuales, transgénero o bisexuales.

Existen investigaciones sobre personas trans y homosexuales, sobre todo masculinos, pero hay muchos vacíos en la investigación de la homosexualidad femenina, no se conoce lo que sucede con las mujeres lesbianas.

Gustavo Valdés: La violencia hacia personas LGBTI se manifiesta en Cuba de múltiples formas, como expresión de una sociedad machista y patriarcal. La falta de cifras oficiales generalizadoras, la escasa información y la normalización de muchas formas de violencia hacen que el panorama no se vea claro. En lo personal, he confirmado que la comunidad LGBTI sufre de violencia y violación de derechos en el espacio familiar, escolar, laboral, institucional y donde quiera que lo analicemos un poco. Lo peor es que, en muchos casos, esa situación se acepta como normal, tanto por las víctimas como los victimarios.

En cuanto a las manifestaciones de violencia más evidentes o más reconocidas por la población, existe una estadística no oficial que dice que de cada tres crímenes que se cometen en nuestro país -que tampoco tenemos idea de cuántos pueden ser-, uno involucra a un hombre que tiene sexo con otro hombre (HSH) como víctima o perpetrador. No existe mucha información acerca de qué sucede con las lesbianas o personas trans. Estos crímenes no siempre se cometen por causa de la orientación sexual o identidad de género, pero en muchos casos sí ocurren aprovechándose de condiciones relacionadas con estas. El hecho de mantener relaciones ocultas, casi en condiciones de clandestinidad, o de que muchas personas LGBTI mantienen poco o ningún contacto con familiares o vecinos debido a la homofobia, facilita la ocurrencia de tales delitos.

Por otra parte, las estadísticas oficiales publicadas este mismo año por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), indican que los HSH experimentan violencia física o sexual por parte de su pareja estable con más frecuencia que los hombres heterosexuales. Según la ONEI, si bien las mujeres son en general víctimas de violencia física o sexual con mayor frecuencia que los hombres, la situación más desventajosa se registra entre las mujeres de piel negra, los HSH, las personas que practican sexo transaccional y las personas trans. Otra vez se nos quedan fuera las mujeres lesbianas y otras manifestaciones de la diversidad sexual.

Aún son débiles nuestros instrumentos para ver o medir la violencia y violación de derechos contra un grupo de cubanas y cubanos que pueden llegar el 10 por ciento de la población del país. No tenemos idea de la magnitud del fenómeno y, cuando se reciben denuncias al respecto, en muchos casos se desestiman, precisamente, por la orientación sexual o identidad de género de quien realiza la denuncia.

Claudia Braña: Los actos violentos hacia las personas LGBTI son el producto de prejuicios sociales construidos culturalmente y reproducidos por la educación, y se caracterizan por el odio, la discriminación (trato diferenciado) y la intolerancia (rechazo) a la diversidad sexual y de género y hacia las personas que pertenecen a esta comunidad. Este comportamiento obedece a patrones patriarcales, responde a una camisa de fuerza basada en estereotipos y clichés sobre lo que significa ser “hombre” o “mujer” a partir de las pautas que establece la sociedad.

¿Desde su área de acción, cuáles identificaría como buenas prácticas para enfrentarla y prevenirla?

TJF: Las acciones de sensibilización que se realizan desde el Cenesex, la conformación de las redes sociales, la capacitación de activistas que luego puedan replicar lo aprendido en espacios más amplios. Algunas investigaciones que ya se han ido publicando en entornos académicos y la celebración de las jornadas anuales contra la homofobia y la transfobia, son ejemplos importantes, pero aún falta mucho por hacer.

GV: Creo que la intención de instituciones como el Cenesex, el Centro Nacional de Prevención de las ITS-VIH/sida y otros, de hacer visible la homofobia como uno de los factores que contribuyen a problemas de salud, ha repercutido sobre todo en el empoderamiento de los colectivos de gays, lesbianas y trans. Igualmente, se pueden contar como buenas prácticas las actividades comunitarias que está llevando a cabo el Cenesex; los pasos ganados en la investigación académica y la publicación de sus resultados y la celebración de las jornadas anuales contra la homofobia y la transfobia en diferentes provincias del país.

CB: En primera instancia, es necesario establecer como punto de partida la investigación social desde la comunicación en materia de violencia hacia la comunidad LGBTI. Luego, mostrar a la luz pública cada uno de los casos de asesinatos, violaciones, torturas, detenciones arbitrarias, denegación de los derechos y discriminación en el empleo, la salud y la educación. Promover y apoyar campañas que aboguen por el respeto a la diversidad sexual. Repensar los contenidos que se comparten a diario en los medios de comunicación impresos, radiales, audiovisuales y digitales, pues en muchas ocasiones reproducen la cultura patriarcal, los estereotipos de género y los roles femenino y masculino tradicionales; y a su vez las identidades y expresiones de género se establecen desde una heteronormatividad.

¿Qué más faltaría? ¿Dónde están los desafíos más urgentes?

TJF: Creo que el camino fundamental, el primer paso, pasa por la educación a todos los niveles. Desde la que se brinda en las escuelas, desde las primeras edades, hasta la que necesitan las personas que toman decisiones, para que ayuden también a crear conciencia sobre el asunto. Igualmente se debe trabajar con los medios de comunicación, no solo para visibilizar, sino también para promover conciencia crítica acerca de estas formas de violencia. Se deben promover programas de educación integral de la sexualidad en la escuela, pero también en las comunidades y otros entornos sociales. Un tema pendiente también son los vacíos legales que debemos solucionar.

GV: Además de la investigación cuantitativa y la actualización o creación de normas jurídicas, creo que la comunicación es un espacio de retos. Nos gustaría poder enumerar una lista de buenas prácticas comunicativas en la lucha contra la violencia homofóbica, pero si bien hay una campaña muy presente en la calle y en los medios de comunicación sobre la violencia contra mujeres y niñas, nos falta algo similar para las personas LGBTI.

Aún queda mucho por hacer para cambiar la forma de pensar de la población y “anormalizar” esas actitudes normalizadas que atentan contra el pleno ejercicio de los derechos de todos los seres humanos. Igual está en deuda el espacio de las redes sociales y los entornos digitales. El asunto no espera, si se tiene en cuenta, además, que los espacios virtuales también se han convertido en sitio de encuentro para una parte de la comunidad LGTBI y ahí también ocurren manifestaciones de violencia.

CB: El reconocimiento de las relaciones entre personas del mismo sexo, la aceptación de la identidad de género, la existencia de una legislación contra la discriminación y la protección ante casos de violencia, sin duda alguna constituyen puntos que estarían incluidos en una lista de deseos de la comunidad LGBTI.

Desde la academia también se hace necesario articular diálogos interinstitucionales en aras de construir líneas de investigación interdisciplinares asociadas a la comunicación y el género (y dentro de este, la violencia hacia la comunidad LGBTI). Incluir estos temas en la formación curricular de las y los profesionales de la información y la comunicación.

Por último, desde la edu-comunicación, también es primordial fomentar el respeto a la diversidad sexual en edades primarias, e incluir a la familia y a la escuela, pues naturalizan determinados patrones sexistas que median las prácticas comunicativas y las construcciones sociales de género de las niñas y los niños. Dicho esto, en mi opinión, las brechas más importantes se sitúan en la educación y en la familia.

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