Sayli Sosa Barceló - Revista Mujeres/Invasor.- A las 9:29 de la mañana el celular de la fiscal Idalmy Mora sonó como todos los días a esa hora. Ella no es muy aficionada a tener demasiadas aplicaciones en su teléfono, menos esas que generan notificaciones a cada rato, pero por alguna razón había aceptado aquella. No recuerda de quién la copió por Zapya, pero eso ya no es importante.Cada vez que el aparato suena, Idalmy deja de hacer lo que estaba haciendo y lee la frase del día.


Sentada frente a Melissa en una habitación de paredes blancas y ventanas con cortinas estampadas, la fiscal dudó. Melissa la miraba con sus ojos tristes y ella pensó que, quizás, no era el momento de leer una frase que la sacara de contexto. Era el primer encuentro y una palabra equivocada podría echar abajo la confianza que estaba construyendo. Dudó otro instante y, tal vez por costumbre, curiosidad o premonición, desbloqueó el móvil con un gesto rápido del dedo y leyó en voz alta: “cuando la cabeza dice basta el corazón grita adelante”. La frase no venía a colación en esa circunstancia, sin embargo, a la fiscal le pareció que, en un sentido, era exactamente lo que había sucedido.

Melissa Carreras tenía 18 años y un título de gastronómica de Nivel Medio cuando el administrador del centro nocturno más conocido de su municipio le puso los ojos encima. Después del período de prácticas, el hombre “movió los hilos” y la escogió por delante de otras jóvenes igual de preparadas, igual de bonitas. Ella creyó que, por primera vez en la vida, tenía suerte.

Venía de un hogar humilde y ya sabemos que humildad, a veces, se explica con precariedad y pobreza. La madre era sostén para la muchacha y su abuela, y Melissa había soñado con el día en que finalmente pudiera trabajar y ganar su propio dinero. De niña fantaseaba con la idea de una casa de placa que borrara el recuerdo de las paredes de madera desvencijada y con ropa nueva, zapatos a la moda. También, con un novio lindo, cariñoso, para toda la vida. Como todas las niñas del mundo.

Pero el expediente que elaboró la fiscal Idalmy dice en letras muy claras que, a Melissa Carreras, Junior H. Lomas la incitó a la prostitución. Y no fue una o dos veces.

Durante cuatro o cinco años, Junior, el administrador, se aprovechó de la gratitud de la jovencita, de su desamparo, de su miedo. A decir verdad, a Junior el cargo le quedó a la medida, ser proxeneta es, digamos, una deformación moral de la administración. Decidir cuándo, con quién y a qué precio era lo mismo que firmar facturas y enfriar cervezas.

En ese tiempo fue carcomiendo su autoestima, así como el comején transforma en “encajes” el corazón y la piel de la más robusta madera. Parecía una voz interior repitiéndole mantras nocivos: “es la única manera de que salgas adelante en la vida”, “piensa en cuánto ayudarás a tu mamá y a tu abuela”, “el amor sin dinero es cosa de bobos”, “yo lo único que quiero es ayudarte”.

Desde fuera uno no alcanza a entender el poder de convencimiento y persuasión capaz de cambiar comportamientos y filosofías de vida. ¿Cómo un día eres una muchachita del barrio, tranquila, estudiosa y al otro vendes el cuerpo por dinero? es una pregunta que cualquiera se haría. Los psicólogos dirán que la ausencia de un padre durante su adolescencia la llevó a reconocer en el proxeneta a una figura paterna; la inobservancia de la madre, la pérdida de valores. Los escépticos mascullarán que no le pusieron un cuchillo en el cuello. En todo caso, habría que vivirlo para tener certezas.

A Melissa no la obligaron físicamente a tener relaciones sexuales con el extranjero recién llegado, cadena de oro, zapatillas rojas, auto rentado y cerveza en mano. El administrador puso una primera ronda de cortesía y “cuadró” el encuentro. Para entonces, ya la tarea estaba hecha: la muchacha se convenció de que sería cosa de una vez, apenas un medio para lograr su fin.

Pero después fue otro, y otro, y otro; hombres con dinero, fiestas a todo dar, paseos, regalos, casas de renta. La codicia de Junior H. crecía y el amor propio y el valor de Melissa menguaban, casi en la misma proporción. Fueron cinco años, no una semana, no un mes.

“No tienes derecho a tener nada en la vida”, le espetó el proxeneta aquel día en que ella no quiso seguir. Habían ido hasta uno de los hoteles del Cayo en composición de parejas: el administrador con su esposa (sí, tenía esposa, que también se beneficiaba del cuerpo de la jovencita) y Melissa y el extranjero de turno. Ella no quería seguir en esa vida y, de regreso y en medio de una discusión, la dejaron botada en un kilómetro sin número del pedraplén.

Sola y en el medio de la nada, como en las novelas de Corín Tellado o Paulo Coelho, Melissa tomó una decisión. La vida de muchos es así, novelesca, aunque en realidad es todo lo contrario: la ficción trata de emular a la realidad y, a veces, se queda corta.

Al terminar el juicio, después de un proceso penal exhaustivo que sacó a la luz otros delitos e implicados, Melissa miró a la fiscal Idalmy con sus ojos todavía tristes y le devolvió la frase del primer encuentro: “Usted tenía razón, cuando mi cabeza dijo basta, mi corazón gritó adelante.”

(*) Los nombres de los implicados en este caso de proxenetismo real, sancionado en la provincia el pasado año, se han cambiado para proteger la privacidad de las personas implicadas. Agradecemos a Idalmy Mora Concepción, Fiscal Provincial del Departamento de Procesos Penales, la información aportada.

•Según la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género 2018, aplicada a 19 189 personas entre los 15 y los 74 años, el 26,7 por ciento de las mujeres en Cuba en ese rango de edad han sido víctimas de algún tipo de violencia. De ellas, el 25,7 reconoció haber sido violentadas psicológicamente.

•Otro estudio publicado en la revista Sexología y Sociedad, editada por el Centro Nacional de Educación Sexual, reveló que el 43,7 por ciento de las mujeres entrevistadas vivió violencia psicológica, con predominio del acoso afectivo y la agresión insospechada.

•La agresión insospechada es una forma de violencia psicológica tan sutil y elaborada que se disimula y oculta entre las fibras del tejido social. La agresión insospechada es la que muchos agresores ejercen disfrazándola de protección, de atención, de buenas intenciones y de buenos deseos.

•En su artículo 302, el Código Penal establece: Incurre en sanción de privación de libertad de cuatro a 10 años, el que:

a) induzca a otro, o de cualquier modo coopere o promueva a que otro ejerza la prostitución o el comercio carnal;

b) directamente o mediante terceros, posea, dirija, administre, haga funcionar o financie de manera total o parcial un local, establecimiento o vivienda, o parte de ellos, en el que se ejerza la prostitución o cualquier otra forma de comercio carnal;

c) obtenga, de cualquier modo, beneficios del ejercicio de la prostitución por parte de otra persona, siempre que el hecho no constituya un delito de mayor gravedad.

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