En este lado del mundo, Eva tiene que salir a buscar –y a sembrar- sus semillas

Dixie Edith - Letras de Género / Cubadebate. Foto: Osvaldo Gutiérrez Gómez/ ACN.- Dámaso Núñez se retuerce las manos, mientras se resiste a responder a la periodista. Tozudo, niega con la cabeza, mira al suelo y dice que no. Finalmente, contesta con otra interrogante: “Y si mi mujer también se va a trabajar al campo, ¿quién me prepara el almuerzo?”.


Este obrero agrícola santiaguero parece a punto de ahogarse... en un vaso de agua. Pero no es un caso aislado en las zonas rurales cubanas. Por razones diversas, es en el campo donde más arraigo tienen aún relaciones familiares marcadas por añejas herencias patriarcales: el hombre provee, la mujer garantiza la retaguardia.

A inicios del actual siglo, un estudio de las investigadoras Niurka Pérez Rojas y Miriam García Aguiar, de la Universidad de La Habana, se enfrentaron a historias similares mientras indagaban acerca de la inserción femenina en cooperativas de créditos y servicios (CCS), de producción agropecuaria (CPA) y unidades básicas de producción cooperativa (UBPC).

Las expertas encontraron entre los hombres del agro -sobre todo al interior de las CCS- un marcado desacuerdo ante la posibilidad de que sus esposas se incorporaran a tareas productivas. Incluso, quienes lo aprobaban, al menos en teoría, se apuraron a advertir, por si acaso, que el trabajo agrícola era “muy fuerte” para ellas. Ninguno de los campesinos entrevistados declaró consultar con esposas o hijas sus decisiones laborales.

Entre las mujeres, el estudio confirmó la fuerza de la costumbre. La razón más mencionada para explicar por qué no se acercaban al surco fue que tenían “que atender la casa y a los hijos”.

Hace alrededor de una década, la doctora Mayda Álvarez, directora del Centro de Estudios de la Mujer, de la Federación de Mujeres Cubanas, constató que los obstáculos fundamentales para el empoderamiento de la mujer rural seguían estando en la sobrecarga de responsabilidades domésticas, según su artículo La revolución de las cubanas: 50 años de conquistas y luchas.

Estudios realizados al interior de la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA), más o menos por la misma fecha, identificaban entre sus principales brechas de género que era muy difícil hacer visible el trabajo de las mujeres, y su aporte a la producción pecuaria en sentido general, pues ellas trabajaban a la par que sus congéneres pero no solían ser socias de pleno de derecho de las organizaciones de base. Estaban, pero no estaban.

Esa situación no ha cambiado mucho. En pocas palabras, las “dobles” y “triples” jornadas siguen sobre hombros femeninos y el cálculo de los aportes del trabajo no remunerado continúa siendo una deuda. También en los campos.

Estadísticas recientes parecen apuntar en la misma línea. Según datos del Ministerio de la Agricultura, solo son mujeres un 20 por ciento de las 840 mil 230 personas que actualmente trabajan vinculadas al agro. Mirando con lupa hacia las formas productivas, ellas apenas son el 13 por ciento de los más de 532 mil 700 cooperativistas con que cuenta el país.

Las cifras son aún menos equilibradas cuando aluden a la propiedad de la tierra. El informe nacional de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer en 2018 reveló que el archipiélago contaba con unas 10 mil 900 propietarias. Esto representa el 8 por ciento de los poco más de 131 mil 800 dueños de tierras.

Otro dato relevante. Al cierre de 2019, poco más de 28 mil mujeres eran usufructuarias agrícolas, alrededor del 8 por ciento del total, si bien la incorporación femenina a esta lista viene creciendo desde 2008, cuando se comenzó a estimular la entrega de tierras con fines productivos. La cuesta es ardua y el camino, lento.

Está demostrado, lograr cambios culturales suele ser más difícil que dictar leyes y armar proyectos. Por suerte, como quizás le hubiera gustado a Galileo, el campo cubano se mueve.  Aunque sea un poquito.

Hace justo cinco años el Ministerio de la Agricultura aprobó y echó a andar una estrategia integral para equilibrar los derechos entre mujeres y hombres en sus predios. Los diagnósticos previos confirmaron lo que ya sabíamos: el agro es esencialmente un escenario “de hombres”, con baja participación femenina a pie de surco, en asociaciones y cooperativas, en puestos de dirección y, para colmo, con menor remuneración.

Al interior de los campos todavia quedan muchos Dámaso que no logran escapar de la tormenta en el vaso. Es una realidad confirmada la creencia de que hay tareas “de hombres”: arar la tierra, manejar tractores… y otras “de mujeres”: alimentar animales de corral, recolectar o garantizar el sustento para quienes están, en lo que se considera, paradójicamente, como “la concreta”. Como si las otras labores no lo fueran.

Un quinquenio después de iniciada la Estrategia de Género del Sistema de la Agricultura, valen las cuentas del vaso medio lleno o medio vacío. Ese 20 por ciento de incorporación de mujeres al agro, que parece muy poco hoy, antes de comenzar esta iniciativa pionera en el país solo alcanzaba el 17 por ciento. Un crecimiento de tres puntos porcentuales en cinco años, en un sector profundamente patriarcal, no es avance menor, aunque, obviamente, la apuesta sea por más.

Tres valores fundamentales tiene la iniciativa: se diseñó a partir de diagnósticos certeros de los contextos, es integral y propone pasos claros para su implementación. Incluso, ajustó a la realidad nacional un sistema de certificación utilizado en el mundo en busca de espacios laborales inclusivos en el entorno agropecuario: Igualdad de Género para la Gestión con Calidad de la Seguridad Alimentaria (Igecsa).

Además de las justas y urgentes demandas por la igualdad, la incorporación de todas las manos posibles a la agricultura resulta cardinal en los tiempos que corren. Identificado históricamente como un sector clave de la economía cubana, hoy, cuando los efectos de la pandemia de la COVID-19 amenazan con cercenar aún más los débiles hilos que la enlazan con los mercados internacionales, todas las miradas se vuelven, con razón, a la tierra. En este lado del mundo, Eva tiene que salir a buscar –y a sembrar- sus semillas. Porque es su derecho y porque Adán, además, no da abasto.

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