El matrrimonio y las uniones entre adolescentes y jóvenes suponen un desafío en la Cuba que vivimos. Foto: Juventud Rebelde.

Dixie Edith - Letras de Género / Cubadebate.- Belisa anda extenuada y no consigue “cogerle la vuelta” a la rutina doméstica. Con apenas 18 años, es madre y “dueña” de casa. Quemar tetes y biberones se ha convertido en un contratiempo cotidiano que, según ella misma, le implicaría “cadena perpetua” si tuviera sanción penal; su casa vive perennemente sembrada de juguetes, pañitos y trastos de bebé, que nunca encuentran su lugar.


Abel, en tanto, no logra empatar su carrera universitaria con las tareas de papá y el duro mandato de ser proveedor. Encima, su madre lo presiona para que priorice los estudios y se desentienda de las cosas de casa. Al final, dice ella, Belisa está allí todo el día.

La muchacha tuvo que dejar sus estudios de preuniversitario; el joven intenta no perder su segundo año de Ingeniería Informática. La dinámica cotidiana no fluye como mecanismo de relojería y la relación de pareja se deteriora a marchas forzadas hasta que, cualquier día, un portazo estridente puede poner fin a una bonita historia de amor.

No es un hecho real, pero podría serlo. Es apenas un adelanto del guion de un teleplay de próximo estreno en nuestras pantallas: “Para toda la Vida”. La certera dirección de Magda González Grau y la agudeza del guionista Amilcar Salatti nos ponen ante un conflicto de la realidad cubana contemporánea que no es menor y tiene muchas intersecciones.

A juicio de su directora, esta nueva propuesta televisiva aspira a generar atención y polémica sobre el embarazo en la adolescencia, un tema que preocupa a muchas personas. Sin embargo, releyendo el argumento a la luz de los más recientes debates promovidos por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), otro desafío salta a la vista: la formación de familias en menores de edad.

Según las leyes cubanas, la posibilidad de contraer matrimonio se reconoce como derecho a partir de los 18 años, tanto para hombres como para mujeres. Sin embargo, el Código de Familia vigente establece que padres o tutores legales pueden “autorizar” excepcionalmente -y por causas muy justificadas- la formalización de matrimonio de menores de 18 años de edad, siempre que la mujer tenga, por lo menos, 14 años cumplidos y el hombre, 16.

Quizás Abel y Belisa no hayan firmado un “papel”, pero formaron una familia. Y las cronologías del audiovisual dejan claro que la muchacha no tenía la edad mínima para ejercer ese derecho sin consentimiento familiar. ¿Qué ocurre en esos casos? ¿Qué rol jugaron los padres de esa muchacha ante una decisión definitivamente trascendente para toda su vida? En tanto reflejo problematizador de la realidad, como debe ser, el audiovisual de Magda González Grau nos pone nuevamente ante un asunto con bombillos rojos.

Si bien no son altas las cifras de matrimonios celebrados entre personas menores de 18 años, las estadísticas del patio apuntan a que es un hecho con amplia prevalencia en las mujeres y que no tiende a la baja. El 15,8 por ciento de las adolescentes de entre 15 y 19 años de edad se encontraba casadas o en unión y, de ellas, el 4,1 por ciento se había casado antes de los 15 años, detalla la Encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados (MICS) realizada en 2014 con apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

En los últimos cinco años, en tanto, cerca de cinco mil adolescentes cubanas contrajeron matrimonio antes de cumplir los 18, alrededor de mil casos por año, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).

Sin embargo, esas estadísticas “cuentan” las uniones formalizadas ante la ley. ¿Cuánto se incrementarían si se les suman las uniones consensuales, en un país en que la tendencia confirmada por investigaciones apunta a las parejas “sin papeles”?

Sobran argumentos para poner la lupa en este asunto. A juicio de la doctora Yamila González Ferrer, se trata de un “rezago” de los estereotipos de género a nivel legislativo, porque se asienta en concepciones que discriminan a las mujeres.

“Desafortunadamente, aún subsisten como prejuicio en la mente de algunos padres, madres y familiares, que compulsan a sus hijas a contraer matrimonio cuando tienen sus primeras relaciones sexuales o cuando salen embarazadas y tienen descendencia”, aseveró la vicepresidenta de la Unión de Juristas de Cuba (UNJC), durante los debates promovidos en Cuba en torno a la presentación del último informe anual del UNFPA.

Más allá de la perpetuación de estereotipos machistas que implica que la excepcionalidad en la edad para casarse sea menor en dos años en el caso las muchachas, las uniones tempranas esconden otras desigualdades.

Según las propias encuestas MICS, una de cada cuatro mujeres de entre 15 y 19 años se casa –mayormente– con hombres de 20 años y más, con los consecuentes desequilibrios de poder al interior de la pareja que ellos trae aparejado. Pero, además, estudios han demostrado que “quemar etapas” es muy perjudicial para la salud física de las niñas y para la salud mental tanto de muchachas como de muchachos, pues es justo en la adolescencia donde se afianza el desarrollo de la personalidad y las capacidades físicas e intelectuales de mujeres y hombres.

“No están aptos aún para formar una familia, pues ellos mismos están concluyendo su etapa de formación, no han alcanzado la suficiente madurez y responsabilidad para ocuparse de los asuntos propios y mucho menos para hacerse cargo del mantenimiento de una familia y un hogar, toda vez que ni siquiera cuentan con edad laboral para tener una independencia económica”, detalla González Ferrer.

Por si fuera poco, el matrimonio o la unión constituyen una de las causas de baja escolar, principalmente en las niñas. Y lo que es más grave, estas parejas suelen tener una corta duración.

“Desde el punto de vista jurídico, al tener el matrimonio el efecto de emancipar a los menores de edad, estas adolescentes ya no quedan protegidas legalmente por sus progenitores, aunque posteriormente se divorcien, lo que en edades tan tempranas y vulnerables tiene muchos riesgos”, apunta la experta.

Hacia una nueva legalidad

Según el refranero popular asiático, el “primer paso es el más largo”. En ese camino, la aprobación de la actual Constitución cubana en 2019 resulta una “zancada” en materia de familia. Para Leonardo Pérez Gallardo, presidente de la Sociedad Cubana de Derecho Civil y de Familia, esta nueva Carta Magna sentó las bases para un Derecho de Familia más democrático.

A juicio de este jurista, en la nación caribeña ha operado un proceso de repersonalización en las relaciones familiares, que se aleja de la tradicional familia nuclear y busca atender intereses más valiosos como el afecto, la solidaridad, la lealtad, la confianza, el respeto y el amor. En particular, su artículo 86 aboga por el reconocimiento y protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes, con una visión muy avanzada.

Para conseguir que esa protección sea realmente efectiva, urge revisar las normativas vigentes relacionadas no solo con la estructura familiar, sino también con otras ramas del derecho civil y penal que abarcan asuntos económicos, patrimoniales, vinculados a delitos o violencia, entre otros.

El reto está servido de cara a un cronograma legislativo, ya aprobado por el Parlamento, y que generará jornadas intensas en la próxima década. A juicio de González Ferrer, la permanencia de estereotipos sexistas en los entornos familiares constituye una amenaza y obliga, además, a explicar detalladamente los cambios que deberán incluirse en las leyes, para no limitar los derechos de las personas a partir de prejuicios.

Para otra experta en el tema, la psicóloga Patricia Arés Muzio, no valen visiones “ni apocalípticas ni idealizadas”. A su juicio, las familias cubanas “viven transiciones complejas, múltiples y encontradas” y tanto juristas como cientistas sociales y decisores de políticas necesitan miradas transdisciplinares, complejas, holísticas y humanistas para poder comprenderlas.

Quizás uno de los primeros y mayores desafíos de estas leyes que vendrán pasan por dejar de ver a la familia como un espacio privado y reconocerle su alcance público, social y político, reflexionó, por su parte, González Ferrer. Para ello, se requieren miradas a la familia no solo desde el Derecho, sino también desde ciencias afines como la Psicología, la Sociología, la Demografía o las Estadísticas.

Especialistas coinciden: en esta visión inclusiva, cada vez más pluralista de la familia, deben prevalecer el amor, los afectos, las emociones, la solidaridad, la responsabilidad y el sentido de convivencia, por encima de estereotipos sexistas o de requerimientos normativos. Y quizás entonces, la próxima entrega de Magda González Grau pueda contar la historia de otra Belisa, una en la que el clímax no tenga que ser un portazo.

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