Maryam Canejo - Red Semlac.- Polémica, esa es quizá la palabra que mejor describe a la telenovela cubana El rostro de los días, que llega a la pantalla chica cada lunes, miércoles y viernes y que muchos siguen con atención y cautela. 


Sería un tanto ingenuo aproximarse a ella y a su representación de los estereotipos de género, sin tener en cuenta que se trata de una realidad ficcional y que, como tal, crea o refuerza maneras de entender nuestro entorno. Vemos la telenovela cubana cuando falta poco menos de un año para refrendar un nuevo Código de las familias y en un momento en que, con la emergencia del internet en la vida cotidiana de cubanas y cubanos, la violencia de género, los cuestionamientos a los roles de género, el feminismo y todo lo relacionado a la vida de la mujer se han convertido en parte de la agenda pública.
El análisis crítico de los desafíos de lo que significa ser mujer ha llegado de la mano de esta telenovela y ha desatado una justa polémica en redes sociales, que va desde la historia de acoso sexual a una niña de 14 años, hasta cuánto significa la maternidad en la vida de ellas, nosotras.
Y es que todas las historias están centradas en la maternidad y, por extensión, en la mujer, o a la inversa. Todo modelo de independencia femenino está construido desde la maternidad y los deseos de tener hijos. De entre todos los personajes femeninos, solo uno se cuestiona la viabilidad de un embarazo, lo hace por razones económicas y se trata de una mujer negra, perteneciente a la única familia negra de la novela que, además, es pobre y debe enfrentarse a la inminencia de un tercer hijo, mientras la casa presenta serios problemas de habitabilidad.
¿Por qué no se habla de aborto en esta telenovela? ¿Por qué no es parte de las posibilidades de ninguna de las mujeres ficcionadas? Teniendo en cuenta que la trama se desarrolla en Cuba, cuenta historias de mujeres cubanas y que, en la isla, el aborto es una práctica médica disponible para todas, incomoda a ojos telespectadores que la decisión libre y legítima de no tener un hijo no aparezca, en un acto de ausencia escandalosa del guion, al menos hasta el momento en que cierran estas líneas. Precisamente, la ausencia del aborto como posibilidad, hasta ahora, es uno de los más polémicos subtextos de esta telenovela; una idea que subyace sobre la idealización de la maternidad y la parentalidad, despojadas, en esta oferta televisiva, de complejidad alguna.
La referencia a la parentalidad se debe a la inclusión de un hombre ficcional, padre, viudo, que se acoge a una licencia de paternidad para cuidar a su bebé. Aunque con esta historia podría decirse que la telenovela contiene la representación de la paternidad responsable –y aquí cumple su función de modelización social–, también nos presenta una rutina doméstica sencilla, sin complicaciones, donde el bebé duerme o come, pero jamás llora durante toda la noche, ni tiene cólicos, ni se enferma.
Si lo pensamos de manera global, la telenovela nos presenta una hipersimplificación de la omnilateralidad de los sujetos-mujeres, al abordarlas desde la maternidad; así como una hipersimplificación de la parentalidad y todo lo que implica la reproducción social al interior del espacio doméstico. Esta visión unilateral de la maternidad y la paternidad puede leerse como una apelación a los telespectadores hacia una mayor disposición a la función reproductiva.
Ahora bien, cabría preguntarse las implicaciones de este mensaje en la Cuba actual. Atravesamos un período de envejecimiento demográfico y el índice de natalidad no garantiza la emergencia de la fuerza productiva suficiente para dinamizar y mover la economía del futuro.
Sin embargo, aunque tal sea la situación, no justifica un tratamiento de la maternidad desde una perspectiva tan positivista. La representación de los estereotipos de género presentes en El rostro…, desde una visión excluyente de lo que significa ser madre, resulta también un abordaje reduccionista que suple la multidimensionalidad de lo que implica desempeñarse como mujer en las sociedades de hoy y cuánto la maternidad impacta directamente en el desempeño profesional de ellas.
Reducir las mujeres a sus cuerpos constituye una parcelación del ser, que luego se intensifica cuando el útero como gestor de vida sirve o tributa a la parcelación del cuerpo mismo. Acercarse a ellas desde la maternidad, y desde la prioridad que este proceso “debe” tener en sus vidas, las fragmenta como sujetos, una idea que se refuerza cuando la vida de los personajes mejora o cambia a partir de un embarazo o del hogar materno. El ejemplo más manifiesto de ello entre los personajes es la muchacha con problemas de conducta, infectada por el VIH, que vemos en una escena posterior como una mujer reformada con su bebé en brazos. Se repite una vez más la presentación positivista de la maternidad, supuesto santo grial de resolución de los conflictos de la vida y las personas.
Si bien tenemos, por un lado, la presentación mítica de la función reproductiva, también hay mensajes aleccionadores, como el castigo repetitivo que a nivel de guion tiene el personaje de Aurora, quien abandonó a su hija en un hospital cuando era una adolescente y por miedo a su familia. Pongamos a un lado la verosimilitud de esta historia, ese concepto tan importante dentro de la ficción, y vayamos a su tratamiento: pesa sobre Aurora el cuestionamiento constante de “¿cómo pudiste hacerlo?”, sin que medien en absoluto todas las demás condicionantes que conducen a una adolescente a abandonar a su hija. Y aquí se hace evidente el acercamiento a la mujer a partir del cumplimiento, o no, de su rol de madre. Una historia que, además, parece que se ubicará en cierto paralelismo asincrónico con la historia de Lia, la niña de 14 años que también tiene razones para no querer un hijo, solo que, en este caso, es resultado de la violación de su padrastro. Llevar a término este embarazo en la telenovela sería un intento de “salvar” una historia con otra –teniendo en cuenta los conceptos desde los que se construye la trama– y retomar el ideal mítico de maternidad a cualquier costo.
Por otro lado, explicaciones repetitivas del personaje de Aldo naturalizan el maltrato verbal y la violencia psicológica. El problema aquí no estaría en la presencia de este discurso, sino en la ausencia del contra-discurso.
Evidentemente, la telenovela cubana está asentando estereotipos de género tradicionales, en correspondencia y alineación con una cultura patriarcal y un entendimiento del rol social de las mujeres desde la división sexual de la sociedad, y desde lo que ellas deben aportar a partir de sus cuerpos como engendradoras de vida. Un guion escrito para abordar la maternidad podría haberlo hecho desde una perspectiva no unidimensional, ni desde el mito; sino desde una aproximación complejizadora, que contribuyera a la división simétrica de los cuidados en las parejas, la corresponsabilidad e incluyendo el aborto como justo derecho de las mujeres.

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