Sara Más - Revista Mujeres.- Ahora que la COVID-19 ha hecho muy visibles y centrales los cuidados, los propios y los ajenos; cuando una jornada se superpone implacablemente sobre otra, sería bueno aprovechar tan prolongada circunstancia para revisar un término que, por tanto uso y costumbre, seguimos invocando: el de las “amas de casa”.


Porque esas mujeres que habitualmente consumen sus días haciendo de todo para todos y carecen de empleo remunerado, no son precisamente dueñas, propietarias ni emperatrices de casa. Ellas trabajan muchísimo, en toda la extensión de la palabra. Nada de amas. En todo caso, trabajadoras domésticas no remuneradas.

La expresión seguiría conjugada casi siempre en femenino, todavía, porque son mayoritariamente mujeres quienes viven esa experiencia de asumir casi todo lo  doméstico cuando no se emplean en la economía como asalariadas; aunque se incorporan más o menos más gente de la familia a esa ruta de labores  inevitables y necesarias.

El imaginario propio y el ajeno les destina a la mayoría de las mujeres ese encargo: si no están haciendo nada, ¡si no están trabajando!…..pues a encargarse de la casa. Podría parecerle justo al resto de la familia, al vecino, a ella misma. Pero eso implica una lista pesada y larga, porque organizan, recogen, lavan, cocinan, planchan, suministran medicamentos, hacen mandados, controlan el caos, gestionan el día a día, administran los recursos…y varios etcéteras.

Sin embargo, la presunción que verbalizan en la frase “yo no trabajo, soy ama de casa” ha taladrado tan hondo que, a veces, se sorprenden ellas mismas repitiendo miméticamente el bocadillo, aunque ciertamente cada vez con menos frecuencia.

Tal desestimación tiene que ver, en parte, con que el trabajo que se produce en los hogares sigue subvalorado social y económicamente, no se le reconoce como tal, no se contabiliza en las cuentas nacionales y muy pocas veces se paga, aunque abarca muchas facetas imprescindibles para el sostenimiento, la producción y reproducción humanas. Que sin comer, dormir, descansar y un ambiente saludable no hay felicidad ni vida posible que se sostenga a mediano y largo plazos.

Hay bastante que se trae en vena y cerebro, por ese aprendizaje social que se inculca y prende desde temprano de que “hay saber llevar las riendas de una casa", sea cuando se casen o se independicen de sus padres. Una encomienda que no se ofrece ni inculca por igual a los varones, bajo el manto de una cíclica educación y socialización sexista que, además, se naturaliza.

Aunque se han abierto brechas con el tiempo y el empuje de prácticas más justas que apuntan a la conciliación familiar, lo cierto es que en la mayoría de los hogares cubanos reina la distribución de las tareas domésticas en función del sexo, se sobrecarga a las mujeres y ahí sí que no las discrimina por edad, estado civil, profesión, categoría ocupacional, color de piel o zona geográfica. Un mal puerto en el que desembarcan también las otras mujeres al final de la tarde, las que “trabajan en la calle” y luego hacen segunda jornada doméstica, sin pago, en la casa.

La Encuesta Nacional de Igualdad de Género de 2016 indica, por ejemplo, que las cubanas dedican 14 horas semanales más que los hombres a las labores domésticas y el cuidado de familiares dependientes, como niñas, niños y personas adultas o enfermas. Destinan así más horas a planificar, cocinar y servir la comida, además de fregar. En la limpieza e higiene del hogar, por ejemplo, consumen 7,13 horas cada semana, a diferencia de sus pares varones, con solo 3,71 horas como promedio, indica el estudio.

A cuenta de los valores creados por las mujeres en la reproducción no remunerada de la vida familiar y doméstica corren, incluso, los ahorros familiares. ¿Cuánto habría que pagarle a una persona contratada para que limpie, a otra para que cocine, a una tercera para que lave; o a una que haga de forma simultánea y alternada todas esas tareas?  Esos y otras gastos se evitan y ahorran cuando las tareas quedan en manos de las mujeres de las mujeres de la familia que lo hacen sin recibir pago a cambio.

De modo que estaría muy bien si, con plena conciencia del acto, mayor justicia y rompiendo la mala costumbre que nos acompaña, pudiéramos sacar de los discursos, las estadísticas, los anuarios y el relato cotidiano un eufemismo más de los muchos que frecuentemente nos acompañan. A ver si conseguimos desterrar esa falsa invocación de seguirle llamando “amas de casa”, por favor, a esas mujeres que tanto trabajan.

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