Foto: TV Avileña

Dixie Edith - Letras de Género / Cubadebate.- “Ustedes no tienen ese problema, porque en Cuba no se hace crónica roja”. La frase me la soltó casi a “bocajarro” una colega dominicana en 2017, durante los debates de un Taller de Periodismo con Perspectiva de Género impulsado por el Tribunal Supremo Constitucional de ese país. Entonces, una preocupación concreta de periodistas y comunicadores en la nación caribeña era, justamente, cómo frenar la ola de morbo y revictimización de mujeres, golpeadas o asesinadas, que acaparaba titulares y primeras planas de algunos medios de prensa.


Efectivamente, en Cuba, por suerte, sangre y disparos no se han robado el protagonismo de las noticias. Pero los tiempos han cambiado y, con ellos, la manera en que asuntos como la violencia de género llegan a las plataformas de comunicación.

A diferencia de poco más de una década atrás, cuando el primer reclamo de quienes estudiaban el tema en el país estaba dirigido a la necesidad de visibilizar estas formas de maltrato en la prensa -y de contar con estadísticas para poder hacerlo con datos certeros-, la situación de hoy exige conocimientos, ética y profundidad para investigarlas y publicarlas. Porque, de la mano de los avances de las TICs, también nos llegó una diversificación y democratización de las plataformas a través de las cuales las personas reciben información de todo tipo, no siempre para bien.

En 2016, en su primer Informe Nacional sobre la Implementación de la Agenda 2030, Cuba constató la incidencia de 0,99 femicidios por cada 100 mil  adolescentes y mujeres de 15 y más años. Por su parte, la Encuesta Nacional de Igualdad de Género, también de 2016, realizada por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) y la Federación del Mujeres Cubanas (FMC), reveló que más del 32 por ciento de las mujeres entrevistadas había sido objeto de violencia en algún momento de su vida. ¿Son todas las estadísticas que necesitamos? ¿Resultan exactos estos conteos? Obviamente, no.

En general, el comportamiento global del fenómeno –y Cuba no escapa a esa realidad- apunta a que muchísimas veces la violencia de género es sub declarada y no pocas víctimas, enredadas en un ciclo del que les cuesta mucho salir, o no denuncian, o retiran su acusación por causas disímiles que abarcan los ámbitos psicológicos, económicos, familiares y un sinfín de etcéteras.

Justo este jueves 10 de diciembre, cuando la FMC y Prosalud presentaban formalmente la ampliación de los servicios de la Línea telefónica 103 para brindar apoyo psicológico y orientaciones diversas a víctimas de violencias de género, la doctora Mayda Álvarez, directora del Centro de Estudios de la Mujer,  destacaba que además de su evidente utilidad humana y social, esta nueva opción también será vital para contar con un mejor panorama de cómo se comporta el fenómeno en el país.

La mejor noticia de estos días es, sin dudas, el compromiso cubano -gubernamental e institucional- para prevenir y sancionar las violencias de todo tipo y en particular las de género. Hacerlo visible, sin embargo, entraña otros desafíos, muchos de ellos relacionados con la comunicación. No se trata solamente de publicar más, sino de hacerlo mejor. Es por eso que urgen acercamientos integrales, que tengan en cuenta todas las intersecciones e impactos de las violencias de género.

El tratamiento mediático de los actos de violencia contra mujeres a nivel mundial mantiene mecanismos de ocultamiento que desvirtúan la realidad y gravedad del asunto. Entre ellos se encuentra la utilización de términos confusos para definir la situación. Otras prácticas comunes son diferenciar a las víctimas según su estrato social y formación académica; o acudir a narraciones sensacionalistas; omitir información importante; justificar al agresor con patologías psiquiátricas o, simplemente, retratar el feminicidio como un drama o tragedia inevitable. Presentar el feminicidio o la violencia de género como un “arranque” o como un efecto de la “pasión”; atribuirlo al alcohol o a las drogas, no ayuda a prevenir el maltrato.

A los medios les queda, además, un largo camino por recorrer con respecto a la representación de los géneros. La escasez de recepción crítica en materia audiovisual hace del espectáculo un componente esencial cotidiano para la creación de productos comunicativos donde la búsqueda de audiencia se coloca por encima de consideraciones éticas. Esto propicia puestas en escena que apelan al componente sexual, fenómeno en el cual son los cuerpos femeninos los protagonistas por excelencia.

Los medios de comunicación no determinan la violencia de género, pero sí contribuyen a reforzar estereotipos acerca de ella. Las concepciones de género, es decir, las características que en determinado contexto social se asignan a mujeres y hombres, están instaladas en el imaginario social, y los medios de comunicación las reproducen, muchas veces sin siquiera ser conscientes de ello. Justamente, visibilizar lo inconsciente es la tarea fundamental de la comunicación para contribuir a contrarrestar la violencia de género.

Resulta imprescindible, en un indiscutible primer lugar, que la información relativa a un caso de violencia no se convierta en un espectáculo trágico o en una de las crónicas rojas a las que aludía la colega dominicana. Nos toca, en cambio, visibilizar la violencia de género como un fenómeno presente en el país en todas sus manifestaciones, que trae consecuencias negativas para la vida de quien la padece, de su entorno y para toda la sociedad.

En tiempos de comunicación multimedial y multicanal, donde quienes consumen información no son ya simplemente “audiencias contemplativas”, sino “productores conectados”, como acuñara el experto colombiano Omar Rincón, los medios de comunicación -la prensa, la radio y la televisión, pero también las redes sociales, el cine, las historietas, los videojuegos o la música-, deben tener en cuenta estos y otros principios básicos a la hora de construir contenidos sobre este tema. Para no errar y, sobre todo, para no revictimizar.

Es importante, también, identificar el fenómeno como una violación de los derechos humanos que atenta contra la libertad y la dignidad de las mujeres. Y, en buen cubano, llamar a las cosas por su nombre. El término “feminicide”, por ejemplo, lo acuñó la sudafricana Diana Russel en 1992 y buscaba designar los asesinatos misóginos practicados contra mujeres, alejándolos de la neutralidad de la palabra homicidio. Más tarde, la feminista mexicana Marcela Lagarde lo tradujo al español como feminicidio, que apunta como culpables de la muerte de mujeres al machismo y a la misoginia.

A las víctimas de violencia, además, debemos protegerlas. Y eso pasa por no difundir sus imágenes, datos personales o detalles del espacio donde habitan o laboran. Nos toca, además, aportar soluciones posibles, informar acerca de los recursos existentes, teléfonos de emergencia y lugares adonde solicitar ayuda. Ahora contamos con recursos para hacerlo. Tambien este jueves la FMC presentó un mapa de servicios para atender la violencia que estará disponible, incluso, como una aplicación para teléfonos móviles.

Es importante también evitar la estigmatización, la culpabilizacion y la sexualizacion de las mujeres que padecen o han padecido violencia porque, si no, corremos el riesgo de terminar legitimando los actos de violencia. Cuando se describe a mujeres víctimas de violencia señalando que “beben alcohol”, les gusta “salir de noche” o vestirse de determinada manera, se está montando una imagen de personas que son “merecedoras” de la violencia. Cuando hace pocas semanas un capítulo de la serie “De amores y esperanzas” cuestionaba, en medio de un proceso legal, si la víctima era o no una “mujer decente”, estaba haciendo, exactamente, lo que no se debe: revictimizando.

La esencia, en cualquier caso, es que una mujer murió. Y ante ese hecho no valen juicios morales, ni comparaciones estadísticas. En un proyecto humanista como el nuestro una sola muerte –o una sola mujer maltratada- es suficiente para trabajar desde todos los espacios. Y hacerlo bien. Porque no queremos ninguna.

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