Nailey Vecino Pérez. Especial para SEMlac Cuba.- Marie Curie es, hasta el momento, la única persona en el mundo ganadora de dos Premios Nobel en diferentes categorías (Física, 1903 y Química, 1911). Fue Ada Lovelace, matemática y escritora, quien dedujo el algoritmo de la programación informática; Vera Rubin, quien halló la materia oscura; Caroline Herschel, la descubridora de ocho cometas y coinventora del telescopio Herschel.


La neurobióloga Rita Levi Montalcini identificó la sustancia conocida como factor de crecimiento de los nervios, aporte por el que recibió en 1986 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina; en tanto, Dorothy Crowfoot Hodking, química británica, descifró en 1969 la estructura cristalina de la insulina, medicamento fundamental en el tratamiento de la diabetes mellitus.

Rosalind Franklin, utilizando la técnica de fracción por rayos X, obtuvo la imagen clave de la estructura del ADN, y la francesa Francoise Barré-Sinoussi fue quien reconoció, junto a Luc Montaigner, el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).

Ejemplos sobran para contrarrestar a quienes dudaron, o aún dudan, de la capacidad intelectual de las mujeres. Si bien la lucha por librarse de la hegemonía patriarcal ha sido escabrosa, no ha faltado la mujer dispuesta a transgredir los patrones “preestablecidos” por una sociedad históricamente machista.

Más allá de las tareas del hogar, el cuidado de los hijos, las manualidades y las novelas, muchas sintieron la inclinación por descubrir otras profesiones. Las amantes de las letras se vieron entonces obligadas a esconderse tras un seudónimo, la doctora a vestirse de hombre y la científica a mantenerse a la sombra del esposo.

Algunas consiguieron el mérito que merecían; otras, en cambio, tuvieron que ver cómo sus congéneres masculinos eran premiados por logros que ellas habían conseguido. La propia Curie no obtuvo reconocimiento en público hasta que su esposo pidió que dejaran de otorgarle los créditos que ella merecía.

De ejemplos como este está plagada la historia de mujeres en la ciencia. Figuras olvidadas, escondidas u opacadas por la reiterada mención de una estampa masculina. Entre otras muchas razones, porque la promoción del conocimiento científico no se ha hecho desde perspectivas de género.

Ha sido un reto para la mujer derrumbar el mito de que la ciencia es masculina. El simple hecho de pertenecer al sexo femenino constituía antaño una traba, a menudo insalvable, para acceder a laboratorios y dedicarse a la ciencia como profesión. En la actualidad, si bien la panorámica es muy diferente, factores psicológicos y sociales heredados de etapas precedentes influyen, tanto en que las mujeres no opten en su mayoría por carreras científicas, como en que el gran número de científicas con las que cuenta actualmente la humanidad se mantenga sin el merecido reconocimiento.

Para ilustrarlo, resulta referencia obligada la historia reciente del Premio Nobel, máxima distinción otorgada a investigadores por los hallazgos y contribuciones en los campos de Literatura, Paz y Ciencias (económicas, físicas, químicas y fisiológicas o médicas). De los 920 premios otorgados desde la primera vez en 1901 hasta 2019, solo 52 han sido para mujeres,

aproximadamente el nueve por ciento del total.

¿Cuántas mujeres científicas se recuerdan de los libros de historia, ciencias naturales, matemática, física? ¿De cuáles hablaron los maestros? ¿Cuántas noticias de ellas se reciben a través de los medios de comunicación? Las mujeres siempre han estado en todas las esferas, y a todos los niveles, pero no se ven.

La historia se ha encargado de esconderlas, de subestimarlas, como lo hicieron alguna vez destacados escritores y pensadores como Aristóteles, Erasmo de Rotterdam, Dostoievski, Pitágoras, Schopenhauer, Oscar Wilde, Santo Tomás de Aquino, Eurípides…

Una excepción, quizáz, se ha visto en este último año, durante la cobertura que los medios de comunicación cubanos han dado a la pandemia de la covid-19. El tratamiento al nuevo coronavirus en Cuba ha sido, de manera general, oportuno y creativo. Ha sacado a la luz rostros ocultos de la ciencia en el país y, si bien la mayoría de ellos responden a una figura femenina, no significa que se dejen de reproducir roles y estereotipos patriarcales.

Las mujeres representan hoy en Cuba más del 65 por ciento de toda la fuerza científica del país y cerca del 48 por ciento del total entre quienes trabajan en los llamados Polos Científicos productivos. No obstante, constituyen tan solo 30 por ciento de la membresía de la Academia de Ciencias y dirigen apenas la cuarta parte de los más de 200 centros científicos que existen en el país.

El debate en torno a cómo avanzar y alcanzar mayores metas en medio de un mundo androcéntrico, que reproduce prejuicios y estereotipos en su cultura, aún está latente. Ante este fenómeno, en el periodo de 1970 al 2000 se incrementaron visiblemente las investigaciones sobre las contribuciones de las mujeres en la ciencia. Se hizo cada vez mayor el número de autoras que analizaban en sus textos la subordinación, difamación y visiones distorsionadas a las que, a lo largo de la historia, habían sido sometidas las mujeres científicas.

Ya desde este periodo el feminismo comenzaba a integrarse a la producción científica de la historia, la sociología, la antropología, y se intensificó la labor de todo un conjunto de catedráticos y catedráticas que desde el pasado siglo mostraron sus inquietudes por la producción y vínculo científico de las investigadoras mujeres. De ahí que aumentara el interés por los estudios de género referidos a la ciencia en las universidades.

La perspectiva de género llegó entonces para favorecer la inclusión de visiones conceptuales y metodológicas a las diferentes visiones críticas y constructivas de la participación de las mujeres y los hombres en la generación del conocimiento; y permite entonces el fomento de la inclusión más amplia de las mujeres en áreas como las científicas, pues de otra manera se reproducen los modelos de participación tradicionales del trabajo y en el ejercicio del poder.

Posicionándose desde una perspectiva de género, es posible abordar la presencia de la mujer en una esfera históricamente vinculada al sexo masculino, como la ciencia, y rescatar del silencio a figuras poco citadas en los medios de comunicación. Como impactos posibles, a la nueva generación de muchachas y muchachos inclinados por las ciencias le permitiría una visión más completa sobre la investigación científico-técnica en el país y paradigmas femeninos para imitar.

Además, contribuiría a avanzar hacia un conocimiento más profundo sobre enfoques de género vinculados a esta rama, y ayudaría a promover la equidad entre hombres y mujeres en el sector científico.

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