Ania Terrero y Dixie Edith - Letras de Género / Cubadebate / Imagen: Helen Cook / Flickr.- Este primer año de las Letras de Género ha sido tremendo. Cuando el 5 de enero de 2020 el primer episodio de esta columna vio la luz, no podíamos imaginar lo raro y complejo que serían los siguientes doce meses.


En un período marcado inevitablemente por la COVID-19, navegamos entre aislamientos, medidas higiénico-sanitarias y sacrificios, que no solo dejaron secuelas en la economía, la ciencia y nuestras rutinas, sino que agregaron tensiones a los desafíos de género en Cuba y el mundo. 

Sin embargo, ajustamos nuestros modos de trabajar, recurrimos más que nunca a las entrevistas por teléfono, correo electrónico o redes sociales e intentamos ser fieles al compromiso marcado de reflexionar, una vez a la semana, acerca de cómo los mil y un asuntos de la vida diaria impactan de forma diferenciada a mujeres, hombres y también a personas de diferente orientación sexual, identidad de género o que son diversas de otras muchas maneras. 

Justo un año después, con cincuenta Letras de Género publicadas -contando esta de hoy-, las respuestas de decenas de especialistas y cientos de comentarios recibidos, han pasado por nuestro espacio las dobles jornadas de trabajo de muchas mujeres; la no remuneración de las labores que se realiza en el hogar o en función del cuidado de la familia –aún más intensas durante el confinamiento obligado por el nuevo coronavirus-; la distribución preestablecida y estereotipada de roles por sexo que limitan las posibilidades de desarrollo de unas y otros; el acoso naturalizado en piropos; el sexismo en medios de comunicación, productos culturales, humorísticos, audiovisuales y el desafío de garantizar todos los derechos para todas las personas, de cara a la próxima discusión y aprobación del Código de Familias. 

Escribimos también sobre maternidades y paternidades compartidas, sobre cómo educar sin estereotipos a las generaciones más nuevas, desechando todas esas herencias machistas que dividen su mundo en azul o rosa. Compartimos experiencias de formación sexual para jóvenes y adolescentes en un país donde el matrimonio infantil y los embarazos adolescentes son conflictos latentes. Hablamos de medio ambiente, agricultura, salud, erotización infantil, divorcios y mujeres de mediana edad. 

Insistimos en la necesidad de generar cada vez más estadísticas con perspectiva de género, en los riesgos de la masculinidad hegemónica, los cánones de belleza o el mito del amor romántico y en las barreras que enfrentan las mujeres en espacios tradicionalmente masculinos, como los cargos de dirección o la agricultura. Incluso, hubo tiempo para analizar novelas y muñequitos. 

Abordamos, mucho, las diversas manifestaciones de violencia de género en Cuba. Confirmamos, con insistencia, que no solo existen y urge hablar de ellas, sino que muchas personas desde múltiples espacios las estudian y enfrentan. Identificamos experiencias de acompañamiento a víctimas, conocimos proyectos y campañas que las visibilizan con herramientas diversas y estudiamos cómo abordarlas en medios de comunicación o redes sociales.   

Seguimos de cerca las propuestas, medidas e iniciativas que se articularon en el país para enfrentar los estereotipos y conflictos machistas, desde sus versiones más solapadas hasta la violencia de género. Estuvieron en nuestra columna, con sus fortalezas y retos, la aprobación del Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres (PAM), documento programático para el empoderamiento femenino en la Isla; la habilitación de la Línea 103 para la atención y derivación de denuncias o inquietudes vinculadas a las violencias de género y otros maltratos que ocurren en el escenario familiar y el lanzamiento de la Campaña Junt@s por la No Violencia, primera iniciativa de este tipo de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) para visibilizar el compromiso institucional con la eliminación de este conflicto, aún más en tiempos de cuarentena. 

Temáticas abordadas por la columna Letras de Género en su primer año, según cantidad. Imagen: Dixie Edith / Cubadebate.

Por supuesto, no siempre fue fácil. La cultura patriarcal, transmitida de generación en generación, sigue marcando las relaciones de las mujeres con la sociedad. Los prejuicios, la violencia y el machismo llegaron muchas veces a nuestra sección, camuflados entre comentarios. Los desafíos, por tanto, están ahí e insistimos en identificarlos. 

Un primer acercamiento a los comentarios de las entradas publicadas en esta columna a lo largo de su primer año nos permitió detectar algunas zonas de resistencia en torno a estos temas entre un grupo de internautas que nos siguen. Nos llamó la atención, especialmente, la defensa del acoso callejero, escondido entre piropos, como muestra de “cortesía y caballerosidad”. 

Más de una vez recibimos reacciones que aseguraban ver al piropo “como parte de la idiosincrasia cultural del cubano”, “una práctica buena para la autoestima de las mujeres” o que, incluso, atacaban a quienes lo criticamos marcándonos como “despechadas” o “envidiosas”. En realidad, cualquier invasión no solicitada a nuestro espacio personal constituye una forma de violencia de género y no, no la necesitamos para sentirnos mejor con nosotras mismas.  

En paralelo, confirmamos una subestimación de la violencia y la desigualdad de género en el país, bajo la justificación de que la Isla ya reconoce explícitamente derechos y oportunidades para las mujeres y los problemas existentes son mucho menores que los de otras partes del mundo.

“No entiendo por qué siguen diciendo que en Cuba hay desigualdad de género cuando aquí las mujeres lo tienen todo garantizado y hay leyes que lo validan”, leímos más de una vez.  

De la mano de este tipo de opiniones, llegaron también prejuicios en torno al feminismo y las luchas por la equidad. Desde los que insistieron en que “no imitáramos luchas extranjeras” hasta los que nos desacreditaron por “feminazis” o “defensoras de la ideología de género”. Todo esto, cuando las estadísticas oficiales del país confirman la existencia de feminicidios y de otras formas de violencia y desigualdades, por ejemplo, en el uso del tiempo entre vida doméstica y laboral para hombres y mujeres. Y no, otra vez no, el feminismo no es un extremismo ni lo opuesto al machismo, es la defensa de las mujeres a su derecho de vivir en igualdad de oportunidades. 

Además, muchos comentarios recomendaron hablar de violencia en general, pues “no solo las mujeres pueden sufrirla”. Nos acusaron, incluso, de discriminación. No tuvieron en cuenta que este tipo de agresiones sucede en sociedades donde, por obra y gracia del patriarcado latente, las mujeres suelen jugar con desventaja. No faltaron, por supuesto, quienes culpabilizaron a las víctimas de este tipo de hechos, juzgándolas por la ropa que usaron o sus comportamientos. 

“Muchas mujeres aceptan hacer esos videos que se comentan, aceptan que sus parejas las maltraten, aceptan no tener igual derecho en sus trabajos. En fin, no creo que nuestro sistema sea racista o que discrimine a la mujer, son las personas quienes no hacen valer sus derechos muy bien establecidos en nuestras leyes”.

Sí, leímos opiniones así, lo que confirma que estas Letras… tienen mucho que bregar todavía. 

Otras reacciones recibidas limitaron abiertamente el empoderamiento femenino, en tanto entendieron que entre hombres y mujeres hay “diferencias genéticas y biológicas insuperables”, por lo que el deber primero de estas últimas es cumplir con roles “domésticos”, “sensibles” y “maternales”. 

Por ejemplo, un usuario nos “explicó” que “no se trata de que una mujer no pueda realizarse profesionalmente, sino que existen funciones específicas para ella en una familia”. Por tanto, cuando se deciden a formar una, “es lógico que sus prioridades cambien, de lo contrario serían malas madres”. 

No sabemos cómo lo verán ustedes, pero a nosotras nos resulta evidente la necesidad de seguir insistiendo en que se conformen familias menos estereotipadas, donde madres y padres compartan las labores domésticas y de cuidados para desarrollarse a la par en el campo profesional. Vaya, que, a décadas del debate social desatado por Retrato de Teresa, parece que eso aún no está tan claro. 

Fue palpable también, el rechazo a la diversidad y el reconocimiento de iguales derechos para todas las personas y familias, sin importar su orientación o identidad sexual. Pero eso merece otro trabajo. 

Si algo confirma este análisis apurado es aquello que dijera la profe Isabel Moya en su última entrevista: el primer peligro de las mujeres de este archipiélago sigue siendo, justamente, pensarnos que ya todo está hecho, todo conquistado. Nada más lejos, desmontar estereotipos y arrancar de cuajo los mitos que nos limitan es más importante que nunca. 

Por eso, en un nuevo año donde la COVID-19 sigue modificando rutinas y el proceso de ordenamiento económico marca nuevas agendas y desafíos (también de género), insistimos en reflexionar en colectivo sobre asuntos que a fuerza de mucho repetirse se han vuelto tan naturales, que no los reconocemos como deudas, como puntos pendientes. Ojalá y, tras su primer aniversario, este siga siendo un espacio para pensar y soñar, donde “lo personal sea político” y donde quepan muchas reflexiones, críticas, soluciones. Las de ustedes también. 

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