Red Semlac / Imagen tomada de La Nación.- Todavía entre los ecos de las muy recientes Olimpiadas de Tokio, identificadas por no pocos especialistas por sus avances en equidad e igualdad de género, y en momentos que otros eventos deportivos acaparan transmisiones televisivas y mensajes en las redes y sitios de noticias, No a la Violencia propone reflexionar sobre la violencia simbólica en las coberturas deportivas. Tres periodistas con formación en género y deportes, y que siguieron con sistematicidad los juegos olímpicos, responden a las interrogantes de este espacio: Ania Terrero, del portal digital Cubadebate, Jesús Muñoz, del Sistema Informativo de la Televisión Cubana y Liz Armas, del portal digital CubaAhora.


¿A qué nos referimos cuando hablamos de violencia simbólica en las coberturas deportivas? ¿Dónde están sus principales causas?

Ania Terrero: Cuando hablamos de violencia simbólica en las coberturas deportivas, estamos aludiendo a noticias, reportajes, a todas esas coberturas que se producen en escenarios deportivos y reproducen estereotipos y prejuicios sobre mujeres y hombres, encasillándolos en determinados roles machistas que durante años hemos arrastrado y  sobreviven en esos espacios: el hombre fuerte y proveedor y la mujer débil que se queda en casa, entre otros de ese corte. Pese a que en el deporte cada vez hay más oportunidades y espacios de derechos, a la par siguen quedando rezagos patriarcales y eso se nota, sobre todo, en las coberturas de prensa.

Pasa, por ejemplo, como vimos en las últimas olimpiadas, que cuando se reporta el triunfo de una mujer se le suele asociar a un hombre, lo mismo deportista, entrenador o pareja famosa. O cuando una atleta importante rompe un récord y la comparan con un referente masculino como Usain Bolt. O cuando una tenista gana una medalla de plata para España y el titular es: “la ex de Broncano gana medalla…” u otros similares, aludiendo a su relación con el humorista David Broncano, algo que el propio artista cuestionó con fuerza en sus redes sociales.

Ocurre también que hay una cobertura sexista que trasciende los verdaderos valores deportivos de las mujeres y las juzga y evalúa por su belleza u otros atributos físicos. Entonces vemos la lista de las “10 atletas más hermosas de los juegos olímpicos”. Igual, hay violencia simbólica cuando se publican fotografías, audiovisuales, planos de imágenes que se centran más en visiones sexistas de los cuerpos; o cuando las mujeres siguen usando vestuarios más provocativos que los de los hombres, sin una razón deportiva que lo justifique; o cuando suceden cosas más escandalosas como que un periodista se crea en el derecho de decir que una deportista es muy bella y triunfó porque “sedujo a los espectadores con su maravillosa figura”.  

Los hombres tampoco están exentos de la violencia simbólica. Hay un ideal de hombre deportista fuerte, rudo, masculino y cuando uno no encaja, es discriminado por los públicos y por los medios de comunicación.

Jesús Muñoz: Cuando hablamos de violencia simbólica hacemos referencia a todas aquellas manifestaciones comunicativas sexistas que reproducen roles, estereotipos o discriminaciones contra las mujeres en la comunicación deportiva y la industria cultural que rodea estos acontecimientos. Entre las más concretas encontramos la utilización del masculino grupal para referirnos a los colectivos de atletas donde participan hombres y mujeres; la sobreutilización de diminutivos para referirse a las mujeres deportistas, a partir de la creencia de que, con términos como muchachita, jovencita o «es apenas una niñita» provocamos un efecto de cercanía o emotivo en las audiencias.

Hay manifestaciones que denotan un mayor machismo, como por ejemplo las listas de atletas más bellas de los juegos olímpicos, así como las comparaciones estético-deportivas en «positivo» y «negativo», pero ambas igual de sexistas. Esto último se refleja cuando se dicen frases como «no es una atleta de grandes resultados, pero adorna la competencia con su belleza», o «aunque sus habilidades no son tan notables como las de los hombres, se disfrutan estas competencias porque ellas tienen lo suyo en el deporte y además una gran belleza» (dos ejemplos en negativo). En positivo, se dice: como «es una gran atleta y también podría ser modelo por su belleza»; «esta muchacha lo reúne todo, talento y belleza». Ese tipo de afirmaciones machistas obvian el hecho de que las atletas están en un evento para ser juzgadas por su habilidad para el deporte y no por su apariencia física

Hay otras cuestiones que emergen tras los análisis, como el desequilibrio en la cobertura mediática, que se traduce en menos transmisión de sus competencias, aunque este último elemento es menos frecuente en el caso cubano, sobre todo en juegos olímpicos. No obstante, sí se aprecia en otros certámenes o en la cotidianidad de las transmisiones del universo atlético.

La violencia simbólica está presente en el deporte porque es un espacio pensado desde lógicas machistas y masculinas. Pese a los avances de las mujeres y logros notables en cuanto a inclusión e igualdad de género en este ámbito, continúa el deporte como un escenario hipermasculinizado, que arrastra la herencia de que históricamente ha sido creado, regulado y disfrutado mayormente por hombres. Y no me refiero a las grandes lides, sino en general a la práctica de actividad física, porque se supone, desde visiones machistas, que es un ámbito importante en la socialización de los hombres desde niños y menos adecuado para las niñas y adolescentes. También hay valores que se asocian al deporte, como la rapidez, fuerza, capacidad de exponerse a situaciones límite, que el canon patriarcal asegura son más visibles en los hombres y menos en las mujeres, razón que genera la falsa creencia de que los deportes practicados por mujeres son aburridos.

Liz Armas: Probablemente en las coberturas deportivas sea donde más se evidencia la violencia simbólica. En trabajos periodísticos, narraciones o comentarios es común que se refieran a determinada atleta como “la esposa de…” (también sucede a la inversa), como si sus resultados no fueran suficientes por sí solos. También suelen decir, por ejemplo, “la Michael Phelps de…” para definirla en relación con un hombre; mencionar aspectos físicos o personales que van más allá de lo deportivo; resaltar que una mujer obtuvo determinado resultado “a pesar de” ser madre, como si esto la limitara en algo; decir que “para ser mujer” hizo buen tiempo en la carrera, o que determinado deporte no es para mujeres.

Las causas pueden estar en que, históricamente, el área del deporte ha sido muy masculinizada. Como consecuencia, el periodismo deportivo y algunas ramas derivadas han mostrado resistencia a los cambios que propone el feminismo en este sentido. También se debe a la falta de preparación de estos profesionales en temas de género, la escasa capacitación.

Se habla de que las Olimpiadas de Tokio estuvieron más cercanas a una soñada equidad de género ¿Está de acuerdo? ¿Cree que está habiendo menos violencia simbólica en los espectáculos deportivos más recientes?

AT: Creo que sí, que las Olimpiadas de Tokio estuvieron un poco más cerca de la soñada equidad de género, lo cual no quiere decir que se haya conseguido. En términos de números hubo casi paridad, alrededor de 49 por ciento de deportistas mujeres frente a 51 por ciento de hombres, que es lo más cerca que han estado las olimpiadas de la paridad. Es cierto, también, que hubo un diseño consciente para que hubiera números similares de disciplinas femeninas que masculinas; que se incluyeron muchas más competiciones mixtas. Y eso tiene un peso simbólico particular. También fueron los juegos en los que, con diferencia, hubo mayor representación de la comunidad LGTBIQ+. Estamos hablando de que hubo el triple de atletas de identidades de género y orientaciones sexuales diversas que en Río 2016, por ejemplo. Hay hitos que, sin dudas, demuestran que las olimpiadas fueron un paso de avance. Pero todas las batallas no están ganadas. Los entornos deportivos siguen siendo muy violentos. El hecho de que estos juegos se hayan realizado sin público, debido a la pandemia, puede haber evitado enfrentamientos violentos por parte o entre los espectadores. Pero sí se dieron en redes sociales; hubo mucha falta de empatía y personas juzgando atletas por motivos que van más allá de su capacidad deportiva.

Otros pasos de avance tuvieron que ver con la actitud de deportistas. Estuvo el hecho de que Simone Biles abandonara los juegos y pusiera sobre el tapete el debate sobre la salud mental de los atletas y el abuso sexual que sufrió en el equipo de gimnasia de los Estados Unidos. O que el clavadista británico Tom Daley tejiera entre competencias y además celebrara su medalla diciendo que también estaba orgulloso de ser gay y desmontara estereotipos de la masculinidad hegemónica. Igual que la decisión de uno de los equipos femeninos de la gimnasia artística de competir con un uniforme que no mostrara sus cuerpos y fuera tan sexista. O que un equipo de esgrima rechazara públicamente a un deportista al que dejaron competir estando bajo acusación de abuso sexual. Pero este mismo caso evidencia que queda mucho por hacer, porque ¿qué está pasando en el deporte mundial, que una persona que tiene tres acusaciones en proceso por abuso sexual puede competir en los juegos olímpicos? Que haya competido por primera vez una atleta transexual abiertamente reconocida por el COI es muy bueno; que no haya sido la única y que otros atletas trans lo hayan hecho, aunque con menos publicidad, también es bueno. Pero queda muchísimo por hacer, pues esa misma atleta compitió en medio de una dura polémica en redes sociales que pudo amenazar, incluso, su rendimiento deportivo.

En general, creo que sigue habiendo mucha violencia simbólica en torno a los eventos deportivos, pero también muchas más personas luchando abiertamente contra eso.

JM: Es difícil afirmar que hubo más o menos equidad solo por cuestiones numéricas, como es el caso de una mayor paridad en la proporción de hombres y mujeres en rol de atletas, o mujeres en roles de entrenadoras y directivas, que son ejemplos visibles. Lo que sí se puede aseverar, a priori, y sin un análisis profundo, es que, desde su concepción y organización, cada cita olímpica procura acercarse más a la igualdad de género anhelada.

También hay un mayor empoderamiento de las mujeres atletas (algunas con fuertes apoyos de sus federaciones y colegas hombres), que utilizan la cita olímpica como plataforma para, de manera más directa o solapada, realizar demandas o colocar el debate sobre la sexualización a partir de la vestimenta en algunas disciplinas, la cantidad de pruebas competitivas para mujeres y hombres (se ha avanzado mucho en este aspecto, pero hay deportes rezagados), la paridad en los premios monetarios que entregan algunos países, los apoyos gubernamentales en el caso de algunas naciones, la carrera deportiva posmaternidad (y licencias durante la gestación), los patrocinios equitativos, entre otras muchas cuestiones.

Creo que, en general, hay una tendencia a una menor sexualización si se compara con lo ocurrido hace ocho o 12 años, al menos en la comunicación deportiva que se hace desde Cuba. Y hay mayor reconocimiento de algunas prácticas sexistas. Pero, obviamente, hay manifestaciones de violencia simbólica que perduran, como las que he listado anteriormente. Y también urge preparar a la generación emergente de profesionales de la comunicación deportiva, que tienen un reto doble, porque al no llegar la mayoría procedentes de las facultades de comunicación, no han recibido formación en género o masculinidades.

Ahora bien, esto en el ámbito profesional y a partir de una mirada a la relación deporte, medios e industrias culturales tradicionales. El análisis de las redes sociales, la producción comunicativa para algunas plataformas web, los memes, etc. denotan un machismo aún fuerte y que interactúa con audiencias en las cuales se encuentran luego muchas personas con nociones muy machistas, pero también cada día más comentarios de quienes abiertamente rechazan artículos, memes, fotografías y comentarios machistas en los entornos web.

LA: Sin dudas, en los Juegos Olímpicos de Tokio se dieron pasos de avance en cuanto a la equidad de género. No obstante, creo importante resaltar que la equidad no la garantiza una cantidad similar de hombres y mujeres atletas en participación. Todavía existen deportes olímpicos en los que solo compiten hombres (lucha grecorromana, por ejemplo), en la gimnasia artística los hombres compiten en seis modalidades y las mujeres en cuatro, en vela y boxeo también existen modalidades extra para los hombres. Por otro lado, la gimnasia rítmica y la natación artística solo se practican a nivel olímpico por mujeres. Es decir, si bien es un salto importante la cantidad equilibrada de hombres y mujeres en competencia en Tokio, todavía existen grandes diferencias en las posibilidades reales de participación, e incluso, de obtener medallas.

En cuanto a la violencia simbólica, sí se evidencia menos en los espectáculos deportivos recientes. En el caso mismo de los de Tokio, las finales masculinas y femeninas (sobre todo del atletismo) fueron programadas en horarios estelares para que tuvieran la misma posibilidad de audiencia. Esto no sucedía en juegos anteriores donde se priorizaban para el espectáculo las finales con participación masculina.

En estos mismos juegos, Tom Daley, el clavadista británico y campeón olímpico en la plataforma de 10 metros sincronizada, rompió con algunos estereotipos de comportamientos asociados a los hombres, en particular aquellos que practican deportes: en primer lugar, como mismo dijo él durante la celebración de la medalla, está realmente orgulloso de decir que es un hombre gay y, además, campeón olímpico. En segundo lugar, Daley se dedicó a tejer para combatir la ansiedad mientras sus compañeros competían, una actividad esta tradicionalmente relacionada con las mujeres.

También equipos femeninos de gimnasia y voly de playa rechazaron el uniforme sexista con que, por lo general, se practican estos deportes. Se enfrentaron a sanciones y descalificaciones, pero ganaron una batalla simbólica y colocaron el tema en mesa de debates.

¿Y qué pasa en Cuba? ¿Cómo prevenirlo y atenderlo?

 AT: En el caso de Cuba, yo no he estudiado en profundidad el tema, pero creo que efectivamente queda mucha violencia simbólica en torno al deporte, que pasa por lo violento del propio aprendizaje de cada disciplina y lo agresivos que suelen volverse los públicos. Un ejemplo sistemático es la serie nacional de Béisbol. Se encuentran también muchos periodistas deportivos hombres en los medios cubanos reproduciendo estereotipos sexistas, evaluando a las atletas por su belleza o por su vestuario; o haciendo la clásica entrevista a la medallista en la que la primera pregunta es cómo ha podido congeniar el deporte con su responsabilidad como madre o esposa. Ahí hay desafíos.

Es necesario un discurso más abierto desde las autoridades deportivas en contra de este tipo de violencia y de estos prejuicios. Podríamos preguntarnos, por ejemplo, por qué Cuba es uno de los países que todavía no ha permitido la práctica del boxeo femenino, algo que tiene que ver directamente con prejuicios machistas. Hay una violencia simbólica en la que hay que trabajar y como buenas prácticas a imitar están el trabajo de la Red de Masculinidades o de la Campaña UNETE, que han buscado introducirse en los escenarios deportivos, donde las violencias son a veces mucho más obvias y queda tanto por hacer. Está faltando reconocer públicamente esos desafíos para poder comenzar a enfrentarlos.

JM: Hay que insistir en la profesionalización y superación. Llevar a los y las profesionales de la comunicación deportiva y el ámbito deportivo en general a los espacios formativos existentes para fortalecer sus herramientas y capacidades.

Insertar trabajos críticos y reflexivos en la mayor cantidad de espacios posibles, incluidos los de mayor audiencia, donde a veces existe la falsa idea de que temas que no sean resultados y marcas no serán de interés público y no es así. Las reacciones e intercambios con la audiencia, cuando ha ocurrido, demuestran lo contrario: son tópicos necesarios.

LA: En Cuba la participación de hombres y mujeres en Juegos Olímpicos ha sido similar en los últimos años. Sin embargo, una mirada a la cantidad de medallas obtenidas por cada uno hace sonar algunas alarmas: son 33 las mujeres con preseas y 132 los hombres. Las causas podrían estar en que, por ejemplo, el buque insignia de la delegación cubana es totalmente masculino. El boxeo es el deporte que más medallas aporta a Cuba; no obstante, en el país es solo practicado por hombres a nivel olímpico. El levantamiento de pesas es practicado por mujeres en las Olimpiadas desde Atenas 2000 y otros deportes; como la lucha grecorromana, con grandes resultados para Cuba, es solo para hombres. Aun así, reducirlo a esas causas sería superficial. Esto lleva un análisis que mire la preparación, las vías de captación en las escuelas de deporte y otras cuestiones que pudieran estar incidiendo en la eficacia de las mujeres en cuanto a resultados.

Por otro lado, es visible la violencia simbólica en las narraciones deportivas, comentarios y trabajos sobre el tema. Algunas frases como las que comentaba al inicio se han naturalizado y esto, en ningún caso, quiere decir que esté bien. Urge la formación en cuestiones de género y la preparación de quienes desarrollan dichas profesiones

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