Laura Magda López Angulo, psicóloga y Doctora en Ciencias , profesora de la Universidad Médica de Cienfuegos

Red Semlac.- Entrenadas para el cuidado de los otros y no para el suyo propio, educadas en roles que las sobrecargan física y psicológicamente y que afectan su cuerpo y bienestar emocional, las mujeres necesitamos reaprender que cuidarnos y amarnos es no solo una manera de proteger la salud, sino el primer paso para romper con las violencias a las que estamos expuestas.


Así lo expone la psicóloga y Doctora en Ciencias Laura Magda López Angulo, de la Universidad Médica de Cienfuegos, en el centro del país, cuando habla sobre el autocuidado y su relación con la atención de la violencia basada en género.

¿Por qué es importante tener en cuenta el autocuidado en la atención a víctimas de violencia de género?

El autocuidado está estrechamente relacionado con dos componentes: el dominio de habilidades personales —que según la Organización Mundial de la Salud está conformado por alrededor de siete indicadores, uno de ellos es la autorresponsabilidad— y utilizar modos de solucionar los conflictos de forma constructiva, pero no desde la pasividad.
A las mujeres tenemos que entrenarlas en el dominio de estas habilidades, de cómo vamos a enfrentar de manera activa la violencia, con la participación que corresponde, sin pensar que va a solucionarse sin intervención. A ello se suma la importancia de dignificarnos como personas, para tener una autoestima saludable, que permita tomar las decisiones convenientes y justas. Pero esas decisiones, como terapeuta, yo no te digo cuáles son. La idea es orientar cómo se puede hacer y es la persona quien escoge qué camino seguir.
El foco está en enseñarlas a cuidarse, a quererse, a autoconocerse, a tener autoconfianza en la solución de los problemas tomando las decisiones correctas.
Cuando la mujer tiene afectados todos estos componentes en su subjetividad, eso la va lacerando y llevando a que trate de autocontrolar estas emociones negativas, pero no a solucionar los conflictos. Las experiencias en consultas dan cuenta de que pueden tardar entre cinco y 10 años para romper con el ciclo de violencia, porque no están ellas cuidando de sí. Creen que cuidar a la familia es quizás tener las necesidades básicas satisfechas.
Más vale un divorcio bien manejado que un matrimonio mal llevado, porque afecta mucho más al resto. La mujer tiene que saber cuidarse para poder cuidar a sus hijas e hijos. Por cada mujer que recibe violencia en el seno familiar, se afectan tres personas, ya que se va reproduciendo hacia los otros miembros de la familia.
Esa psicodinámica familiar se rompe porque, en primer lugar, los conflictos no se solucionan, quedan latentes. Se van aprendiendo las formas de enfrentarlos, pero no de resolverlos.

¿Cuáles son las consecuencias más visibles de esa violencia en la salud?

Las que no denuncian siguen afectándose mucho más en comparación con las que denuncian, pues estas últimas salen con mayor frecuencia del ciclo de la violencia y tienen elementos a su favor para enfermarse menos.
En cambio, las mujeres que siguen dilatando el soportar el maltrato en las relaciones de pareja se enferman tres veces más que las mujeres que rompen con esa situación. Asimismo, toman 17 veces más medicamentos, sobre todo aquellos relacionados con psicofármacos, para no estar tan tristes, estresadas, angustiadas y sufridas.
La salud tiene dos grandes componentes: adaptarse y funcionar bien, lo cual tiene que estar sustentado en emociones agradables, placenteras. Cuando hay queja, malestar, ya no hay salud y enfermamos más. Son los costos directos.
Si miramos los factores de riesgo que más predominan para las enfermedades crónicas, tenemos en primer lugar el estrés, muy superior el vivenciado y sufrido por las mujeres que por los hombres.
En otro orden está el sedentarismo y emerge la abismal diferencia en el uso del tiempo, por lo cal ellas disponen de menos posibilidades para hacer ejercicios y aparece la obesidad. Esto último no solo interconectado con la disponibilidad de tiempo para ellas realizar actividad física, sino con el hecho de que son las mujeres quienes, en ese rol de cuidadoras, son las que peor se alimentan en la casa. Las mujeres hoy viven más años, pero con menos calidad de vida y mayor discapacidad.
Los costos indirectos están relacionados con mayor ausencia al trabajo, tener más dificultades para rendir laboralmente por estos mismos estados. Con los hijos se aplican estilos educativos no asertivos, la comunicación en el seno familiar es hostil.

¿Hacer un diagnóstico del autocuidado permitiría detectar señales de violencias?

Esa es la punta del iceberg. Muchas veces esa persona acude al especialista médico con crisis hipertensiva o trastornos digestivos, que son los más frecuentes. Vemos cómo está de afectada su esfera emocional y valoramos las causas: problemas en el trabajo, en la casa…pero no indagamos si es víctima de una relación de maltrato en la pareja. Si no lo identificamos, por supuesto que no lo diagnosticamos y el tratamiento que le damos no es el óptimo. Por eso regresa otra vez.
Incluso, los mismos médicos y hasta psiquiatras llegan a considerar que detrás de todo eso hay situaciones de violencia en la familia, pero no lo diagnostican y ello hace que se siga invisibilizando el problema. Hoy insistimos en que se diagnostique o al menos se detecte el caso y lo canalicen.
Una sola mujer que sufra violencia es una preocupación para toda la sociedad y así hay que entenderlo. La carencia de autocuidado es una clara señal y reflejo de un fenómeno que las marca culturalmente, desde lo que espera la sociedad de una mujer como hija, madre, esposa… y de las violencias que se esconden tras esta demanda

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