Red Semlac / Foto cortesía entrevistada.- Trabajar con prácticas educativas del siglo XIX o inicios del siglo XX, en pleno siglo XXI, es una de las contradicciones que se dan hoy en el escenario pedagógico cubano y que urge solucionar, como un paso clave para enfrentar la violencia en los espacios escolares.


Si bien esas experiencias no suelen cambiar a la velocidad de los procesos sociales, es preciso abandonar patrones como la educación en función del miedo a la autoridad, que resultan conservadores, para propiciar un desarrollo más pleno de los educandos.
La investigadora Yohanka Rodney Rodríguez, profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, considera que “la escuela, en sí misma, es generadora de situaciones de violencia, además de que reproduce las que se dan en el contexto comunitario, del cual forma parte. También los maestros son violentos entre ellos, son violentos con los alumnos y en esas dinámicas tenemos pendientes los estudios”, agregó.
“Estamos de espaldas a determinados fenómenos de violencia que se dan en esos espacios y que solamente vamos a poder solucionar cuando estemos más sensibilizados con el tema, cuando tengamos un proceso educativo mucho más democrático y que los docentes no tengan miedo a compartir el poder”, añadió.

¿Qué deudas tenemos hoy con las investigaciones sobre violencia en el ámbito escolar?

Creo que le estamos debiendo a la infancia una mirada integral al fenómeno, para poder apoyar mejor a niñas y niños, y para que puedan crecer mejor.
Si vamos a hablar de violencia escolar, de manera general los estudios se centran en las relaciones entre pares, fundamentalmente; y si vamos a hablar de las relaciones entre pares, los estudios se centran en el tema adolescentes. Los otros grupos: los jóvenes, los estudiantes universitarios, la escuela primaria, la primera infancia…, por ahí no se mueven las investigaciones y son nichos que es importante trabajar, descubrir, visibilizar, porque de alguna manera se pueden estar dando situaciones de violencia y no las identificamos.
Por ejemplo, no se estudia el tema de la violencia en la educación primaria, donde se dan fenómenos como el robo de materiales de estudio y donde las encuestas de Conglomerados Múltiples (Mics) dan indicios de que se producen situaciones de este tipo.
En Cuba no hay hasta en este minuto, o por lo menos yo no tengo referencia, un estudio a nivel nacional sobre violencia escolar y eso es muy importante, porque cuando haya una investigación de esa naturaleza tendremos una visión exacta de cuáles son las formas que están ocurriendo, cuál es la magnitud del problema, su alcance, quiénes son los protagonistas.
Las investigaciones que existen son aisladas, no están conectadas, de modo que no nos permite determinar los puntos en común y cuáles son las diferencias.
Pese a ello, se ha podido identificar que la violencia verbal es la más común, la que más ocurre. Ello tiene varias miradas: a nivel global se reconoce que esa es la violencia más fácil de identificar, la que más se visibiliza. Sin embargo, creencias como aquella de que los cubanos nos gritamos entre todos tienden a un proceso de naturalización que hace que no se midan las consecuencias de esa violencia, que no se tenga la medida de lo que significa vivir constantemente con una persona que te está maltratando verbalmente y que esa violencia, en algunas ocasiones, conduce al suicidio, a situaciones de violencia física y, por supuesto, de violencia psicológica.

¿Están suficientemente preparados los docentes para asumir esos escenarios y la lucha contra la violencia en su ámbito de actuación?

La formación docente poco a poco ha ido colocando el tema, pero no lo hace en los currículos base, sino en el currículo propio de cada especialidad, de las que pueden, o en los currículos optativos electivos. Esto limita el tema a si el estudiante quiere, si las condiciones de la carrera lo permiten, si se le da visibilización a ese tipo de cursos y, por lo tanto, formamos un profesional al que, después de cuatro años, lo colocamos en la escuela y la cultura de la escuela supera esa formación que él trae desde el deber ser, porque la práctica le impone otra dinámica.
Hay que trabajar mucho más con la escuela desde las prácticas pre profesionales y en ello tienen que colocar la mirada las facultades y universidades pedagógicas; en la formación pedagógica desde la pedagogía social y la Educación Popular, analizar los temas de violencia, cómo abordarlos.
Están ocurriendo también otros procesos que hacen compleja la temática, como que los maestros no están recibiendo formación en sociología de la educación y por eso no entienden fenómenos como la interseccionalidad, cómo las desigualdades se entrecruzan entre sí y pueden colocar a niños, niñas y adolescentes en situaciones de vulnerabilidad y violencia.
Mientras hablamos de violencia escolar nadie nos tomaba muy en cuenta. Solo cuando entramos a nombrar el bullying homofóbico, la homofobia, la transfobia se colocó con mayor fuerza la mirada y volvimos a levantar que también se violenta al niño negro, al que usa espejuelos o por su imagen corporal, estatus social, por todo…
La gente no comprende que cuando se acosa por homofobia o transfobia también se acosa a cualquiera, porque lo que está en juego es la cultura patriarcal, que todo aquel que no cumple con esa norma de género y de sexualidad dominante también está bajo la lupa de quienes te sancionan y te obligan a cumplirlas.
Eso es importante llevarlo a la escuela y esencial trabajarlo con la familia. Hay que romper con el estigma del contagio. Todavía la familia piensa que cuando el niño varón tiene el pelo largo y anda con otro varón es porque va a ser gay; hay temor a lo que piense y diga el resto de la comunidad, de los amigos. ¿Cómo educamos entonces a la familia para que comprenda que ser gay o tener comportamientos diferentes a esas masculinidades hegemónicas no es un problema?

¿Tiene la escuela cubana herramientas para atender el problema?

El sistema educativo tiene mecanismos, que están creados desde 1975, para prevenir situaciones de violencia; el tema es cómo se articulan esos mecanismos, cuán actualizados están para enfrentar las nuevas dificultades que surgen en el ámbito escolar y social.
Si se revisan las normas educativas de prevención de la violencia, de manera general ellas cumplen su función; el reglamento escolar también establece sanciones para los niños y niñas que maltraten de obra o físicamente a un compañero; e incluso para los maestros hay una resolución que dice que no puedes maltratar, sancionar, cometer un acto que dañe física, moralmente o psíquicamente a ningún niño.
Pero después no tienes los indicadores que te permitan decir que ese maltrato es por motivo de género, es por abuso sexual, es por el color de la piel. Seguimos entonces montando cursos de formación que son muy generales, y que están bien, porque un camino muy rápido sería entender que estamos hablando de una cuestión de derechos humanos y de personas, y que todo lo que sea herir a una persona está mal, pero la complejidad del asunto va más allá.
Tenemos que enseñar a los maestros. También tienen que tener los mecanismos para poder tipificar cuáles son las situaciones de violencia que se dan para ser más directos, más precisos a la hora de la atención. Porque sancionamos, existen las vías y formas, pero después cómo retribuimos a ese niño o a esa niña que ha sido víctima de violencia. Nosotros hablamos de identificación, de denuncia, de atención, pero el resarcimiento a esa persona que ha sido violentada es igualmente relevante.

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