Quiero avisarles de antemano que, si las mujeres quedamos mal en el cine, la literatura y el arte y en todas partes, es porque en esos espacios, sobreexplotados por el machismo, también se reproduce la vida cotidiana, que feminista feminista no es.
Nueve Azul - Alma Mater.- Es la segunda vez esta semana que espero — y encuentro — matices feministas en el cine y luego me llevo un fiasco. Desde hace unos meses (que empecé a mirar en esa dirección) percibí el auge del cine sobre historias femeninas, cine «feminista» para aquellos poco interesados en los intríngulis del propio feminismo y «estas cosas nuevas y europeizadas que nos hemos inventado ahora en Cuba».
La cosa es que así ha sido, al menos desde mis ojitos. Por eso, cuando el exigente Morfeo me lo permite, me siento ante cualquier producción cosecha 2019–2021 a enterarme de cómo andan los tiros por el mundo cinematográfico.
Hay hombres que están haciendo lo suyo, déjenme decirles. De hecho, las dos películas que me arrojaron el jarro de agua helada del capitalismo en la cara — otra vez — fueron producidas y dirigidas por hombres. Parece que estos caballeros descubrieron cómo hacer dinero cámara en mano empleando frasecillas efectistas que pudieran conmover a las más exigentes mentalidades femeninas y feministas, y pensaron que las íbamos a confundir con sororidad.
A ver si alguien les dice que no funcionó, que hay que leer más, que si narran la historia de una monja lesbiana porque era lesbiana no sirve el plan, sobre todo si la pistola de Chéjov se ha ido a no sé dónde y las escenas van y vienen sin sentido. Pero claro, es feminista contarlo porque son «mujeres olvidadas por la Historia». No es por criticarte, mi amigo, pero el resultado no es bueno ni es útil porque dijiste de más, adornaste de más y — lo peor — olvidaste pedirle el consejo a alguna mujer que encauzara tus reflexiones individuales sobre la homosexualidad femenina.
Demasiado para tus nobles intenciones monetarias, digo, solidarias. Igual si te dio por hablar del ascenso hacia el poder de una valiente y encantadora mujer (alta, delgada, rubia, inaccesible y lesbiana, como la monja) mejor no la pongas a competir con sus colegas o con hombres discapacitados para demostrar un glorioso final en el que ella triunfa con todas las purpurinas habidas y por haber.
Mejor no hagas eso, si la vas a matar en el último minuto, vas a poner a otro tipo a darle un tiro en la última escena, justo después de que ella saliera hastiada de hablar con un tercero, igualito a los demás, que quiere saber cómo llegó a la cima sin tener pene y cómo se las arreglará para subsistir con solo 39 años en esta selva machista y homófoba. Ingenuo, no te preocupes, que legitimaremos la violencia y el status quo en cuestión de segundos, y atravesaremos de un balazo todas las expectativas de realización femenina.
Quiero avisarles de antemano que, si las mujeres quedamos mal en el cine, la literatura y el arte y en todas partes, es porque en esos espacios, sobreexplotados por el machismo, también se reproduce la vida cotidiana, que feminista feminista no es.
Esos espacios son las zonas de aprendizaje donde los reproductores del patriarcado han enseñado históricamente cómo se hacen las cosas, a quién(es) se pisotea, escupe, viola, mata. Y por eso nosotras estamos silenciadas o quedamos en ridículo. Por eso nos cambiamos el nombre para que nos confundan con hombres y conseguir, al menos, ser leídas. Parece mentira que todo se haya torcido y, en el aún joven siglo veintiuno, haya realizadores que se pongan nombre de mujer para ser reconocidos en la palestra pública, o produzcan cine y series «feministas» para ser cool en medio de la avalancha de propuestas.
Me gusta pensar que ya todos o casi todos sabemos distinguir los siguientes elementos:
a) Un hombre no es «el patriarcado», ni su encarnación.
b) El machismo no es privativo de los hombres.
c) Como consecuencia, el feminismo tampoco lo es de las mujeres.
d) El feminismo no es una oposición a los hombres.
Si en efecto lo sabemos, entonces estamos listos para asumir que el patriarcado encuentra su expresión máxima en el capitalismo. Hablar de esto amerita decenas de cuartillas desde todas las latitudes; nunca es poco, ni será suficiente, y no intento convencer a nadie de ello. Baste leer la teoría marxista y luego la crítica feminista a las lagunillas de Marx para sacar las cuentas.
La mala noticia es que el capitalismo es una maquinaria, y tú también eres un engranaje, y no quien lleva los controles. Me dirás que, si es así, entonces ¿por qué ostentas la posición del más fuerte? ¿por qué nosotras somos las oprimidas?, ¿por qué hay feminicidios, aunque hayamos conquistado no pocos derechos con nuestro esfuerzo?
Es que al andamio que sostiene la escenografía en esta obra es el poder, y esto también lo he dicho antes. Las lógicas de dominación y opresión generan contradicciones en el interior del sistema, y las contradicciones generan crisis, y las crisis generan desarrollo. Se dice fácil, pero esta es la base de la acumulación capitalista.
Este es un proceso que debe ocurrir sin obstáculos, y el guion establece que estas luchas estructurales se dan — pueden, deben darse — en condiciones y circunstancias determinadas, como parte de procesos también específicos que deben estar bajo su control. Lo demás debe ser enseñado, inculcado casi de forma hipodérmica desde la niñez, y bajo las denominaciones de ética, moral, principios, valores que legitimen y reproduzcan los modos de hacer que han de sostener el sistema mientras pasa la crisis.
Así, más o menos. ¿Que qué se hace con los pobres, los emigrantes, los negros, las mujeres? Pues se les quita del camino o se les normaliza en una posición social diseñada de manera exclusiva para ellos, con el fin de que se «ajusten» a las normas. No sé si te suena: A ti, «cineasta que en estas obras has abrazado la sororidad», también te corresponde un rol, déjame decirte. ¿O no te comportas tú como te dijeron que debía ser? ¿No te cuesta harto trabajo salirte del tiesto, no desquiciarte con tanta exigencia externa? Me parece que sí. Vaya, otra mala noticia: tú también eres un personaje en esta historia. ¿Viste? Y eres un hombre. El patriarcado te excede, te supera, te queda grande.
A todo el mundo le queda grande.
Por eso te digo que puedes cambiar el guion. Empieza por preguntarte qué haces tú en el asiento del director. Ten un poquito de humildad y empieza a ser conmigo, con nosotras, la contracultura, la resistencia. Mientras tanto, si estás en un mood feminista, al menos pide ayuda para que no financies un fracaso semiótico a estas alturas.
Te confieso, no obstante, que conmigo lo lograste: así es como es bueno terminar de ver algo, así sin fe, sin confianza, así enojada; porque es así, precisamente así, como puedo escribir sobre ello, retorcerme por dentro pensando en los que dicen que la violencia es invención nuestra y que nos ha dado ahora por quejarnos. O que ustedes no se habían percatado de las barbaridades de los otros que les ensucian los ilustres nombres a quienes sí son «feministas de verdad». Ya esa obra nos la sabemos de memoria.