Mely del Rosario González Aróstegui, Ginley Durán Castellón - Revista Temas.- Cambiar el modelo económico capitalista, patriarcal y depredador, para dar paso a otro que garantice la vida por encima de toda lógica economicista, es la aspiración cimera del feminismo crítico, que se enfrenta, en la actualidad, a las nuevas estrategias de guerra imperial que se cierne sobre los pueblos desde el sistema de dominación múltiple que el capitalismo ha conseguido afianzar.
Desde inicios del siglo XXI, América Latina constituye el espacio de disputa entre la dominación sistémico- global y las alternativas liberadoras anticapitalistas, desde los pueblos. Ello marca un cambio significativo en la correlación de fuerzas de la región (GALFISA, 2019). Comprender el alcance emancipatorio de conceptos como resistencia, resiliencia y re-existencia posibilita visualizar ese proceso en el continente.
La conformación de una cultura de liberación y resistencia en la región es uno de los focos principales del feminismo crítico, por el estrecho vínculo de sus propuestas y principios que materializan la lucha por la vida desde sus dimensiones de producción y reproducción social. Asuntos que dan fe de una visión cultural del desarrollo; porque solo desde ella, la vida y la economía pueden ser sostenibles.
Vivimos en un mundo regido por el mercado y que invisibiliza las labores no remuneradas, como, por ejemplo, el trabajo comunitario. Sobre todo, en los momentos más críticos, las mujeres que lo impulsan en comunidades demuestran capacidad de resiliencia frente a las crecientes adversidades, las consecuencias del recrudecimiento palpable de las condiciones climáticas, y los desastres naturales, tecnológicos y sanitarios, como es el caso de la actual pandemia de la COVID-19.
En este contexto, la teoría feminista devela los peligros que amenazan a todas las personas; pero, esencialmente, denuncia cómo impactan en las mujeres, quienes, en su mayoría, asumen una doble carga laboral, y cuya cotidianidad se torna cada vez más compleja. Tales circunstancias justifican el propósito de hallar respuesta a la interrogante de cómo se adentra el feminismo cubano en la búsqueda de caminos que les permitan una vida digna ante las dificultades y la crisis socioeconómica, a tenor con la tradición de resistencia que caracteriza al pueblo de la Isla. Para ello debe tenerse en cuenta los enormes obstáculos que Cuba ha enfrentado en los últimos treinta años; y no perder de vista las experiencias y espacios que han nacido, donde las mujeres han tenido el protagonismo, en la construcción de un movimiento cada vez más heterogéneo (incluso en este difícil escenario), con el objetivo de impulsar el desarrollo del socialismo.
En Cuba, el saber feminista se sustenta y perfila en medio de disímiles dudas y obstáculos, que devienen, a su vez, en diversas prácticas de afirmación. A pesar de todos los esfuerzos por conseguir igualdad y equidad de género, el escenario en que se desenvuelve el feminismo cubano está mediado por diversos fenómenos, como la emigración de los hijos; las dificultades para el empoderamiento de la mujer en las nuevas formas de gestión que se desarrollan en el país; la pérdida del valor «trabajo», que lleva a carencias materiales incalculables; las desigualdades y exclusiones provocadas por la cultura patriarcal; el hacinamiento en las viviendas, el deterioro progresivo del fondo habitacional y los derrumbes, cada vez más frecuentes, en barrios menos favorecidos; y el envejecimiento demográfico.
Hacia una cultura de la resistencia
El carácter activo de la actividad práctica del ser humano en sus relaciones sociales —siempre en los marcos de determinadas relaciones de producción—, es un elemento fundamental para comprender la cultura de la resistencia como un proceso en construcción y desarrollo, no de manera pasiva, ni como autodefensa y atrincheramiento.
Por cultura de la resistencia entendemos un proceso de elaboración ideológica trasmitida como herencia a determinados agentes sociales que la asumen en forma de rechazo a lo artificialmente impuesto, de asimilación de lo extraño cuando sea compatible con lo propio y, por consiguiente, de desarrollo cultural, de creación de lo nuevo por encima de lo heredado. (González Aróstegui, 2000: 17)[1]
El término cultura, dentro de este concepto, es nuclear, pues permite enfatizar en la resistencia mucho más allá de una posición política: abarca un complejo de ideologías, símbolos, mitos, modos de pensamiento, maneras de ser y creaciones culturales, formas de producir y de organizar la vida (2012). De esta forma, la resistencia, que generalmente es comprendida solo como acción subjetiva, se manifiesta, en especial, como elaboración ideológica. Esta es la pauta fundamental para su reconocimiento en el plano cultural, porque permite asumir, dentro de su universo, todas aquellas acciones, corrientes y tendencias que, desde el prisma de la cultura, la economía y la política, han erigido un muro de contención a la penetración dominadora y al deterioro de los valores y principios de dignidad que deben caracterizar al ser humano. Sobre ello ha expresado el investigador ecuatoriano Diego Vintimilla Jarrín (2020):
Partiendo de que el acto de resistir refiere el hecho de oponer fuerza respecto a un fenómeno o proceso que procura imponer determinado elemento, consideramos que el pensamiento emancipador latinoamericano logra ser sistematizado bajo la categoría resistencia, que va más allá del acto formal de resistir y se constituye como una categoría desde la cual se van construyendo procesos históricos en contextos igualmente históricos y concretos de consolidación de procesos civilizatorios que deconstruyan la idea de que la civilización es la imposición o la salvación mítica de la situación de barbarie. (33)
Entender el proceso de resistencia como búsqueda, como movimiento de ideas y acciones que de este espíritu se desprendan, facilita la comprensión del alcance del feminismo, movimiento que no siempre ha estado en condiciones de exhibir el total cumplimiento de sus objetivos y aspiraciones, pero sí ha mantenido una permanente presencia en el camino de la emancipación. La penetración colonizadora acorrala y desnaturaliza la cultura y la historia con modelos estereotipados y falsificaciones denigrantes, dirigidos a destruir todo cuanto puede ser fuente de respeto propio y resistencia. Para ello subvierte los valores culturales históricos en significaciones ajenas, extrañas a sus propios creadores. Esta es la causa por la que no siempre fructifican las acciones concretas del proceso de resistencia; sin embargo, no implica en modo alguno su desaparición. Al ser identificada como un esquema ideológico, la cultura de la resistencia se manifiesta en el permanente movimiento de ideas, que persiste en la búsqueda de otras alternativas ante cualquier fracaso o retroceso, y donde también se erigen acciones de resiliencia y re-existencia (González Aróstegui, 2012). Los momentos en su proceso de conformación —la conservación, la asimilación y la creación— son la expresión dialéctica de esa relación entre lo general y lo particular que se produce en todo proceso cultural. La conservación se basa en el intento de preservar y defender las esencias de lo propio, las tradiciones, los valores, los intereses que puedan llevar a la defensa de la nacionalidad. No es el regreso que produce «enquistamiento», sino la vuelta a los orígenes para encontrar nuevas respuestas, buscar nuevos rumbos. Por su parte, la asimilación es la transformación de elementos culturales ajenos en propios, la capacidad de decisión sobre el uso de aquellos en bien de la cultura nacional. El tercer momento —la creación dentro de la propia resistencia—, comprende la búsqueda de alternativas emancipatorias que se manifiestan en acciones concretas en todos los ámbitos de la vida de la sociedad. En este punto, va más allá de una «innovación» cultural, de cualquier improvisación espontánea (González Aróstegui, 2012).
Resiliencia: aprendiendo a sobreponerse a las dificultades
En la bibliografía más general sobre el tema, la resiliencia[2] es interpretada como el proceso de aprendizaje que se genera ante situaciones adversas, gracias a la capacidad del ser humano de enfrentar y sobreponerse a situaciones de alto riesgo (pérdidas, daño recibido, pobreza extrema, maltrato, circunstancias excesivamente estresantes, etc.). Este proceso supone una alta capacidad de adaptación a las demandas del entorno, pero puede llegar a promover transformaciones y cambios porque genera un espíritu de flexibilidad para reorganizar la vida.
La capacidad de las sociedades, de los grupos humanos, de los individuos y de los ecosistemas para adaptarse al cambio forma parte del proceso de desarrollo. Sin embargo, este, con énfasis en el crecimiento económico, ha sido causante de importantes transformaciones que han puesto en peligro la supervivencia humana. En consecuencia, son cada vez más frecuentes los desastres naturales, tecnológicos y sanitarios. Un ejemplo fehaciente es la afectación global debido al cambio climático. Las políticas públicas afines se debaten entre su afrontamiento o la adaptación (Pacheco Mangas y Palma García, 2015). En este contexto ganan terreno las teorías sobre la resiliencia social, entendidas como el estudio de las respuestas y la adaptación positiva de personas que viven en entornos de riesgo, en contextos y situaciones que suponen amenazas potenciales al desarrollo (Uriarte Arciniega, 2014).
No obstante, las acciones de repliegue frente a los estados de crisis no constituyen un ejemplo de adaptación. El distanciamiento del problema conduce a considerarlo resuelto, y enajena al sujeto social de la posibilidad real de contribuir a su solución. A la vez, puede provocar el quiebre del vínculo comunitario, lo cual imposibilita el aprendizaje colectivo para su superación. Se desconoce, por tanto, que las personas y las comunidades poseen mecanismos de recuperación, entre los que se incluyen la eficacia colectiva, la cultura ciudadana o la resiliencia comunitaria (Ruiz Pérez, 2015).
S. Vanistendael y J. Lecomte (2002) opinan que resiliencia es, a la vez, resistencia, dada la capacidad de oposición al entorno y de ir hacia delante. No es meramente una actitud de resistencia al embate, sino que permite, ante la adversidad, la construcción o reconstrucción de una situación estable. Desde esta perspectiva, observamos también la relación de la resiliencia con la re-existencia, por las capacidades que el ser humano tiene para sobreponerse a las dificultades y superar determinados momentos críticos desplegando toda su creatividad y habilidades, aprendidas en el propio contexto adverso o como consecuencia de una cultura anterior.
El investigador colombiano Sergio Trujillo García (2011) percibe la resiliencia como la facultad que tiene un individuo o una comunidad para sobreponerse a la adversidad y finalmente transformarse, regenerarse, hacerles frente a las demandas y recuperarse de las crisis; después de las cuales logra, muchas veces, un mejor nivel de funcionamiento. Emplea este autor, para la comprensión de la resiliencia, la metáfora de «escudo protector ante daños o riesgos que atenúa sus efectos y los transforma en factor de superación».
Boris Cyrulnik (2007), al referirse al tema, habla de la capacidad del ser humano para reponerse de un trauma sin quedar marcado de por vida. En este sentido, reconoce el significado de la resiliencia, y enfatiza en que no se trata de la capacidad de sufrir y soportar estoicamente maltratos, heridas, etc., sino de recuperar el estado que se tenía antes del golpe. La resiliencia de la persona ratifica, permite superar el trauma y reconstruir su vida.
Este autor también reconoce que no se nace resiliente, no es una fortaleza biológica innata; tampoco se adquiere como parte del desarrollo natural de la persona y por voluntad propia. La resiliencia no es construida de manera individual, sino que se da en relación con un ambiente determinado que rodea al individuo: «se teje: no hay que buscarla solo en la interioridad de la persona, o solo en el entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social».
Su abordaje para un desarrollo sostenible desde una visión cultural del territorio supone la búsqueda de formas simbióticas de convivencia entre la comunidad y el medio. Al respecto, se aviene mejor la definición de resiliencia socioecológica aportada por H. C. de la Torre Valdez y S. A. Sandoval Godoy (2015), quienes la comprenden como «la capacidad de adaptación que desarrollan grupos sociales al lograr un equilibrio territorial, a medida que su contexto ecológico se transforma». En esta perspectiva la aspiración al desarrollo sostenible desde un enfoque de resiliencia social, comunitaria y territorial es inconsistente sin una cultura y una educación del territorio (Baroni Bassoni, 2003: 74).
De aquí que sea destacable otra característica de la resiliencia, la de tener siempre una mirada positiva, que permite reconocer los recursos de que disponen los sujetos, de tal manera que puedan potenciarlos, para afrontar las situaciones que vivencian desde las fortalezas con las que cuentan, y no con las que le faltan. La autoestima se convierte, entonces, en un elemento insoslayable de ella.
La población cubana se ha visto históricamente amenazada por huracanes de gran intensidad, sequías prolongadas, temperaturas cada vez más elevadas, deterioro de sus recursos naturales. Cuba no escapa al gran reto social, cultural, político y económico que representa sobrevivir a estos fenómenos.
Los estudios sobre resiliencia en el país han sido vinculados a los de prevención de «peligro, vulnerabilidad y riesgos» (PVR) sustentados en la premisa de «reducir y evitar las pérdidas humanas». Su expresión está orientada desde el Instituto de Planificación Física y se focaliza en los asentamientos humanos costeros. Como resultado fue aprobada, en 2017, la «Tarea Vida», un plan de Estado para el enfrentamiento al cambio climático, que reúne las acciones de adaptación y mitigación dirigidas a la creación y acondicionamiento de asentamientos humanos cada vez más resilientes[3] (Muñiz González, 2018).
Diversos son los aspectos destacables de la perspectiva cubana de resiliencia urbana: su proyección de encargo político del Estado, su visión estratégica, capaz de jerarquizar entre los fenómenos que más afectan la estabilidad del sistema de asentamientos humanos y de la economía, su sentido humanista enfocado a salvaguardar la vida humana como prioridad, y su enfoque de proceso permanente. Sin embargo, los elevados niveles de centralización, verticalismo y asistencialismo, unidos a la insuficiencia o ineficiencia de los canales de participación coartan el involucramiento de los sujetos sociales a nivel comunitario.
Ante la pandemia de la COVID-19, científicos sociales en Cuba abogan por el manejo comunitario de la vulnerabilidad. Esencialmente, porque se acostumbra a trabajar este tema desde el déficit y la precariedad, y no como portador de potencialidades para visibilizar las capacidades de superación de crisis que poseen los sujetos, grupos e instituciones. Esto es consustancial a la concepción que entiende lo comunitario desde el principio del autodesarrollo; posicionamiento que permite develar todo el bagaje personal, familiar, colectivo y social de cada sujeto, y en especial de las mujeres. Comunicar sus historias de vida, sensaciones, emociones, y las reflexiones que puedan surgir desde ellas en estos entornos críticos resultan elementos de la subjetividad, comprendido aquel principio cuya incorporación a las estrategias de comunicación social demuestran su valía en circunstancias adversas.
La perspectiva comunitaria, concebida desde la metodología del autodesarrollo comunitario ofrece una visión que reconoce el papel del factor subjetivo para su desarrollo, apostando por construir una subjetividad activo-transformadora propia de una comunidad que se erija como sujeto y no como simple objeto del cambio. (Pérez Yera, 2008: 33)
Un enfoque de resiliencia social comunitaria implica consolidar potencialidades para el aprendizaje colectivo. Este posibilitará, en términos de autodesarrollo comunitario, una conciencia crítica en torno a la problemática, así como la movilización hacia la participación cooperada en el proyecto de adaptación y, por ejemplo, el afrontamiento a los efectos del cambio climático.[4] Los sujetos sociales comunitarios se convierten en artífices de su propio desarrollo, desde las potencialidades endógenas del territorio, insertos en el entramado socioterritorial, de modo que la cultura, así como los saberes constituidos en colectivo y las relaciones sociales históricamente construidas son dispuestos para la transformación. Tal resiliencia implica el fortalecimiento del estado de comunidad como cualidad del desarrollo desde la gestión del conocimiento como capital cultural; e implica su consolidación como comunidad de aprendizaje.[5]
Al abordar experiencias que patentizan a la comunidad como un grupo social en el que transcurren procesos de participación y cooperación, y donde también están presentes el control y los procesos de gobernabilidad, sin desestimar las dimensiones cultural y educacional del desarrollo, el enfoque de autodesarrollo se convierte en esencial de la resiliencia, que la vincula estrechamente con la re-existencia, otro de los conceptos claves para percibir una cultura de la resistencia
Re-existencia: resistir, superar y crear
En los últimos años, el concepto de re-existencia ha sido retomado, por muchas voces, sobre todo feministas, decoloniales y de ecología política (Lozano, 2017; Walsh, 2017). Como dice Andrea Sempértegui (2019), la noción de re-existencia invita a dejar de pensar en los términos a los que nos ha obligado el poder hegemónico, en clave extractiva.
En el libro ¿Cómo se sostiene la vida en América Latina? Feminismos y re-existencias en tiempos de oscuridad (Gabbert y Lan, 2019) el concepto supera la falsa dicotomía entre resistencias y alternativas. Esta tesis, en la actualidad, se plantea dentro de muchos estudios feministas en términos de re-existencia, porque la apropiación devastadora de territorios rurales y urbanos por los megaproyectos y el extractivismo cancela la existencia misma de sus habitantes, tanto la biofísica como la simbólica. Contra esta anulación y negación, se insiste en formas «otras» de existir, de organizar la vida, de relacionarse con la memoria y con aquellos pasados de donde nacen los futuros que se quieren construir.
Algunos autores contraponen los conceptos de re- existencia y resistencia, como es el caso del geógrafo brasileño Carlos Walter Porto Gonçalves (2006):
Más que «resistencia», que significa reaccionar ante una acción anterior y así, es siempre un acto reflejo, tenemos re-existencia. Es decir, una forma de existir, una determinada matriz de racionalidad que actúa en las circunstancias, inclusive que re-actúa, a partir de un topo, en fin: de un lugar propio, tanto geográfico como epistémico. En verdad actúa entre dos lógicas. (165)
Este autor no tiene en cuenta la dimensión cultural que también se le otorga a la resistencia por otros investigadores. Frente a ello, se resalta el criterio, ya referido, de no considerarla como simple atrincheramiento. Se aprecia, en cambio, su inevitable interacción con otros momentos de accionar que pueden conducir a la resiliencia y la re-existencia. La resistencia, en el plano social en que se analiza, siempre tiene un sentido proveniente de las tradiciones culturales, históricas y políticas que los sujetos sociales acumulan en su imaginario. No es, pues, una postura espontánea; ese «acto reflejo» que Porto Gonçalves visualiza, tiene detrás un arsenal cultural que lo convierte en un proceso de crecimiento.[6]
Al igual que la resistencia, la re-existencia es postulada en términos políticos y culturales Toca la visión de la identidad desde modos de vida declarados por el pensamiento moderno/colonial, desechables o sin valor para la acumulación de capital y, por ende, invisibilizados; y defendidos por el feminismo porque son centrados en la reproducción de la vida, que considera esencial.
La resistencia y luego la re-existencia se manifiestan usualmente en contextos de violencia y de convulsas transformaciones sociales, como modos de buscar alternativas a la opresión y a la presión, inventando nuevas formas de estar, de vivir y de relacionarse.
Re-existir, para muchas mujeres del llamado Tercer mundo, ha significado enfrentar los diversos contextos de lucha armada, procesos violentos de formación de identidad nacional y, sobre todo, la violencia machista que caracteriza a la cultura patriarcal. Re-existieron a procesos contra fuerzas externas (coloniales, imperialistas, neoliberales) y también a otras formas internas (como las guerras civiles y las expresiones diversas del patriarcado).
En América Latina, las mujeres productoras, las del comercio comunitario, las que viven en condiciones de vulnerabilidad y precariedad, actúan y crean formas de re-existir, especialmente ante las expresiones de violencia impuestas desde hace décadas por las políticas neoliberales que empobrecen a las comunidades, y las afectan, sobre todo, a ellas. También reinventan nuevas formas de ser, que generan solidaridad y sororidad. Se autorganizan para soportar la precariedad cotidiana en los mercados públicos, donde venden productos para garantizar la supervivencia de sus familias y comunidades periféricas. Re-existen haciendo gala de una cultura de resistencia y resiliencia.
¿Cómo se inserta el feminismo cubano en esta visión de cultura de resistencia?
Como se ha expuesto, la cultura de resistencia, es un proceso que lleva, necesariamente, a la superación y la creación. Los diversos momentos que la dibujan expresan una síntesis y, por tanto, no deben verse separados en el proceso.
El sentido de superación, el crecimiento ante las adversidades, en el afán por conseguir que las soluciones sean creativas y no se pierdan en la vulgaridad de «sobrevivir a toda costa», es el sello que la cultura de resistencia propia del pueblo cubano ha impuesto a las luchas feministas. Ello permite enfrentar cualquier criterio asistencialista hacia las mujeres, quienes, de ser así, no superarían su condición de víctimas, en un contexto que requiere de su participación real y empoderada. Desde esta visión, que reconoce la relación integradora entre la preservación, la asimilación y la creación, podemos comprender la relación entre resistencia, resiliencia y re-existencia, momentos que refrendan la cultura de resistencia en Cuba.
Según el criterio de la investigadora Georgina Alfonso (2012), es muy difícil hablar de un movimiento actual de ideas feministas en Cuba o identificar un debate sobre el tema. Sin embargo, se puede encontrar un interesante movimiento, con perspectiva de género, que «promueve un primer acercamiento al pensamiento y a la práctica social feminista», y «comienza a acompañar la reorganización de un nuevo movimiento de mujeres en diferentes espacios —comunitario, local, laboral, artístico—, a partir de las necesidades que tienen hoy las cubanas, y los desafíos que les plantea la actualización del modelo económico y social». En este sentido, se constata la lucha por una vida digna, sin violencia, el derecho a la autonomía sobre el cuerpo y la vida, la soberanía alimentaria, la recuperación de los conocimientos históricos de las mujeres y su enfrentamiento a la privatización de la vida y la degradación del medio ambiente.
Teresa Díaz Canals (2014) insiste en visualizar el feminismo como una corriente de pensamiento cuya esencia es la equidad entre hombres y mujeres, que incluye además una manera de vivir, que constituye una cultura. Por eso, al hablar de feminismo en Cuba se comprende toda una historia de reivindicaciones de las mujeres como seres humanos. Se reconoce la herencia de la cultura de Cuba y América Latina, implícita en las visiones que los movimientos femeninos defienden.
El feminismo es también una ética que universaliza a la ética tradicional, pues es inclusiva; tiene en cuenta algo que, si no está presente, no podemos hablar verdaderamente de justicia social; me refiero al respeto por la diferencia. Es universal, con una visión feminista de la vida, que incluye no solo el respeto por las mujeres, también por los viejos, los enfermos, los discapacitados, los negros, los animales, las plantas, por todo. (7)
Un lugar importante en los estudios de género y el desarrollo de un pensamiento y prácticas feministas lo tiene el Grupo GALFISA (Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología) del Instituto de Filosofía, que existe desde 1995. Ha sido protagonista en la organización de las Cortes de mujeres, que no las revictimizan, sino que las dignifican desde sus propias experiencias de vida. Más que un testimonio de sus tragedias personales, sus intervenciones en las Cortes se convierten en prácticas de resistencia. Esa visión de dignidad recorre hoy los espacios del feminismo cubano, que reconoce las dificultades que enfrenta el país en el plano económico, entre otras cuestiones por el impacto negativo del bloqueo de los Estados Unidos, las secuelas del Período especial, y la actual crisis socioeconómica, que incluye la pandemia de COVID-19, pero que no cesa de potenciar todas las capacidades y la creatividad de las mujeres en la lucha por la vida.
Cuando se resalta el momento dirigido a la creación dentro de la propia resistencia, se comprende la búsqueda de alternativas emancipatorias que se manifiestan en acciones concretas en todos los ámbitos de la vida de la sociedad. Las luchas feministas se insertan en esta tradición, porque el desarrollo teórico de la perspectiva de género implica necesariamente una carga crítica y transformadora de la realidad social, que se enfrenta a las dificultades y las supera. Y cuando se materializan, con énfasis en las prácticas cotidianas privadas y públicas, se introducen nuevos significados en el proceso de construcción de proyectos alternativos al sistema dominante: tiempos y espacios más equitativos, identidades múltiples, diversidad, autogestión, autonomía, solidaridad, participación, democracia social, toma de decisiones y control popular.
Este discurso se posiciona frente a las secuelas de la economía clásica, que reduce la capacidad analítica de los individuos respecto a lo económico a solo el análisis de los procesos de «producción» y distribución mercantil. La mirada que se exige en este sentido es la de entender la economía en tanto generadora de recursos para satisfacer necesidades y creadora de condiciones para una vida digna. En estas circunstancias el feminismo cubano se proyecta en la propuesta de enfoques integrales, emancipatorios y multifactoriales en los análisis. De cara al conflicto capital-vida, apuesta más por la sostenibilidad de la vida, elaborando propuestas que rompen con la lógica establecida, tanto desde el campo teórico como político; propuestas que pretenden desarrollar una economía al servicio de las personas.
El proceso de Actualización del modelo económico y social cubano se enfoca en la modificación sustancial de prácticas desarrolladas durante décadas. Los cambios que se proponen tienen impactos desiguales para hombres y mujeres, así lo suscriben diversos estudios realizados por investigadores y especialistas de las ciencias sociales en Cuba.[7] De ahí que los estudios sobre economía feminista que se realizan en el país se dirijan a un análisis amplio de las relaciones económicas a partir de las desigualdades detectadas en los aportes que hacen mujeres y hombres en el proceso de reproducción de la vida. La visión de la economía feminista constituye una apuesta emancipadora de las relaciones humanas que busca superar las injusticias detectadas en ellas; que hace énfasis en la división sexual de los empleos y pone en el centro las actividades de cuidados mutuos que requieren las personas a lo largo de su ciclo vital.
La praxis por la que se apuesta no puede perder de vista que «las experiencias socialistas tuvieron en el siglo xx la particularidad de homologar vida cotidiana con “vida privada” y por ello terminaron subestimándola y subordinándola a la “vida pública”. Esto condujo a que se mantuvieran y aceptaran en el espacio cotidiano formas de dominación, explotación y discriminación, incompatibles con el ideal socialista» (GALFISA, 2018: 34). Por ello, la compresión de la vida desde la actual perspectiva feminista cubana reconoce y lucha por aspectos intrínsecos al momento de la creación en la resistencia frente a la dominación patriarcal en la vida cotidiana, momento donde se forjan los valores que sustentan la visión humanista del socialismo.
Recrear un imaginario feminista socialista nos involucra colectivamente en la necesidad de deconstruir de manera compleja, sistemática, profunda, nociones que resultan pilares del sistema capitalista patriarcal: mercado, propiedad privada, familia, progreso, desarrollo, frontera, Estado. Y significa no solo proponer nuevas nociones, sino fundamentalmente nuevas prácticas solidarias desde un proyecto político cultural que promueva, también, la creación social de teorías que nos permitan interpretar y revolucionar la vida. (34)
Al abordar las múltiples dificultades que las luchas feministas han tenido que sortear en las últimas décadas en Cuba, Teresa Díaz Canals (2014) describe la manera valiente y preñada de sacrificios personales con que el movimiento avanza.
A pesar de esas dificultades y carencias, ello no impide «nombrar las cosas», «dar testimonio». Dicha precariedad insólita dificulta mucho el trabajo, pero no lo ha impedido de ninguna manera. Vivir es ya resistir. En lenguaje metafórico, recrea la imagen de
«estar rodeadas de posibles combinaciones que no se resuelven y al mismo tiempo sentir intempestivas arribadas que te dejan en vilo por la alegría de recibir nuevas ideas por múltiples vías que nos enriquecen y recrean». (8)
Y si de creatividad desde la resistencia se trata, habría que recordar el surgimiento de la Asociación de Mujeres Comunicadoras, Magín, en medio de la crisis que asolaba a Cuba en la década de los 90 del pasado siglo, que hizo reaparecer males sociales y conductas discriminatorias, donde las mujeres tuvieron que desplegar redes de resistencia y apoyo para salir adelante. Un grupo de mujeres profesionales de los medios de comunicación, de la salud, escritoras, artistas, diputadas y delegadas de las Asambleas del Poder Popular se unieron para asimilar el tema de género.
Luisa Campuzano (2014) recuerda el testimonio, sobre el grupo, de la cineasta Belkis Vega:
Si me pidieran nombrar una asociación a la que he pertenecido y que haya sido formativa, siempre hablaré de Magín, porque incentivó la capacidad de crear, al afianzar la credibilidad en nuestras potencialidades; y esas potencialidades comenzaron a transformarse en proyectos, investigaciones, trabajos periodísticos, libros, películas. Nuestra red existe, nos comunicamos, nos apoyamos, compartimos proyectos, pero, sobre todo, nos valoramos y nos queremos, sabemos las unas de las otras y los triunfos personales se transforman en colectivos. (39)
Cuando estas luchas se sitúan en el orden del día del movimiento femenino en Cuba, resulta entonces inevitable indagar en las relaciones actuales entre feminismo y nación cubana. La necesidad de transversalización del tema en Cuba obliga a una mirada amplia y contextualizada.
La incorporación de las ideas feministas al debate sobre el socialismo se ha realizado desde posiciones diferentes, sin embargo, todas comparten la formulación de propuestas inaplazables, relacionadas directamente con la producción y reproducción de la vida, la construcción y articulación de alternativas múltiples desde la vida cotidiana y de diversidades desde el respeto a las identidades. (GALFISA, 2018: 29)
Resistir y re-existir, preservar y crear, asimilar y superar, siguen siendo divisas de las mujeres cubanas, fieles a una tradición cultural que hoy abraza y estimula el feminismo en Cuba, un país bloqueado y ahogado por la crisis mundial, que no pierde de vista al ser humano y que, apuesta por el socialismo, única vía a la dignidad plena de mujeres y hombres.
Notas:
[1] Planteado así, el concepto pudiera ser identificable con el de cultura en sentido general, pues rechaza la penetración foránea, trata de conservar sus valores, asimila valores extraños y crea otros nuevos. Pero en este caso estamos tratando de resaltar sus manifestaciones específicamente en el plano político-ideológico, destacando una tradición de pensamiento que se resiste y se revela a la dominación a todo lo largo de la historia de la cultura latinoamericana (González Aróstegui, 2012).
[2] Resiliencia viene del latín resiliens, de resilire (saltar hacia atrás, rebotar). Connota la idea de rebotar o ser repelido. Ser resiliente es, entonces, desde el punto de vista psicológico, rebotar, reanimarse, ir hacia delante después de haber vivido una experiencia traumática.
[3] Se han concluido estudios técnicos en cuatro municipios cubanos (Santiago de Cuba, Bayamo, Guanabacoa y Centro Habana) con el objetivo de elevar la resiliencia urbana de las principales ciudades en Cuba.
[4] En armonía con la propia transformación del medio, se reajustará la organización social, las formas de ocupación del espacio, las técnicas y tecnologías constructivas, el modo de vida, y las prácticas socioculturales, incluidas las productivas.
[5] «Modelo educativo basado en los principios y prácticas de inclusión, igualdad y diálogo» (Serradell y Racionero, 2005), «que tiene por objetivo la transformación social y educativa» (Díez y Flecha, 2010), desde la «educación formal —escolarizada— y no formal —no escolarizada— como estrategia para […] generar las bases de una convivencia solidaria» (Elboj y Oliver, 2003; Rodrigues de Mello, 2011) .
[6] Por otra parte, el proceso de la resistencia no debe observarse de manera fragmentada, sino como un todo. Llegar de forma dogmática al análisis de detalles nos hace perder la visión de totalidad y corremos el riesgo de no entender el carácter integrador de todo el proceso. No se trata de abarcar elementos aislados, sino de estudiar las especificidades que nos dirigen a lo diverso, y dentro de esa diversidad perfilar el «todo» con todas sus tendencias y particularidades, describiendo el movimiento de las ideas que la resistencia puede estar gestando, tanto en la superficie como en lo más profundo de la sociedad (González Aróstegui, 2012).
[7] Véase Mas (2011); Romero (2011); Echevarría y Lara (2012); Espina Prieto (2012).
Referencias:
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