Betsabé Torres Marrero, estudiante de Periodismo - Revista Alma Mater.- Tres cuerpos en una habitación: él, ella y la pequeña. Ella abre el closet y arranca las ropas de los percheros, las lanza sobre una maleta abierta en la cama. Tiene los ojos rojos, cansados… Él ruge y de su aliento etílico salen las palabras más crudas, proclama amenazas y a fuerza de gritos invoca toda la ira para sí. ¿La pequeña? La pequeña se retuerce en una esquina, encoge los pies contra su pecho y se moja las manos de sollozos, de miedo.


- «Si me vuelves a poner una mano encima te mato»- desafía a los ojos rabiosos y descubre a un hombre cobarde. Él la agarra del cabello, la impacta contra la pared y le refriega la cara en el concreto. Ve de soslayo a la infante aturdida y a tirones arrastra a la madre hasta el sofá del salón. La niña se levanta. Toma unas tijeras de la mesilla de noche, mira el metal entre sus manitas y corre hacia el lugar de los gritos. Allá una lluvia de cristales cae al suelo. La lámpara deshecha, y ante los pequeños ojos aturdidos de llanto una pareja se disputa un cuchillo. –«Corre a buscar a tu tío»- grita la madre que sostiene los puños cerrados de una bestia a la que alguna vez amó.

El comienzo

«La historia de mis padres comenzó como cualquier otra: con dos jóvenes alegres que renunciaron a todo para estar juntos. Mi mamá estudiaba en el pedagógico, era una muchacha de campo. Su vida en Güines lo único que conocía. Mi papá era el aventurero, técnico de audio, siempre de una fiesta en otra. Ella de 25 y él de 38. Las diferencias comenzaron en la edad y poco a poco se convirtieron en mundos chocantes».

¿Cómo surgen los problemas entre ellos?

Papá siempre fue alcohólico: él bebía todos los días, cuando bebía se ponía muy agresivo. Si algo le molestaba discutía y si le molestaba mucho golpeaba.

La madre no trabaja, o tal vez trabaja demasiado: limpia, friega, lava la ropa, cuida a la hija y calienta el agua para cuando el esposo llegue. Él pone el dinero, ella pone la vida. Él se premia con alcohol, a ella la castigan.

«La primera vez que se separaron estaba embarazada de mí; tenía cinco meses. Tuvieron una de sus grandes discusiones. Él la golpeó muy fuerte en la espalda y ella se fue de la casa. Regresó porque estaba enamorada, porque tenía miedo de pasar el embarazo sola, de que yo naciera sin un padre, porque al final siempre se quedaba para las disculpas, para las promesas de un cambio que nunca sucedió. A partir de ese día el irse y regresar se convirtió en algo rutinario. Hizo y deshizo maletas. En cada viaje iba dejando un poco de ella».

¿Cómo recuerdas a tu mamá de esos años?

Como una mujer humillada, siempre ninguneada por su esposo, amenazada. Lo más triste es que quienes la querían intentaban ayudarla; le aconsejaban que se separara, pero se sentía tan impotente ante sus problemas, tan pequeña, que esperaba el cambio. Se convencía a sí misma de que todo se resolvería.

¿Le reprochas su cobardía?

Mami creció sin una figura paterna. Abuelo murió cuando ella tenía tres años. No quería lo mismo para mí, y pese a todo Oscar era un padre cariñoso. Tenía miedo al cambio y lo que eso podía afectarme: desde el sustento económico, hasta mi relación con él. Me cuenta como sufría al verme llegar de la escuela; yo iba siempre a ver si la botella que él guardaba estaba llena o vacía. No lo recuerdo ya, pero ella sí.

La parte más débil de la cuerda

¿Cómo es para un niño ver a sus padres pelear? ¿Alguien se lo pregunta? A los hijos no les está permitido enfadarse. Ellos no pueden escoger un bando; quedan siempre en medio, donde quedan los que callan y aguantan. No importa quien lleve razón o quien sea la víctima ellos solo pueden apretar los ojos, porque no les está permitido enfadarse.

«Siempre discutían, los motivos eran lo de menos. Yo era muy niña, no me daba cuenta. La primera vez que fui consciente de una pelea tenía cinco años, lo recuerdo nítidamente, me gustaría no hacerlo.

«Luego de ese altercado se separaron como lo hicieron en ocasiones posteriores, pero esa en específico fue muy traumática para mí. Mami y yo nos fuimos a vivir para Güines. Yo comenzaba la primaria en aquella época y me fue muy difícil adaptarme a todo lo que estaba sucediendo. A mi papá nunca le gustó que saliera a la calle o a jugar con otros niños. Según él, me protegía. Al final el daño me lo hacían en la casa».

¿Qué hacías cuando los veías pelear?

Permanecía muy quieta en una esquina, callada. Los problemas siempre volvían y yo los fui tomando como algo natural. Para mí era normal, porque él bebía todos los días y se enfadaba todos los días. Me impactaba, y poco apoco me encerraba más en mi mundo.

¿Temiste que te golpeara a ti?

No, nunca tuve miedo de que me golpeara. Conmigo era totalmente diferente: cariñoso y atento; pero con sus parejas siempre fue violento, no solo con mi mamá.

¿Y tú eres violenta?

Hoy no, pero sí lo fui. Recuerdo que en la primaria me regañaron unas cuántas veces. Me ponía a la defensiva y en más de una ocasión peleé con mis compañeros. Supongo que inconscientemente no quería que me hicieran lo mismo que veía. Hubo un momento en la adultez en el que empecé a comportarme mal con mi mamá, y tuve una actitud similar a la de él, pero lo cambié, porque ella no se merecía eso y yo no podía repetir lo que tanto daño nos causó.

¿Alguna vez te culpaste por lo que sucedía?

Sí. En la última pelea que tuvieron antes de separarse, yo tenía diez años, y recuerdo que comenzó por mi causa. Ella me había regañado por fregar mal una taza y a él no le gustó. En esa ocasión ellos forcejearon con un cuchillo, mi mamá se desgarró un dedo y él también se cortó. Siempre pensé que, si hubiera fregado bien la taza, eso no hubiera pasado. A esa edad no entendía del todo lo que pasaba y no podía hacer nada para cambiarlo.

Murió en sus brazos. Ella lo cuidó con total dedicación. El cáncer le sacó todas las debilidades, pasó de ser un hombre violento a un cadáver lastimero. Atendió con paciencia sus dolencias y lo acompañó en los hospitales. Eso fue más contundente que cualquier palabra. Falleció avergonzado, sus últimos tiempos no le alcanzaron para pedir todos los perdones que debía. Hacía solo tres años de la separación, pero a él le pareció un siglo en el que los cuidados le regresaron cada golpe que dio, pero en verdadero amor.

¿Lo perdonaste?

Una parte de mí, la de la hija, dice que sí que todo está superado, pero la de la mujer no olvida.

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