El hecho de que la mujer no deje de ser proveedora y se mantenga social y económicamente activa la pone en condiciones de menor vulnerabilidad, pero no la hace automáticamente inmune al maltrato. Foto: SEMlac Cuba

Carlos Gutiérrez Gutiérrez y Beatriz Torres Rodríguez. Doctores en Ciencias Médicas y Psicológicas. Profesores e Investigadores Titulares. Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el estudio de la Sexualidad (SOCUMES) - Red Semlac.- La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura, en su “Informe mundial sobre la violencia y la salud”², que muchas de las principales causas de muerte de mujeres, como las enfermedades coronarias, los accidentes cerebrovasculares, el cáncer y el VIH/sida, están vinculadas con experiencias previas de violencia.


El consumo indebido de alcohol y drogas, el tabaquismo, la adopción de comportamientos sexuales de alto riesgo, los trastornos del sueño o de alimentación (anorexia y obesidad), la depresión y la ansiedad, o la diabetes son las principales dolencias enumeradas en el informe, como altamente interrelacionadas –antes o después- con la ocurrencia de violencia de género.

Sin embargo, se ha investigado mucho menos acerca de las condiciones de vulnerabilidad para la ocurrencia de violencia que viven las mujeres después de ser pacientes de alguna enfermedad crónica no transmisible.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud de Cuba, desarrollada entre 2018 y 2020 por el Instituto Nacional de Higiene, Epidemiología y Microbiología, las mujeres en Cuba padecen diabetes mellitus e hipertensión arterial con mayor frecuencia que los hombres. Según la misma fuente, ellas también lideran el grupo de personas recientemente diagnosticadas como diabéticas y superan a los hombres en dolencias como las insuficiencias cardiacas y las arritmias, a la vez que tienen menor actividad física que ellos³.

Obviamente, se trata de estadísticas que hay que estudiar con detenimiento y desde enfoques de género, pues estas enfermedades constituyen factores de riesgo para la mayor parte de las principales causas de muerte en el país.

En un análisis anterior, publicado por este mismo servicio, sosteníamos la tesis de que uno de los grupos más vulnerables para la ocurrencia de violencia de género es justamente el de las mujeres enfermas crónicas. Se trata de un escenario de investigación muy complejo, pues estas mujeres no constituyen un grupo homogéneo, de acuerdo con las propias características de sus padecimientos y de sus condiciones de partida. Por ejemplo, en los extremos de este espectro tendríamos a mujeres indefensas psico-social y económicamente; habría un grupo intermedio de mujeres muy sobreprotegidas, a las que el exceso de cuidados también les limita su rehabilitación; y en el otro extremo estarían mujeres fuertes e independientes, a pesar de su enfermedad.

Dos estudios de caso de mujeres enfermas, admirables, inteligentes y capaces, que reciben un tratamiento crónico desde hace varios años, nos llevaron a identificar algunas pautas que pueden ser útiles para investigaciones más profundas. Durante su seguimiento, nos llevamos algunas sorpresas y reafirmamos la idea de que hay que particularizar en cada caso específico si queremos tener una visión objetiva de la problemática en cuestión.

Se trata, en esta oportunidad, de dos pacientes crónicas que son ejemplo por las estrategias de autocuidado que han desarrollado y que, sin lugar a dudas, contribuyen tanto a su bienestar, como a que su calidad de vida percibida sea superior al de la mayoría de sus compañeras en igual situación.

Cuando les preguntamos por separado si consideraban que habían recibido algún tipo de violencia de género, ambas respondieron de forma categórica que no. “Nunca”, respondió una y “No la permito”, la otra.

“Usted sabe que yo soy fuerte y tengo mi carácter, no la permito”. (Paciente 1)

Ante la respuesta, y luego de estudiar a fondo su historia, le solicitamos que meditara un poco al respecto y, finalmente, un poco abatida, identificó “el menosprecio de una amiga antigua al conocer su condición de salud”, algo que la entristeció.

Al continuar profundizando en el caso, ante la interrogante sobre el desempeño de las tareas domésticas, respondió resueltamente que cuando regresaba del centro asistencial donde recibía tratamiento, todas las tareas hogareñas esperaban por ella, incluyendo otras gestiones como, por ejemplo, la reparación de un equipo electrodoméstico. Dijo que “todos esperaban por ella porque, indudablemente, era la más eficaz resolviéndolo todo”.

La segunda enferma crónica entrevistada respondió que era independiente, vivía en una casa de su propiedad con su pareja y ganaba un salario decoroso, factores todos que, consideraba, la protegían frente a cualquier tipo de violencia, algo que “tampoco permitiría bajo ningún concepto”.

Sin embargo, refirió que había presenciado actos de violencia sobre otras pacientes, principalmente por parte de sus parejas, que era el entorno social que podía analizar durante el tratamiento en el centro de salud.

Entre ellos pudimos identificar que, en un porcentaje significativo de las parejas, la parte no enferma abandona a su cónyuge y parecen ser los hombres quienes más lo hacen. En este caso, la paciente 2 nos refirió un triste recuerdo de dos personas que se conocieron como cuidadores de sus respectivas parejas, pero luego abandonaron a sus enfermos y establecieron una nueva relación; con la lógica secuela de sentimientos de agresión, soledad y dolor que ello significó para las dos personas enfermas abandonadas.

Ambas pacientes coincidieron en que eran cuidadas por su familia, principalmente cuando tenían alguna recaída, pero que conocían de muchas mujeres que, aun estando enfermas, tenían que seguir cuidando a otros integrantes del hogar y en ocasiones no eran tratadas de una forma correspondiente cuando lo necesitaban.

Igualmente, coincidieron en que no habían pensado que existiera algún tipo de violencia fuera de la física y que tampoco ningún personal de la salud, a los que agradecían su desvelo por lograr el mejor tratamiento médico, le había interrogado o hablado al respecto.

La dependencia constante de un tratamiento médico, el miedo a las complicaciones, la pérdida del trabajo y del rol social que de ello se deriva, las limitaciones para la realización de las tareas hogareñas tradicionales, la invalidez permanente, los problemas económicos y los conflictos con la pareja y a nivel familiar provocan ansiedad, depresión, irritabilidad y disminución de la disposición a tratarse, o a considerar otros aspectos fuera de los síntomas relacionados directamente con la enfermedad.

Estas pacientes tienden a subestimarse y no tienen en cuenta aspectos tan importantes para la calidad de vida como son la sexualidad y no ser objeto de violencia de género, sobre todo cuando esta no es física y cuesta mucho más trabajo identificarla.

De estos dos estudios de caso podemos relacionar varias conclusiones:

  • En primer lugar, que existe violencia de género sobre la enferma crónica, pero no es comúnmente visibilizada. Ni la mujer que es víctima, ni la familia, ni el personal de la salud tienen un dominio pleno de esta situación, algo elemental porque la primera acción para prevenir y erradicar un problema es conocerlo.
  • El hecho de que la mujer no deje de ser proveedora y se mantenga social y económicamente activa la pone en condiciones de menor vulnerabilidad, pero no la hace automáticamente inmune al maltrato. Existe violencia de género, por ejemplo, cuando se les exige que mantengan su mandato tradicional de cuidadoras, sin obtener reciprocidad y apoyo cuando los necesitan. Precisamente por ser fuertes e independientes, la familia muchas veces aprovecha estas características y las recarga porque “son las que mejor lo hacen” y ellas, felices con esta deferencia, continúan con la sobrecarga que no identifican como maltrato.
  • El autocuidado protege su salud y las hace menos vulnerables, pero resulta necesario particularizar en las situaciones individuales, pues cada caso tiene matices diferentes.
  • Resulta necesario el adiestramiento para la percepción y erradicación de las manifestaciones de violencia de género, tanto de las propias mujeres, como de las familias y de los equipos de salud. Estos últimos deben ampliar sus objetivos terapéuticos y de rehabilitación, no solo a los aspectos biológicos sino también a los psico-sociales, sin olvidar la sexualidad.
  • En necesario crear redes de apoyo que limiten la terrible soledad a que pueden estar expuestas estas mujeres.
  • Se reitera la necesidad de incrementar las investigaciones y publicaciones que aborden el tema de la violencia y la sexualidad en las mujeres enfermas crónicas.

²OMS (2002). Informe mundial sobre la violencia y la salud. En: https://iris.paho.org/bitstream/handle/10665.2/725/9275315884.pdf

³SEMlac (2022). Mirar las enfermedades crónicas con espejuelos de género En: https://www.redsemlac-cuba.net/redsemlac/salud/mirar-las-enfermedades-cronicas-con-espejuelos-de-genero/

https://www.redsemlac-cuba.net/redsemlac/violencia/la-enferma-cronica-uno-de-los-grupos-mas-vulnerables-para-violencia-de-genero/

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