Ania Terrero - Letras de Género (Cubadebate) / Imagen: Steemit.- Be strong, kind, cool… (sé fuerte, amable, genial…) rezaba una camiseta a la venta en una tienda donde compré ropa para mi hija de tres años. Una tienda en la que, por cierto, la vendedora me advirtió insistentemente que sólo una parte de los productos podrían servir para niñas. “La percha de la derecha no, mamá, esa es para varoncitos”.
Visualicemos el escenario: “la percha de los niños” estaba repleta de tonos de azul, gris, rojo y verde; “la de las pequeñas”, en cambio, mostraba una mezcla de rosas, amarillos y morados. Además, en la ropa de ellos abundaban los carros, las naves espaciales y los leones. Mientras, para ellas había flores, mariposas y tiernos unicornios.
Pero más allá de la habitual distribución sexista de colores y animales, algunas prendas lucían carteles que naturalizan prejuicios aún más complejos. De vuelta al principio, una camiseta rosa le decía a las chicas que debían ser fuertes, pero también amables y geniales. Para los niños, por supuesto, no era necesaria esta precisión. Al fin y al cabo, solo de ellas se espera un carácter sosegado.
En esta era de feministas haciendo historia, de banderas moradas y pañuelos verdes, de movimientos que luchan contra patrones de belleza, de marchas de mujeres exigiendo derechos, podríamos pensar que algunos engranajes de la industria de la moda comienzan a cambiar. De hecho, es más frecuente el diseño de ropas que incluyen llamados al empoderamiento femenino.
Sin embargo, resulta difícil no sospechar de posibles estrategias comerciales. Sobre todo, cuando parece que algunas cadenas de ropa piensan más o menos así: “Si el feminismo está de moda, si el feminismo vende, tendremos que apostar a él”. Aunque luego sus esencias sean las mismas y les traicione el subconsciente.
El problema no queda ahí, porque incluso cuando incluyen llamados para que las chicas se empoderen, no remontan los micromachismos habituales en el discurso destinado a los varones. Ahí estaba, en “la percha de los chicos”, otra camiseta, esta vez azul, que reforzaba una visión de la masculinidad asociada inevitablemente a la promiscuidad. Girls, one at time, please (Chicas, una a la vez, por favor), decía su mensaje.
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No es la primera vez que choco con esta realidad. Sin ir muy lejos, recientemente encontré en Facebook una publicación de una mamá que buscaba cambiar la mochila azul con ositos de su hijo por otra más masculina, pues su esposo la había encontrado muy afeminada. Otra vez, una muchacha me aseguró que no podía venderme unos tenis de superhéroes porque mi hija era niña.
Tampoco es algo nuevo. En una sociedad acostumbrada a que las mujeres sean tiernas y hogareñas mientras los hombres emanan fortaleza y asumen las principales cargas económicas, la imposición de características y funciones comienza pronto. Aún no han nacido los bebés cuando las cada vez más frecuentes fiestas de revelación del sexo usan el rosa como símbolo de lo femenino y el azul como santo y seña de un futuro varón.
A partir de ahí todo va cuesta arriba: juguetes asignados por sexo, películas animadas sobre princesas que esperan ansiosas a un príncipe azul que les resuelva la vida, canciones y cuentos infantiles que reproducen sexismos de toda clase. Vamos, esa larga lista de micromachismos que bastante a menudo se analizan en estas Letras…
Pero no es un problema menor, no se trata solo de divisiones por colores o antiguos cuentos de hadas, porque en ese panorama están los puntos de partida para una división de roles por género que nos limitan a todos y están en la base de violencias y machismos.
En la adolescencia, muchas veces, a ellos se les enseña que no deben llorar, que no necesitan ser románticos, que mientras más novias tengan más hombre serán, que tienen que trabajar y llevar el dinero a casa. Y a ellas, casi todo lo contrario: que no pueden ser promiscuas, que tienen que arreglarse para atraer pareja, que hay cánones de belleza por cumplir, que, aunque estudien y se conviertan en buenas profesionales, la maternidad debe ser prioridad.
Van construyéndose roles que los marcarán en el futuro y se dibujan diseños muy esquemáticos de cómo deben ser y funcionar las relaciones de pareja y de familia. Las personas son influenciadas por formas de actuar, expectativas y obligaciones impuestas por estos roles. Los niños, al llegar a adultos, reproducen lo que consideran normal.
En paralelo, nuestra cultura, los medios de comunicación y la sociedad asumen y muestran a la mujer en su papel de esposa-madre y a los hombres, en su rol de trabajadores. Una y otra vez volvemos al círculo vicioso del rosa y el azul, de las que sienten y los que no lloran, de las que cambian culeros y los que buscan dinero.
Pero hay que romper esa cadena, desechar los estereotipos, trascender los roles en su versión más arcaica y despojarse de sus presentaciones más solapadas, porque son en definitiva un rezago machista que limita el desarrollo de las mujeres y coloca cargas extra sobre los hombres.
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Yo no iba a escribir este texto. Creí que algunas cosas están tan naturalizadas que es mejor dejarlas pasar; le cogí un poco de miedo a los comentaristas que me llamarán exagerada; valoré que, si se trataba de escoger batallas, esta quizás no era la más importante. Pero le di miles de vueltas y sobre todo, pensé en mi hija.
Desde que Ainoa nació, ha usado prendas con todos los colores del arcoiris, con dinosaurios y mariposas, con estrellas y corazones. Alguna vez la confundieron por la calle con un varón; otra, me preguntaron directamente si lo era; un par de personas miraron con malos ojos su mochila de carritos. Y ante esos comportamientos, uno no puede callar, porque son puntos de partida para otras discriminaciones. Toca desmontar poco a poco prejuicios y estereotipos.
Porque no quiero que mi hija -ni ningún otro niño- crezca en una sociedad que intente encuadrarla en un género, en un deber ser, y la discrimine cuando se salga del molde. Porque no quiero que la hagan sentir mal cuando use una ropa “muy masculina” o sea un poco “marimacho” por jugar con trompos e espadas. Porque no quiero que nadie le diga que puede ser feminista, pero sin alterarse de más. Ojalá la dejen ser fuerte, sin condiciones.