Reinaldo Cedeño Pineda - Alma Mater.- Las Cubas invisibles, las Cubas reales, las Cubas profundas. Familia(s) que requieren ser felices, ser reparadas, ser amparadas. Familia(s) que necesitan justicia, derechos, respeto.
I
María Luisa está sola, está sola meciendo la tarde. Renquea la madera al balancearse. Su rostro enrojecido la denuncia. No quiere que nadie la vea, por eso da la espalda a la calle y se concentra en las paredes de su casa, como si fuese una pantalla.
Esa casa un día fue su felicidad, fue su martirio.
¡Tú aquí eres una extraña… no te llevarás ni un alfiler!... le dijeron cuando falleció Dulce, su compañera de casi cuarenta años. ¡Tú eres una…! y sobrevino la palabra terrible, mascada con odio, como quien lanza un dardo directo al centro, como un zarpazo.
Somos una familia… lo somos, porque tu hermana está viva en mí, lo estará para siempre… nada me interesa sin ella, le respondió casi sin aire, casi sin vida. Una risa malévola, encendida, fue la respuesta.
La risa puede ser un disparo.
Nunca se escondió, nunca lo negó, que amaba a otra mujer. No podía esperar que el mundo se enmendara. Todos sabían que María Luisa y Dulce eran una sola, pero nada las respaldaba. ¡Era una extraña, era la última! Y si finalmente se quedó en la pequeña vivienda, fue porque otros familiares supieron ver las mil angustias con que fueron construyéndolo todo, porque supieron ver aquella mirada hermosa que una dejaba caer en la otra. Había que ser ciego…
Estás aquí por lástima, volvió a decirle una tarde la hermana de Dulce… total, esta casa es una m…, ese amor era una m…
María Luisa se contuvo, rechinó los dientes. El portazo se escuchó en tres cuadras a la redonda. Y una vez sola, buscó su foto favorita de Dulce y la estrechó contra sí. No había vergüenza alguna. Ella sabía bien la limpieza de sus besos, sabía muy bien que argamasa sostenía cada ladrillo de su casa.
II
Yaremis corrió a los brazos de su esposo. Casi lo derriba. Se aferró a él como su tabla de salvación, sin decir una palabra. Un mutismo desesperante. Un lagrimón rodó por su mejilla hasta que llegó el sosiego, lento, como un susurro.
Me han dicho que lo nuestro es un castigo de Dios…
Yaremis y Eduardo se habían casado con una ceremonia sencilla y la fiesta de la boda también fue modesta, con los familiares y amigos más allegados. La única abundancia de aquella maestra y aquel obrero agrícola, era el amor. En eso sí no escatimaban. Ella tenía para él la mejor lección y él, los frutos más hermosos para ella.
Al tercer año de intentar tener un hijo sin éxito, asistieron a la consulta de infertilidad de mutuo acuerdo, sin culpas, sin culparse. Los exámenes resultaron esperanzadores y justo cuando regresaban de una de las sesiones, aquel joven volvió a martillarles:
Sin hijos, ustedes no son una verdadera familia… Busquen a Dios, les dijo, mientras señalaba una iglesia de cuatro pisos al final de la esquina.
Mientras la escucho, la mente se me inunda, la mente se me va hacia aquella imprecación de la Loynaz, hacia el Canto a la mujer estéril “¡Púdrale Dios la lengua al que la mueva / contra ti; clave tieso a una pared /el brazo que se atreva / a señalarte; la mano obscura de cueva /que eche una gota más de vinagre en tu sed! (…) no saben que tú eres / Eva... Eva sin maldición (…)”
III
Cuca está lenta, lerda. Está perdiendo la memoria, está perdiéndose. A sus ochenta y cuatro años ha quedado baldada en una silla de ruedas y solo tiene a su hija para ayudarla. Letty es buena, es buenísima, mas la chica ha requerido necesidades educativas especiales. Tal vez no esté lista.
“Que desgracia de hija le ha tocado”, comentaron algunos.
Nunca imaginaron su fuerza. Se asombraron cuando la vieron echarse a la vida, saltar sus limitaciones, empinarse. Su madre es su escudo, es su fuerza, y ella insiste, insiste, insiste… hasta lograr lo que quiere. Cuando algo se le resiste, Letty esgrime la frase infalible: “Cuca me lo pidió”. Y no se levanta hasta que pone en manos de su madre aquello que requiere.
Letty se acurruca al final de la tarde en el regazo de su madre y aquella le desensortija el cabello y le pregunta por las cosas del día. Y allí caen, lo que el destino quebró en una desde temprano, lo que el destino desgastó en otra en el ocaso.
“Qué suerte de hija te ha tocado”, le dijo un día Julia, su vecina de toda la vida. Mírame a mí, mi nieta no conversa conmigo un minuto. Hablo con el televisor, me voy a quedar muda de no hablar. Y no le digas a nadie por favor, a nadie: la otra noche me amarró cuando le reclamé que había estado el día entero sin comer, que me sentía mal…la otra noche…
IV
Las Cubas invisibles, las Cubas reales, las Cubas profundas. Familia(s) que requieren ser felices, ser reparadas, ser amparadas. Familia(s) que necesitan justicia, derechos, respeto. Escrutando hacia adentro, donde el niño y el anciano cuenten, donde cada miembro cuente. Sin fanatismos anclados, sin recetas de felicidad. Familia(s) donde la tradición sea el amor, jamás el prejuicio. Familia(s), ese lugar de los abrazos. Yo digo sí.