Simone - Cimarronas.- Cuando me disponía a escribir algo sobre mi «yo menstruante» tardé horas en concluir que no hay una única anécdota para definir mi vida menstrual, sino que hay, cada mes, dolores, náuseas, cambios de humor, baños más frecuentes, olores más fuertes, pastillas al lado de la cama, la sensación de asco por los perfumes, la pérdida del apetito, sí, cada mes una menstruación «con todo el paquete».


Una anécdota cada vez, cuando siento próximo el desmayo por la fatiga, cuando no cierra el zíper del pantalón por la inflamación; cuando al levantarme una mancha roja se apropió de las sábanas y un dolor enorme me hace volver a la cama; cada vez que he tenido que planificar o desplanificar mi vida, mis momentos importantes, por estar menstruando. Cada vez que, como un reloj que suena cada 28 o 30 días, se activa uno de los momentos más difíciles del mes; por suerte, el proceso de deconstrucción, también enseña algo cada vez, cada mes, permanentemente.
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Hace par de meses, en uno de mis viajes diarios en que por no tener u olvidar los audífonos me encuentro casi obligada a escuchar las historias que (con alguien conocido o no) las personas deciden recrear, fui auditorio de dos mujeres adultas que conversaban sobre las irregularidades de su menstruación, los trastornos que se encontraban padeciendo, los sangrados alternos, prolongados o ausentes. Los hombres que nos acompañaban en el viaje, y por transitividad, en la historia de vida, incómodos cada vez que se escuchaba «la íntima», hacían ver que les molestaba, querían llamar la atención de que no se sentían cómodos teniendo que escuchar «semejante barbaridad», y por supuesto, dejaban claro que de una u otra forma se debía parar de hablar del «temita».
Automáticamente viajé en el tiempo, a cuando de niñxs y adolescentes sacábamos a escondidas LA ÍNTIMA de la mochila, pedíamos permiso bajitico para ir al baño (previa conciliación mañanera con la profe -cruzar dedos porque fuese mujer-); a cuando nos mirábamos (miramos) una y otra vez al espejo, y sacábamos (sacamos) la licra del bolso porque se marca LA ÍNTIMA, y, sobre todo, cuando muriendo de vergüenza le pedíamos (pedimos) a alguna amiguitA que verificase si había rastros en la ropa, por no hablar de cuando la mochila no iba en la espalda, sino acomodada de forma que tapase la mancha enorme impregnada en la saya. Esto, en una especie de operativo secreto que, contrario a lo que pensábamos, todo el mundo conocía, pero del que también, todo el mundo se desentendía.
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Con los años, ni siquiera usando la copa, que ha venido a salvarme la vida una vez por mes (pero esas son otras líneas), he aprendido a amar la menstruación, y ahora recuerdo a una profesora feminista que admiro muchísimo con la que tras intercambiar sobre esto me respondió: «la amarás cuando esté próxima a faltarte», angustiada y adolorida me dije: «como todo en esta vida, supongo»... No he aprendido a amarla, porque realmente es complejo lidiar «con todo el paquete», pero me he permitido vivirla, he aprendido a normalizarla, a no posponer los planes, los encuentros, las relaciones sexuales, la vida. Sé que en ello han incidido, no solo los años, el crecimiento, el feminismo, sino también cada persona que me ha pedido discreción cuando hablo sobre el tema; mi abuela al preguntar alarmada cómo se pone la copa; cada hombre cisgénero que sin vivirla ha mostrado asco o ha soltado un «ay, ya, ¿estás con la regla?» (incluso sin estarlo, solo por un comentario «no agradable»); cada mujer trans en la que he sentido un «no te quejes, ojalá yo menstruase»; cada hombre trans que me ha dicho, entre dientes, «te entiendo», o me ha ofrecido su casa para el recambio; cada persona que me ha dicho «relájate y olvida que estás menstruando, déjate llevar».
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Ese día, el de sentir en carne propia lo que puede que en algún momento también sean mis trastornos menstruales, eran solo las 8 de la mañana, y ya había viajado en el tiempo muchísimos años, lo compartí con mis amistades por WhatsApp haciendo un llamado a «normalizar lo natural», y a procurar la Educación Integral de la Sexualidad que no tuvimos nosotrxs; acto seguido me dije: «ahora, a tomarse dos pastillas, trabajar, permitirse las emociones acentuadas y decir bien alto que estás menstruando».
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