Jordanis Guzmán Rodríguez / Portal de la Televisión Cubana - Revista Mujeres.- El género telenovela, tanto en Cuba como en otras regiones de Latinoamérica y el mundo, se ha preocupado desde su creación misma por hurgar en los universos femeninos; en los dilemas personales y sociales de la mujer, sus demandas en cuanto a derechos, su crecimiento profesional o la exploración de su sexualidad. Todo esto motivado, por ser precisamente el público femenino quien más consume el género.


Tal interés en la audiencia femenina ha relegado casi en su totalidad al hombre a la imagen de galán hipersexualizado, proveedor y casi perfecto. Estos estereotipos obstruyen la posibilidad de diseñar historias y personajes de hombres tridimensionales, vulnerables, con el peso en sus espaldas de una sociedad que constantemente juzga y sentencia sus acciones.

Pero en esa incansable búsqueda de nuevas fórmulas, la televisión cubana siempre ha mostrado la voluntad de representar al hombre contemporáneo, con sus debilidades, aspiraciones, posturas y roles dentro de nuestra sociedad. La actual telenovela, Los hijos de Pandora, ha llegado en un momento de profundos cambios sociales, donde las miradas hacia las masculinidades son totalmente opuestas a las de décadas pasadas. El hombre cubano de hoy, es uno con mayores retos que sortear, mayores responsabilidades y mayores derechos.

El guion del experimentado libretista radial Ariel Amador Calzado, supo tomarles el pulso a las complejas historias de estos cuatro hermanos tan diferentes entre sí, pero unidos por el amor y el respeto a la familia. Cada hermano es un trozo de la Cuba que somos y la que soñamos. Amador Calzado escapa de los estereotipos, mostrándonos a personajes que no pretenden ni desean ser perfectos; hombres marcados por su pasado, su presente y sus decisiones.

Un joven irresponsable y acérrimo enemigo de los compromisos y la idea de la paternidad, un pelotero al que se le derrumba la realidad que conoce por secretos del pasado, un cirujano que desde muy joven tuvo que asumir el rol de padre de sus hermanos, y un joven homosexual, pero tan masculino que “confunde”, son los protagonistas absolutos de Los Hijos de Pandora.

Ernesto Fiallo era el director idóneo para llevar a cabo esta obra, por su conocimiento del género y su óptica tan particular referente a las masculinidades. De sus aciertos, destaca la elección de Alejandro Cuervo en la piel de Saúl, el hermano gay. Fiallo entendió que el personaje debía romper con las representaciones estereotipadas de producciones pasadas, y que el actor tenía que ser conocido, empático, que conectara inmediatamente con el espectador, para que el discurso calara con prontitud en la gente.

Si hoy la novela muestra grandes índices de audiencia es en parte por la elección tan atinada de casting y por un guion sin costuras, con un norte preciso, bien delimitado, que se empeña en mostrarnos el drama humano del hombre cubano de hoy. Amador Calzado parte inicialmente de sus propias experiencias, llevándolas a extremos ficcionales que la dramaturgia televisiva exige. Pero lo hace con gusto, con inteligencia y un sentido del humor muy criollo y fresco.

La confección de los diálogos, aunque con cierto aire radiofónico, es efectiva. Cada parlamento ofrece la información necesaria para ir descubriendo quiénes son en verdad estos hermanos lastimados por la vida y sus circunstancias.

Otros temas relacionados a las masculinidades se posan en las subtramas para redondear la tesis de la obra. Del alcoholismo, la repentina discapacidad visual en un hombre adulto, el “neo racismo” hacia un joven universitario, entre otros tópicos, son presentados con organicidad, sin forzar peripecias ni robarle escenas a la trama principal.

El joven actor Rodrigo Gil viste a su criatura con infinidad de capas, dobleces, que lo hacen ser un tipo impredecible, explosivo, arisco, pero con una ternura escondida dentro de tanto “aparataje emocional”. Pocas veces un antihéroe es el protagonista absoluto de una producción melodramática, y Gil asume ese compromiso con responsabilidad y un natural desenfadado, que le permite sentirse más ligero.

Los tres actores (innegables “monstruos” de la actuación) que interpretan a los hermanos restantes, utilizan toda la fuerza, la astucia y destreza interpretativa que los años suelen aportar a los buenos actores. Son intérpretes que entienden con prontitud la magnitud de sus conflictos, pues en parte están muy cerca de ellos a nivel vivencial.

Los hijos de Pandora es una obra necesaria; un producto que utiliza las claves del melodrama para hablarnos de la significación que tiene ser un hombre en la Cuba de hoy. Sí, las masculinidades de estos cuatro hermanos están a prueba; no porque tengan que demostrar nada a nadie, sino por la satisfacción de ser fieles a sí mismos.

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