Para nuestra joven entrevistada, la academia precisa de un enfoque emancipador; estudiar la realidad y construir teoría para transformar la sociedad, para volverla más justa y equitativa. Sobre esas luchas y aprendizajes va este diálogo
Dailene Dovale - Juventud Técnica / Fotos: cortesía de la entrevistada.- Es cuatro de noviembre. La escena ante mí se vuelve atípica para una entrevista. Si la cámara inicia con un primer plano se encontrará el rostro de la profesora e investigadora Giselle Armas Pedraza: sonrojado a veces, pelo castaño recogido con delicadeza, mientras camina por Plaza de la Revolución. Se detiene y estira por momentos, en un pequeño ejercicio que se asemeja a un paso de ballet. “Lo recomendaron los médicos para evitar una presión que siento a veces en el cielo del estómago. Lo repito mientras camino, en las paradas”.
Si el plano se abre ahora la encontrará sentada y captará otros detalles: la barriga grande de la vida nueva que crece, el móvil en el regazo y por detrás, carros que bajan por la calle Paseo. Más al fondo se encuentra el Centro de Estudios Fidel Castro.
Si entrase en su mente quizás se pudiera encontrar con sus investigaciones en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, con la militancia en el proyecto Nuestro América y el colectivo Cimarronas, pero como la cámara imaginaria que nos ocupa todavía no es inmersiva en el pensamiento humano, se lanza una pregunta — en medio de una mañana en que fue difícil salir desde Boyeros y las guaguas no cooperan — ; una interrogante que define a la filósofa, a la militante revolucionaria, a la feminista.
— ¿Qué luchas te ocupan?
— La participación popular. De ella emana todo: las ideas feministas y la teoría revolucionaria. Que las personas se sientan parte del proceso y, no solo esto, sino que tomen decisiones en la Cuba actual. Es fundamental el trabajo en las comunidades, que no las colonicemos, sino que ellas creen las posibilidades de cambio y resuelvan las necesidades que tienen. Hay muchos problemas que no pueden solucionar porque son de recursos, pero hay otros en que necesitamos se participe diferente. Esa visión de la participación popular me quita el sueño. Es complejo.
— ¿Por qué?
— A veces tienes que crear un grupo de teorías que no están; se encuentran muy dispersas las propuestas que hay a nivel histórico sobre la participación popular, sobre los municipios y la posibilidad de cambiar las formas en que se construye el poder popular. Desde ahí lo estoy tratando de impulsar. También desde el tema de mi doctorado, que estudia los aportes de los movimientos populares al pensamiento crítico. Ahí entro en el proceso pedagógico. Como profesora me interesa que mis estudiantes entiendan la importancia de trabajar desde el pensamiento crítico, creador, que quiera revolucionar para enfrentar el racismo, el fascismo…
Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan, de todos.
Roque Dalton
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“Mi niñez fue bastante feliz porque mi familia, aunque pequeña es unida. Tenemos un mito, Maceo. Mi papá siempre nos hacía sus historias — si aguzamos la imaginación podemos verla de niña, sonriente y con motonetas en la cabeza, dejando sus primeros dibujos en libros sobre el Titán de Bronce — ; él representa la visión de mi familia de qué es una persona íntegra. Hay un chiste al respecto:
— Me duele la cabeza, decía alguien
— A Maceo también le dolía la cabeza y seguía peleando — era la historia de resistencia
— Me duelen los ovarios — agregaba sufrida la tía, aunque ya acostumbrada a la respuesta del padre…
— ¡A Maceo también le dolían los ovarios y seguía peleando!”
Giselle en el 2022 ríe, pero la sonrisa se le convierte en reflexión sobre sus orígenes; de esa línea familiar recibió un legado, la pasión por la historia contada a través de hombres y mujeres reales, con padecimientos y dolores.
“Era otra generación. Mi tía fue alfabetizadora. Mi hermana nació un siete de diciembre y yo un 14 de junio: los días en que Maceo fue asesinado y nació, respectivamente. A mi mamá le decimos que es Mariana, por lo de la fortaleza. Ella estudió ingeniería Industrial y mi papá técnico medio en construcción civil y contabilidad. Entre ambos me inculcaron que había que estudiar.
“Era estudiosa porque tenía buenas maestras, que exigían, y mi familia también apoyaba en ese proceso educativo. Mi papá siempre me paseaba por la Universidad de La Habana y decía “Ay, si yo hubiera estudiado aquí.
“Hace poco me puse a revisar cómo era mi contexto. En mi aula, por ejemplo, solo fuimos dos a la universidad; de la secundaria completa, cinco. Era un escenario bastante hostil. La mayoría de las muchachas fueron madres adolescentes o no tuvieron acceso a la continuidad de estudios. ¿Por qué yo sí tuve la oportunidad? Creo que por la formación de la primaria, que fue muy buena, y también porque mi familia me acompañó mucho en ese proceso. Sobre todo, por hacerme saber que podía.
“Eso es importante en la vida infantil. Y con el amor a Maceo y el interés por la historia, llegó la afinidad con los procesos de las ciencias sociales”.
Si pudiéramos mandar la cámara imaginaria atrás en el tiempo, nos encontraríamos con una Giselle pequeña de estatura y muy estudiosa sentada en el medio del aula, más bien en silencio.
En la secundaria ocupa el primer puesto. Ya los profesores han descubierto que, si ella acompaña al alumno problemático (que no es tan problemático nada), es probable que sea un buen ejemplo, que le ayude. A veces se siente mal porque si alguien haciendo algo malo en cuanto la ve dice: “viene Yiselita por ahí”. No se siente parte del grupo porque no comparte intereses. Es duro ese momento porque parte de ser adolescente es querer pertenecer.
— ¿Y en la universidad?
— En la universidad sí me senté atrás con cuatro amigos que eran los únicos negros del aula, pero me mandaron a sentar delante porque, supuestamente, “ellos no querían atender”. Eso era en Filosofía ¿puedes creerlo? Al final conseguí que todos se sentaran delante conmigo desde segundo año hasta el final de la carrera. Esa vivencia revela comportamientos racistas comunes.
Otras historias muestran sus rebeldías cotidianas, que cuenta con sutileza. Detrás de la mirada dulce hay una personalidad fuerte, que observa la realidad con crudeza y ternura para ayudar a su transformación.
Su padre, por ejemplo, en alguna que otra discusión acalorada le acusaría de revisionista. Su formación de hombre comunista, influenciada por el estalinismo, chocaba con la visión de la hija, quien dedicó su tesis de licenciatura a analizar el impacto del dogmatismo en el marxismo-leninismo de la década del setenta en Cuba.
Giselle entonces habla con él sobre el impacto negativo del estalinismo, del dogmatismo, para convencerle sobre la necesidad de la pluralidad en el pensamiento marxista. Para conseguirlo le muestra artículos, ensayos… Poco a poco el hombre, que hasta ese instante se había asumido solo como marxista-leninista, va cambiando su parecer y así lo expresa en una reunión del partido: “yo soy marxista y leninista”.
Y que mis venas no terminan en mí
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.
Roque Dalton
— ¿El marxismo o los marxismos? ¿Qué consideraciones tienes con respecto a la forma en que se enseña en Cuba?
— No existe un marxismo. Es plural, es importante entenderlo. Nosotros estamos haciendo también la teoría marxista. Las condiciones del pensamiento varían con el contexto, varían con muchas problemáticas que se están dando, que antes no existían. Marx, después de la Comuna de París tuvo que decir: mi teoría era esta, pero ahora tengo que revisarla porque la experiencia práctica me aporta otras miradas.
“Lo mejor de la teoría marxista es que te permite analizar la realidad, ir a la práctica y transformarla en teoría para luego ir a la realidad otra vez: la tríada práctica-teoría-práctica. Tenemos que tener un pensamiento crítico y creador enfocado en la praxis. Hay categorías que siguen vigentes porque el capitalismo sigue, pero hay mucho que aportar a Marx. Cuba tiene un marxismo diferente, porque no somos Europa. Hemos tenido que superar las opresiones del capitalismo y la colonización.
“Nuestro marxismo tiene que ser antipatriarcal, antirracista, si no vemos que el marxismo se construye, y tiene que parecerse a las necesidades propias, no vamos a ser coherentes con Marx, no vamos a ser coherentes con Lenin, que priorizó la movilización de la lucha en ciertos momentos.
“Yo creo que la enseñanza del marxismo en Cuba no es solo muy dogmática, sino muy reproductiva, ‘manualesca’. Lo que se busca es que lean un manual y no se enseña a pensar esa práctica, elevar la teoría para transformarla. Quedamos en vacíos, en ‘tengo una prueba de Filosofía’ y es triste que vean la filosofía así y no como el amor a la sabiduría, de preguntarte por qué.
“Me encanta cuando mis alumnos me dicen: ‘profe, usted me quiere volver loca’, al preguntarle por qué piensas así y no de otra forma. Se habla mucho de volver al marxismo, habría que preguntarse qué tipo de marxismo”.
Giselle Armas parece mirar al futuro siempre, pero a veces voltea la mirada al pasado para preguntarse qué haría Fernando Martínez Heredia en una situación similar.
Fernando llegó a su vida primero a través de las lecturas, imprescindibles para su tesis de licenciatura. Luego ocurriría un primer acercamiento en un Balcón Latinoamericano, un espacio de reflexión, coordinado por FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), donde coincidieron.
“Ahí tuve la oportunidad de decirle que había leído sus libros para mi tesis de licenciatura, sobre su experiencia en Pensamiento crítico y confesar mi admiración. Fue una persona tan sencilla. ‘Quisiera leerla’, me dijo. ‘Acércate al Instituto Juan Marinello para trabajar juntos’. Sin jerarquías entre el más experimentado y la joven investigadora.
“Estaba haciendo la maestría, pero lanzan un curso sobre el marxismo de Marx. Eran casi seis meses de duración: lunes, miércoles y viernes. Los mismos días de la maestría. Fue un vínculo especial. Justo ahí comprendí que es importante hacer teoría crítica, pero también, desde la transformación, desde la política, meter el cuerpo a los procesos. Aprendí a ser subversiva, porque él fue maestro en eso. A veces sueño con él, hablo con él. Todavía me duele que no esté. Son momentos muy duros y a veces se necesita una guía. Hay un artículo de Alejandro Gumá* que dice: ‘te fuiste para apurarnos’. Nos toca asumirlo.”
De Fernando aprendió qué tipo de profesora quería ser, pero también cómo plantearse la investigación desde una perspectiva emancipadora. “Desde la academia, incluso en Cuba, tenemos un déficit desde el punto de vista epistemológico. Hay sujetos a los que no se ve porque están haciendo teoría desde otros espacios. Cuando la teoría no se reflexiona con esos sujetos, se está subordinando la realidad a la teoría y no al revés de hacer teoría a partir de los propios sujetos.
“Se hacen muchas teorías sin anclaje en la realidad. Nos pasa en la academia. En el pensamiento político de la gestión administrativa se realizan trabajos a partir de una visión ideal, pero no se va a la práctica para saber en realidad con qué tú cuentas.
“La epistemología descolonizadora me aportó mucho desde estos espacios. Además de la conciencia de que la revolución y el marxismo no los podemos construir desde Cuba solitos. Tienes que amar a tu patria, pero tu patria es mucho más grande. Sentirme parte, por ejemplo, del Movimiento Sin Tierras de Brasil, sentirme parte de las luchas del Cauca en Colombia, sentirme parte de las Payasas Terapéuticas que están haciendo maravilla con los niños y niñas de la sala infantil del hospital oncológico, sentirme parte de las comunidades que me aportan muchísimo como filósofa. Todo eso me alerta de otras realidades que existen y no las estamos tomando en cuenta desde la academia. ¿Para qué se hace ciencia? La ciencia exacta o social no es neutra, ni con esa objetividad. La ciencia tiene una intencionalidad y a pesar de que te creas que es objetiva puede ser utilizada con una intencionalidad emancipadora”.
— ¿Y el Proyecto Nuestra América?
— Con el proyecto Nuestra América y, en especial, la Escuela de Formación Política Hugo Chávez, empiezas a darte cuenta de que no estás sola, que hay un millón de gente que está pensando igual que tú, que también quiere aportar al país. Otra virtud es el hecho de mantenerse a contracorriente, diciendo nosotros también somos revolucionarios. El proyecto Nuestra América lleva trabajando 11 años. Hubo momentos, como la llegada de Obama, en que nosotros nos opusimos e hicimos una actividad donde había recelos, los de siempre. Al final quienes supuestamente estaban para controlarte formaron parte de la actividad. El socialismo no es uno y el campo revolucionario tampoco lo es, lo defendemos de formas distintas y a maneras diferentes de hacer.
Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.
Rosa Luxemburgo
“Con los movimientos sociales viví dos procesos muy lindos, pero intensos. En Sau Paulo, Brasil, asistí a la Escuela Nacional Florestan Fernandes que se dedica a la formación política de los trabajadores. Allí pierdes el nombre para ser Cuba. Aprendí mucho de los movimientos que llegaban, en especial de los feminismos y las controversias entre ellos mismos.
“Me tocó organizar una noche de brujas, una experiencia muy fuerte que no creo que vuelva a repetir. Cada una contaba cuáles eran sus rebeldías y las violencias que enfrentaban. Es duro, porque la realidad latinoamericana excede a la cubana. No sabía cómo cerrar: si abrazar, si llorar, si dar alegría y fue muy difícil por las opresiones que sufrimos las mujeres en Latinoamérica. De ahí confirmé que no puedes luchar solo por tu liberación de forma individual, sino por un feminismo popular, revolucionario que nos contenga a todas, porque todas las mujeres tienen muchísimas opresiones, que el hecho de que no las sientas no significa que no existan.
“Fue complejo para mí, igual que todo el proceso formativo en la Florestan; vivir con las personas que recién se reincorporan al Movimiento Sin Tierras con sus barracas — para que te hagas una idea, son cuatro palos con lonas negras, esa es su casa — y desde ellas te ofrecen lo mejor, te brindan su espacio. Había un carpintero y él me empezó a hablar de Cuba, porque quiere a Cuba, yo solo podía llorar y llorar porque seguía siendo su faro Cuba, lo cual reafirma la responsabilidad histórica que tenemos de seguir haciendo la Revolución, de seguir perfeccionando la Revolución. A la misma vez te vas con una mochila muy grande con práctica y también teoría, teoría que proyecte una ruta estratégica y no sea a corto plazo”.
— ¿Qué tienen para aportar los feminismos en Cuba?
— Una de las bases fundamentales del socialismo es la dignidad de las personas, que las personas no estén oprimidas, que las personas sean felices. Hay diferencias entre ser feliz un hombre y una mujer. Las mujeres tenemos muchas opresiones, incluso en el socialismo, y la necesidad de ser felices pasa porque luchemos contra el patriarcado.
“No podemos hacer una revolución socialista sin ser feministas. Es urgente porque nosotras somos quienes más perdemos, porque nosotras enfrentamos la cultura patriarcal reforzada por muchas lógicas capitalistas que se relacionan; seguimos siendo nosotras las más perjudicadas. Cada vez que se trate una política pública debe focalizarse no solo en las mujeres, sino en que tenga un sentido feminista.
“A veces pensamos que darles el círculo infantil a las mujeres resuelve el problema, pero no es solo eso, es el círculo infantil, es darles trabajo remunerado. Es que la familia asuma y contribuya a otro tipo de relación social.
“A mí me preocupaba, mucho antes de que saliera el Código de las Familias -una victoria que debemos celebrar-, el rol de la familia que queremos en la sociedad cubana actual. Hay tipos de familia. Si defendemos el tipo de familia burgués estamos muy mal, porque esa es la base fundamental del patriarcado y del capitalismo también. Si seguimos poniendo el tema de la reproducción de la vida, de los cuidados, de la atención a los niños y niñas en las mujeres, seguiremos sacándole plusvalor…
“Por eso la necesidad de que el Código trabajara para deconstruir esa familia y desarrollar otro tipo de relaciones, donde los cuidados sean colectivos — que no se trata de la colectivización como se critica a la experiencia soviética — , sino que hay que tener un equilibrio en ese proceso de cuidados desde lo colectivo. A veces tengo miedo de que no se entienda esto en los procesos de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y en la sociedad en general. Si nosotros no tenemos otro tipo de familias, si no acabamos con este tipo de reproducción de la vida como la tenemos pensada, vamos a seguir reproduciendo lógicas patriarcales y capitalistas.
“Si somos revolucionarios y revolucionarias tenemos que ser feministas. ¿Qué pasa? Ser feminista duele; es un proceso de deconstrucción todo el tiempo y el proceso de volver a construirnos cuesta. Ahora estoy en la batalla individual, muy privada, de la maternidad. Hay muchas presiones y opresiones sobre cómo se hace la maternidad en Cuba. Ir en contra del consumo es fuerte, ir en contra de los colores estereotipados también. ¿Niño o niña? Es lo único que saben preguntar tantos las familias como las amistades.
¿Entonces? Tenemos que ir a las comunidades y eso es bien difícil. Como activista te sientes culpable a veces por no trabajar más en una comunidad, pero no puedes estar ahí si no la habitas. Se intenta, y en ese camino, colectivos como Cimarronas son muy necesarios, no solo para visibilizar, sino también tomar conciencia: nuestra historia es también feminista”.
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(sociólogo cubano, miembro del consejo editorial de la