Rosa Mier López, fundadora del Frente Cívico de Mujeres Martianas, fue una de las protagonistas de la primera Marcha de las Antorchas, aquel 27 de enero de 1953

Yilena de la Caridad Héctor Rodríguez - Juventud Rebelde.- Es extraño encontrar tanta lucidez y agilidad en una mujer de su edad. A los 89 años, recuerda al dedillo cada momento de su participación en la primera Marcha de las Antorchas, aquel 27 de enero de 1953. Rosa Mier López, fundadora del Frente Cívico de Mujeres Martianas, es un manantial de anécdotas y vivencias relacionadas con la lucha revolucionaria.


Al observar los documentos y fotos en la sala de su hogar, se puede comprender que es parte de la historia viva de nuestro país. Especialmente guarda los recuerdos de enero de 1953, cuando ella y sus compañeras se unieron con los universitarios y los futuros protagonistas de los sucesos del 26 de Julio, para no dejar morir al Apóstol en el año de su centenario.

«Esa era una fecha sumamente importante para los cubanos. Con el fin de celebrarlo hipócritamente, el gobierno del dictador Fulgencio Batista presentó un programa de actividades, que incluía la visita a Cuba de María Mantilla. Los jóvenes patriotas no permitiríamos que la memoria de Martí se ensuciara por quienes no deseaban una patria libre y nos preparamos para realizar un sincero tributo al Maestro.

«La Federación Estudiantil Universitaria (FEU), al frente del homenaje, decidió que fueran representadas varias obras de nuestro Héroe Nacional por el Teatro Universitario e invitó a que se firmara el Libro de oro del centenario martiano en la Escalinata de la Universidad, entre otras actividades», recuerda Mier López, y añade que entre las acciones también estuvo realizar la Marcha de las Antorchas, la noche del 27 de enero.

«Esa idea surgió en el hospital Calixto García, adonde se dirigían diariamente algunos jóvenes para conocer sobre la salud de quien sería el primer mártir estudiantil de los años 50: Rubén Batista Rubio. Había sido gravemente herido el 15 de enero en la protesta contra el ultraje al busto de Julio Antonio Mella, que había sido colocado solo cinco días antes sobre un pequeño pedestal erigido frente a la Escalinata.

«La propuesta fue bien recibida, y se acordó que Conchita Portela, líder estudiantil y también integrante del Frente Cívico de Mujeres Martianas, la planteara a la dirección de la FEU, para que tuviera mejor acogida. Cuando se hizo la reunión de esta organización, la idea fue aprobada con entusiasmo por todos, con un itinerario de marcha que iría desde la Escalinata universitaria hasta el Rincón Martiano de la Fragua.

«Horas antes del desfile, comenzaron los preparativos en la Universidad. Se consiguió gran cantidad de palos en el hospital Calixto García y en el estadio universitario. Manolito Carbonell llevó latas de alquitrán y gasolina. Él y Felo Comesañas, junto a otros compañeros, tuvieron la idea de ponerles clavos para que sirvieran como armas en caso de que la marcha fuera atacada por la policía», explica.

No son pocos los recuerdos que vienen a su memoria. Ahora la inundan los más personales. «En la tarde de ese día fui detenida por agentes del Buró de Investigación en Guanabacoa, cuando esperaba a Aida Pelayo, máxima representante del Frente Cívico de Mujeres Martianas, para hacer una gestión.

«El teniente Juan Castellanos me dijo que le iban a disparar a Aida si participaba en la marcha y que me convenía no aparecerme por allí. Le respondí que iría con un abrigo rojo al lado de ella. Al poco tiempo me liberaron, y cuando me dirigía a la casa de una compañera, me volvieron a aprehender; pero pronto me pusieron en libertad y pude participar en la marcha.

«La experiencia fue inolvidable. Al frente de la multitud iba una caravana de carros de los noticieros cinematográficos y de televisión. Después venían los universitarios y estudiantes de la segunda enseñanza, con una gran bandera cubana. Y tras ellos estábamos las mujeres martianas, seguidas por Fidel y el grupo de jóvenes que meses después asaltarían los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

«En el camino, se sumó un contingente que esa tarde acababa de clausurar en el Palacio de los Yesistas el Congreso Martiano en Defensa de los Derechos de la Juventud. Las mujeres martianas íbamos cogidas del brazo. Yo cumplí con lo que había dicho al teniente Castellanos y fui al lado de Aida, con un abrigo rojo. Ella ignoraba que su vida estaba en peligro.

«Cuando Aida preguntó por su antorcha, le respondí: “Tú no llevas antorcha, nosotras te llevamos a ti”. Al otro lado de Aida, iba Pastorita. Le conté sobre las amenazas de Castellanos y que si se atrevían a disparar nos matarían a Aida y a mí, a lo que ella contestó: “En todo caso nos matarán a las tres”, pero esa noche no hubo violencia, la dictadura no quería causar mala impresión a María Mantilla.

«Durante la marcha comenzamos a corear los gritos de ¡Revolución! ¡Revolución! Resaltaban las voces de los jóvenes liderados por Fidel, que en aquella noche fueron ejemplo de cohesión y disciplina. Cuando llegamos a la Fragua Martiana, José Machado (Machadito), líder estudiantil, manifestó que esa demostración era una muestra de las ideas de libertad de nuestra juventud, que seguía las doctrinas de Martí.

«Finalizó su discurso pidiendo ¡Libertad!, palabra que coreamos todos los demás participantes. El resumen lo hizo Joaquín Peláez, presidente de la FEU, quien se refirió a la significación del acto con que comenzaba la conmemoración del Centenario Martiano».

No puede dejar de valorar aquel hecho, que forma parte hoy de nuestras tradiciones más hermosas. «La primera Marcha de las Antorchas fue un acto de valentía de los revolucionarios, que salimos a rendir homenaje al Apóstol sin vacilar ni un instante».

Y dice más y se dirige a los jóvenes, a quienes considera el futuro del país. «Después de 64 años, esta marcha constituye un símbolo de lealtad que los jóvenes deben mantener, sobre todo ahora, que Fidel no está físicamente con nosotros, pero que su pensamiento y accionar han de multiplicarse. Confiamos en las nuevas generaciones y sabemos que la Universidad de La Habana fue, es y será siempre el bastión de la dignidad de Cuba».

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