Carla Padrón Suárez (Lic. en Psicología) y Gabriela Orihuela (periodista) - Revista Muchacha.- A veces confundimos el concepto de sexualidad o no logra ser explicado, de manera clara, por quienes deben hacerlo. Los y las adolescentes, en su mayoría, reducen la sexualidad al sexo; sin embargo, abarca mucho más.


De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) «la sexualidad es un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual».

Asimismo, se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, relaciones interpersonales y roles. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. Por lo tanto, la expresión de una vida sexual plena y libre representa un aspecto vital para el desarrollo sano y equilibrado de todas las personas.

En coherencia con lo anterior, la salud sexual se refiere a la experiencia del proceso continuo de bienestar físico, psicológico y sociocultural relacionado con la sexualidad.

La salud sexual se observa en las expresiones libres y responsables de las capacidades sexuales que propician un bienestar personal y social, enriqueciendo de esta manera la vida individual y social. No se trata simplemente de la ausencia de disfunción, enfermedad o discapacidad.

Para que exista salud sexual es necesario que los derechos sexuales de las personas se reconozcan y garanticen. Con la expresión “derechos sexuales y reproductivos” se hace referencia al derecho que tienen todas las personas, sin importar su edad, identidad de género, orientación sexual u otras características a decidir sobre su propia sexualidad y reproducción.

La Convención Internacional sobre los Derechos Humanos de la Infancia ha promovido, desde su aprobación, para que niños, niñas, y adolescentes sean reconocidos como sujetos activos titulares de derechos protagónicos de su propia vida. Se ha intentado paulatinamente desmontar viejas concepciones cosificadoras de las infancias y las adolescencias que ubicaban a estas personas como criaturas indefensas e incapaces de liderar su vida con una autonomía creciente y potenciadora del desarrollo y el empoderamiento.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) destacó que «muy pocas personas jóvenes reciben una preparación adecuada para su vida sexual, haciéndolos potencialmente vulnerables ante la coerción, el abuso y la explotación sexual, el embarazo no planificado y las infecciones de transmisión sexual (ITS), incluyendo el VIH».

Igualmente, las investigadoras cubanas Ana Isabel Peñate Leiva, Raida Semanat Trutie y Odette del Risco Sánchez expresaron en su libro “Adolescentes y jóvenes cubanos en los ámbitos de familia y pareja” de 2020 que «uno de los principales problemas que tradicionalmente ha enfrentado la relación familia-adolescencia es la comunicación fluida en torno a la sexualidad».

La información oportuna, idónea y a tiempo son claves para que, desde la adolescencia, se conozcan estos términos y se comience a velar por la salud sexual. Se necesitan, igualmente, espacios seguros y entornos protectores y amigables de las infancias y adolescencias.

La adolescencia es un período de la vida en donde ocurren múltiples cambios y transformaciones tanto a nivel físico como psíquico. El desarrollo ascendente en la esfera social y personal de adolescentes en muchas ocasiones interfiere con esta etapa de crecimiento, llegando a entrar en contradicciones con el propio proceso de formación de una identidad sana y coherente con el sentido de cada uno. De ahí la necesidad de que se adquiera la adecuada información y educación respecto a sus procesos internos y el impacto que tienen en su entorno.

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