Gabriela Orihuela - Revista Mujeres.- “La mujer es delicada como la flor”, “el hombre ha de ser proveedor por excelencia”, “las niñas se sientan con las piernas cerradas y no importa cuán abierta —de manera innecesaria— las tengan los niños”, “los hombres no lloran”, “las mujeres han de ser tiernas y deben procrear como máxima expresión de su feminidad”. ¿Te han dicho, has escuchado o te son fáciles de reconocer estas frases? Lo cierto es que la mayoría de las personas las hemos escuchado, seamos mujeres u hombres.


De modo natural asociamos determinadas características físicas, verbales, psicológicas y de comportamiento a los géneros socialmente aceptados —obviamos otros géneros que ahora se logran estudiar y nos quedamos con el binarismo imperante. Esas ideas preconcebidas han logrado perpetuarse a lo largo del tiempo.

Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, en su texto Responsabilidad gubernamental y educación integral de la sexualidad en Cuba (2015), aclaró que el género es un proceso de «construcción social e histórica, a través del cual se configuran las relaciones entre hombres y mujeres, entre hombres y entre mujeres en relación con el sistema social y sus contradicciones, definiéndose patrones, símbolos, representaciones, valores y sus correspondientes prácticas».

A estas nociones preconcebidas las denominamos estereotipos de género. Entre ellos podemos identificar los descriptivos, que determinan cómo “deben ser” hombre y mujer en relación con las características intelectuales y de personalidad (estereotipos descriptivos corporales); y los prescriptivos, que establecen las conductas y ocupaciones que deben desempeñar hombres y mujeres.

Desde que nacemos nos ubican en el mundo azul (chicos) y el mundo rosa (chicas), en cada uno de estos lados existen ideas ya incorporadas de cómo debemos comportarnos, vestirnos y hasta qué hacer. Foto: Tomada de Libretequiero

La periodista Isabel Moya Richard, en su libro Letra con género. Propuesta para el tratamiento de la violencia de género en los medios de comunicación (2014), definió como estereotipos de género «las características que la sociedad espera de un hombre y de una mujer. Ideas simplificadas, generalizadas y masificadas para todas las personas que de tanto repetirse son asumidas como naturales». 

No caben dudas de que los estereotipos son prejuicios, creencias prejuzgadas que son impuestas por la sociedad y, de manera estrecha, la cultura. Ellos conforman un modelo totalmente rígido, que elimina la posibilidad de cualidades individuales.

Sin embargo, existen otros más como los ligados a la raza, la nacionalidad y la etnia. Los estereotipos de género —también llamados sexistas— presentan la función social de justificar la situación de inferioridad y desigualdad en la que viven las mujeres; es, en definitiva, un producto del patriarcado y, como consecuencia, de la reproducción del machismo. 

Muy ligado a estos estereotipos se encuentran los roles de género. Moya explicó que llamamos así «los comportamientos, tareas y responsabilidades socialmente asignados a hombres y mujeres en función de diferencias percibidas socialmente que definen cómo deben pensar, actuar y sentir personas según el sexo al que pertenecen».

«Los roles de género pueden cambiar y de hecho cambian en función de elecciones individuales y en respuesta a acontecimientos y procesos tales como crisis económicas, caída en las tasas de fecundidad, mejora en los niveles educativos de las mujeres, cambios en los flujos migratorios y transformaciones en los sistemas de información», agregó.

Dentro del hogar también coexisten estas divisiones de acuerdo a estereotipos y roles. Foto: Tomada de ONU Mujeres

Por tales motivos, llegamos a creer que existen profesiones y comportamientos exclusivos para cada género. Es decir, asociamos la cocina, la delicadeza, la limpieza del hogar, el tono bajo de la voz a las mujeres; mientras que la mecánica, las matemáticas, la fuerza, el levantamiento de pesas se les adjudi an solo a los hombres.

«El género determina la división sexual del trabajo que conduce a la distinción que se hace entre tareas, unas atribuidas a hombres y otras a mujeres. Esto supone, además, una construcción de la feminidad y de la masculinidad como un conjunto de deberes, prohibiciones y expectativas acerca de los comportamientos y actividades consideradas socialmente apropiadas para las personas de acuerdo a su sexo», indicó el Grupo para el acompañamiento y sensibilización “Género y Ruralidad”, de la provincia de Las Tunas.

De cierta forma, la sociedad ya nos cataloga, diferencia y asume como debemos ser y comportarnos, incluso desde antes de nuestro nacimiento. Si es niña, vestirá de rosa, hablará bajito, jugará a las casitas y con sus muñecas, será tierna y delicada, estudiará enfermería o alguna carrera sencilla, puede que alguna relacionada con letras y, en el futuro, tendrá sus propias hijas a las que les enseñará el valor del matrimonio y herramientas para el cuidado del hogar. Si es niño lucirá trajes azules, hablará fuerte y hará ejercicios físicos, será mecánico o ingeniero, quién sabe si un doctor distinguido. Esas ideas ya concebidas nos dañan, no permiten individualizarnos; pareciera —es— que estamos predestinadas o predestinados a ser y hacer de una manera ya pactada.

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