Gabriela Milena Padrón Morejón - Revista Mujeres.- Mi abuelo falleció como consecuencia de los estragos de una enfermedad respiratoria crónica (EPOC), que poco a poco fue disminuyendo su capacidad pulmonar y la movilidad de su cuerpo. Durante tres lustros, la familia luchó contra su padecimiento. Seis son los años que suman desde que él no está con nosotros y, desde hace el mismo tiempo también, mi mamá, quien asumió la mayor responsabilidad de su cuidado,  despierta sobresaltada en la madrugada si escucha el más mínimo de los ruidos.

Ella, que es psicóloga de profesión y domina alguna que otra técnica sobre cómo sobrellevar una pérdida de este tipo, explica que es una reacción común en las personas cuidadoras, más si involucra un vínculo emocional tan fuerte.

Según la investigación "Cuidar al cuidador informal" (2015), existen implicaciones físicas y psicológicas en la labor de cuidar a un paciente/familiar, entre ellas se evidencian casos como los dolores de espalda o problemas osteo-articulares, fatiga, afectaciones en el sueño y cefaleas.

Cuidadores informales o primarios --como la Organización Mundial de la Salud (OMS) los denomina-- son aquellos integrantes del seno familiar que se encargan del cuidado directo de las personas con algún tipo de dependencia, la mayoría no dispone de capacitación ni recibe remuneración por ese trabajo, sino que responden a un compromiso afectivo con los sujetos dependientes. 

En el caso particular de Cuba, las actividades de cuidado han mostrado fuertes matices de familiarización, en los cuales, por lo general, son las mujeres con edades comprendidas entre los 40 y 50 años quienes asumen esta responsabilidad.

La Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoce los cuidados como un derecho y un deber ciudadano, que constituye un tipo de trabajo doméstico, a veces remunerado y otras no, capaz de satisfacer necesidades materiales, biológicas, afectivas; implican costos importantes de tiempo y recursos económicos que tienen una dimensión física, mental y un sentido afectivo, en la mayoría de los casos.

Según las investigadoras Maribel Almaguer y Sonia Martínez, en su artículo, "Algunos apuntes del cuidado en Cuba y las relaciones de género" (2021), las tareas asociadas a la acción de cuidar han sido históricamente asignadas a la familia y en especial a las mujeres.

Esta realidad se expresa no sólo en los patrones educativos en que se socializan las personas o sus dinámicas cotidianas, sino también en el modo en que se diseñan las políticas y el desarrollo. A la vez, condiciona la existencia de marcadas brechas de equidad entre mujeres y hombres, comúnmente invisibilidades en tanto se consideran naturales, añaden.

Las familias cubanas siguen reproduciendo, en la crianza de hijas e hijos, la división sexual del trabajo al interior del hogar, que aprendieron de las generaciones anteriores. De esta forma se reproduce la llamada doble jornada y otras inequidades de género que atentan contra la autonomía económica, el desarrollo profesional, autocuidado y tiempo libre de las mujeres.

Asumir el trabajo de cuidados y participar en otros ámbitos sociales les ha significado a las mujeres estar moviéndose en un continuo ir y venir entre los distintos espacios de relaciones, haciéndolas soportar una sobrecarga de trabajo y demandas en la medida en que continúan su rol tradicional y naturalizado de cuidadoras, comentan las especialistas Almaguer y Martínez.

Si bien Cuba muestra avances significativos en materia de igualdad y ha promovido políticas sociales para el cuidado corresponsable, hoy presenta un panorama complejo que supone importantes desafíos, entre los que destacan una red insuficiente de servicios públicos que apoyen, sobre todo, a las cuidadoras primarias.