Cynthia Machado Domínguez - Revista Muchacha.- Querido Diario:

Hoy estuve pensando en una etapa que, aunque lejana, la siento muy presente; hablo sobre cómo nos tratan desde la infancia en espacios educativos, y la manera en que eso nos marca para la vida.


En mi escuela, se tenía por costumbre para entonces, no siempre de manera intencional, separar a las personas en grupos, para evitar se mezclaran quienes no tuvieran los mismos gustos, forma de pensar o imagen.

Estaba el piquete que sobresalía por su inteligencia, el grupo de muchachos favoritos por profes y demás personal docente, el de gente aburrida y marginada por los populares, etc. Este último, era el objetivo perfecto del burlón o burlona que se sentaba al final del aula, responsable principal de los dolores de cabeza del maestro. Los chistes de mal gusto eran el orden del día; y si algo es seguro es que las palabras son un arma poderosa, incluso viniendo de personas desconocidas.

Vivir esto a una edad tan joven fue un problema, pues buscamos que nos acepten y encajar, aunque eso incluya desechar quien somos y cuál es nuestra esencia. Y cuando todo esto nos afecta, comienza el primer capitulo de un ciclo, pasamos de disfrutar una infancia que fluye, haciendo caso omiso a los criterios externos sobre apariencia o personalidad, para luego terminar como una persona totalmente diferente, que sufre la lluvia de opiniones maliciosas, transformadas en una larga lista de inseguridades. Por eso la gran pregunta… ¿tengo que encajar.

Todos tenemos algo que decir, pero cuando no medimos nuestras palabras y estas carecen de un mensaje positivo, no hacen más que dañar la autoestima de la otra persona.

Recuerdo que antes, en la escuela primaria, no le solía prestar mucha atención a quien se sentaba a mi lado, hasta que un día comenzó a resaltar los supuestos defectos de mi cuerpo. Automáticamente pensé que sin esos defectos tendría la aprobación que ahora empezaba a necesitar; así que siendo tan joven detesté mi apariencia, porque la veía como algo que estaba mal, un defecto gigante que me alejaba de los demás y me convertía en la burla.

Luego llegó la secundaria y con ella muchos más problemas. Veía fallas en mi forma de vestir, en mi rostro, por la falta de desarrollo y otras cosas que nunca antes había notado. Mi personalidad también parecía un problema, sentía que una gran nube de personas me indicaban cómo debía ser, cómo debía callar o cómo debía gritar frases obscenas solo para caer bien, era víctima de bullying y no lo sabía.

Es demasiado agotador intentar cumplir todas las expectativas, y es imposible probarle a los demás que tienes valor, si para ti mismo no eres suficiente.

Ilustración de Margarita Alvarado

El bullying, lastimosamente, a veces va más allá de las palabras, puede convertirse en daño físico, comienza como un pequeño golpe y acaba en agresiones graves. Por eso es tan importante todo el apoyo de los amigos y familiares en estas situaciones complicadas.

Lo que aprendí es que las “etapas” pasan, no duran para siempre, pero dejen algo en nosotros. Es absurdo y triste pasar el tiempo intentando encajar, cuando nacemos perfectos y únicos. Odiar tu cuerpo por lo que diga otra persona no es el camino, tu enfoque debe ser mantenerte sano y amar cada parte de ti.

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