Comprender la importancia de los diferentes tipos de familias transita por el reconocimiento explícito de las parejas lésbicas y su derecho al bienestar

Lucía de la C. García Ajete, Doctora en Ciencias, profesora auxiliar - Red Semlac / Foto: SEMlac Cuba.- Vivimos en una sociedad heterogénea, que cada vez más se parece a su tiempo, pero concatenada con los procesos históricos de épocas pasadas.  El derecho de todas las personas a constituir una familia tiene que ocupar su debido lugar en ese desarrollo social.


Urge trabajar en los espacios educativos, la escuela, la comunidad y la familia. Es imprescindible promover la educación cívica de las personas para entender la importancia del respeto a la dignidad plena y a las garantías legales de sus derechos ciudadanos, enfocados en una ética del respeto a la diversidad y la convivencia pacífica.

El matrimonio no heteroseuxal llegó para reivindicar derechos de las personas LGBTIQ+, ¿por qué no?, nuestro derecho al respeto para todas las personas, al decir de ese grande que fue y es el “Benemérito de las Américas”; Benito Juárez, cuando expresó: “Tanto en los individuos, como en las naciones, el respeto al derecho ajeno, es la paz”[1].

El derecho a una familia es parte integrante de la condición humana y ese espacio se construye por consanguineidad o afecto; a la vez, su respeto facilita relaciones armónicas que promueven bienestar. El ejercicio, dentro de esa familia, de una sexualidad placentera, corresponsable y con libertad genera bienestar a sus integrantes, siempre que se cumplan sus diversas funciones en entornos personales, sociales y comunitarios sustentados desde el respeto. Todo esto favorece y prepara para afrontar juntos los bienestares y malestares de la vida cotidiana.

El matrimonio entre mujeres lesbianas demanda una militancia en su defensa como derecho, desde los escenarios donde interactuamos: la escuela, familia, centro laboral, el barrio, entre otros espacios de socialización.  Sin embargo, pese a los avances científicos, sociales y legales por los que han transitado las diversas sociedades hasta la actualidad, tanto en Cuba como en otros países, existe tendencia a vulnerar esos derechos y la decisión de constituir una pareja fuera del canon heterosexual muchas veces es incomprendida y atacada desde diversos espacios de socialización, lo cual llega a constituirse en manifestaciones de violencia.

Toda una vez que alguna mujer reveló su orientación sexual lésbica y, de manera, sutil o explicita, lo hizo no sólo desde “la salida del closet”, se suscitan en sus contextos de relación burlas y comentarios que les generan exclusiones diversas e interseccionales. Resulta más complicado si la mujer es negra, de pocos ingresos, está en situación de discapacidad u otras de las formas en que se distinguen elementos para reconocer vulnerabilidades. Estas mujeres vivencian, entonces, diversos malestares que afectan su salud física y emocional.

El reclamo de algunas de las mujeres lesbianas y su marcado interés por contraer nupcias con la persona amada advierten, una vez más, la necesidad del abordaje del tema de los derechos sexuales, el respeto a la diversidad, la inclusión y de los diferentes tipos de familias que existen en el contexto cubano.

La institución educativa, con sus docentes generalmente de diversas generaciones, formaciones académicas, estrato social, cultural y otras expresiones de la diversidad, precisa de una mirada con espejuelos de género, para dotarles de comprensión y sensibilidad frente a la diversidad de familias con las que van a interactuar como parte del vínculo con su alumnado. A su vez, desde la labor educativa se debe potenciar la formación de ciudadanos con una educación cívica, basada en el respeto a las diferencias, a los derechos humanos, entre los cuales los derechos sexuales y reproductivos articulan como parte inalienable y circunstancial a todas las personas. 

Otro aspecto del análisis se relaciona con una máxima adquirida de la educación judeo-cristiana, que defiende la permanencia de un patriarcado que domina, organiza y excluye desde los estratos y las diferencias, como forma de dominación que portamos cual currículo oculto.

Esa herencia nos condiciona al llamado “matrimonio para toda la vida”; al “hasta que la muerte nos separe”; a que ser madre y padre forma parte de la existencia de una mujer y de un hombre y les invita a reproducir estereotipos y prejuicios anclados en esa sociedad patriarcal y excluyente. Esos aspectos están todavía arraigados en el imaginario social y sostienen tendencias abocadas a descolocar la importancia de la perspectiva de género y de derechos en los estudios y en las propias instituciones educativas.

Para entender la importancia de la educación en derechos del profesorado y el estudiantado, en temáticas tan sensibles como los derechos sexuales y el matrimonio no heterosexual, vale reflexionar acerca de vivencias que han contado algunas de las mujeres lesbianas que han constituido o no parejas.

Las historias de vida de estas mujeres, con las que he compartido como profesional, como amigas o que se acercan a solicitar orientación y apoyo profesional, ilustran la necesidad de estos análisis y de una propuesta para abordar estas temáticas en el contexto educativo:

Cuando yo debuté como lesbiana, mi familia se opuso; mi hermana me agredió de palabras, no me soportaba y tenía una gran guerra. Solo mi hija, que tenía 13 años cuando se lo dije, ya lo sabía; es mi amiga y me entiende, hoy es una gran profesional. Yo busco el amor y lo quiero. Cuando vivía con el padre de mi hija, nunca nos casamos legalmente, por eso me quiero casar ahora con mi pareja.

Estaba comprometida con el padre de mi hijo, él sabía de mis preferencias y las permitía; solo me pedía que tuviera cuidado con el escándalo. Él se fue como migrante ilegal por la vía marítima y murió en el mar. Entonces conocí a R, que estaba soltera. Nunca nos preocupamos por lo de los bienes, lo de ella era mío y viceversa. Tenemos una bonita pareja, ella tiene un hijo que lo considero mío. Hemos pasado por mucho y el niño ha sido víctima de bullying en la escuela, por tener dos madres.

Soy sorda y mestiza, las personas no entienden por qué soy lesbiana; me dicen ofensas constantemente y yo casi sin poder defenderme, por mis dificultades en la comunicación.

Me casé por poder, con otra mujer. Ella es de otro país y tuvimos que hacerlo para vivir juntas, pero este proceso se ha demorado demasiado. Cuando estaba en el preuniversitario y se enteraron de que tenía un romance con otra chica, me hicieron la vida imposible, me decían que “era fuerte” y otras ofensas.

Las experiencias mostradas nos ofrecen, en pequeñas frases, todo el acontecer de inquietud, el dolor y el malestar que han marcado la vida de estas mujeres a lo largo de su desarrollo personal. Revelan también la importancia de asumir, como ciudadanos y ciudadanas responsables, una actitud cívica para continuar con el apoyo a la implementación del  Código de las Familias recientemente aprobado, incluidos también otros aspectos vinculados con las familias y sus derechos, lo que redundará en una sociedad más justa y equitativa.

La institución educativa debe promover el aprendizaje de las leyes y enfocar la educación integral de la sexualidad en todos los niveles educativos y en la formación permanente y continua de los docentes.

Por ello, la educación cívica y ciudadana –desde el contexto educativo, familiar y comunitario– es el espacio idóneo para potenciar el desarrollo de una ciudadanía inclusiva, que respete la diversidad como condición humana.

Quienes educamos y debemos implementar la política social del Estado tenemos que prepararnos para un mejor desempeño en el conocimiento de los derechos y las garantías ciudadanas, refrendadas en los documentos legales, para poder explicitar así que lo “diferente es lo común”. Comprender la importancia de los diferentes tipos de familias transita por el reconocimiento explícito de las parejas lésbicas y su derecho al bienestar. La educación cívica y la educación integral de la sexualidad son derechos de todos y todas. La escuela debe ser su garante para el aprendizaje.

[1] Cita transcrita y tomada del museo de la Casa Natal de Benito Juárez, en Guelatao de Juárez, Oaxaca. México, 2006

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