La educación integral de la sexualidad es una necesidad en la formación, sobre todo de las infancias, adolescencias y juventudes

Natividad Guerrero Borrego, Doctora en Ciencias Psicológicas - Red Semlac / Foto: SEMlac Cuba.- A lo largo de la historia, las juventudes han marcado la vanguardia en cuestiones de moda no sólo estéticas, sino también sexuales. Esta afirmación gana vitalidad al indagar sobre las expresiones sexuales que, durante la pandemia y después de ella, se han naturalizado, han ganado practicantes o, al menos, presencia en las conversaciones entre coetáneos de estos grupos.


Una investigación realizada con alrededor de 60 estudiantes de nivel preuniversitario de dos municipios capitalinos (Habana del Este y Plaza de la Revolución) reveló que no reciben por ninguna parte información sobre sexualidad y mucho menos educación integral de la sexualidad (EIS). Esta realidad constituye una violación a los derechos sexuales de este segmento de la población, cuya responsabilidad recae en los adultos que tienen el encargo social de informarle, formarle y educarle en estos temas.

Sí, la EIS es una necesidad en la formación, sobre todo de las infancias, adolescencias y juventudes, y forma parte de su salud y bienestar.

Pese al vacío informativo y de intercambios en el proceso educativo, muchachas y muchachos que fueron parte de los grupos focales coordinados desde el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y el Centro de Estudios sobre la Juventud (Cesj) confirmaron que no habían detenido su actividad sexual por la pandemia. Unas y otros suelen interactuar y conversar con sus iguales e intercambian ideas, experiencias, audiovisuales, cortos y largometrajes —e incluso materiales pornográficos y videos reales que se graban a sí mismos—, como parte de su interés por divulgar prácticas sexuales a modo de “hazaña”.

En este sentido, identificaron comportamientos de imitación a prácticas masoquistas que han visto en pantalla, entre las que se encuentran que les halen el pelo durante el acto sexual.

Esta acción, según expresan algunos, resulta erótica y exacerba el deseo sexual. Igualmente, se refirieron mordidas en diferentes zonas del cuerpo, que les amarren las muñecas de las manos, entre otras manifestaciones que consideran el dolor como parte de la excitación.

Si bien hay mucho de fantasía, estas prácticas emergen sobre todo del consumo audiovisual, en un escenario que carece de toda crítica o análisis, por lo cual se contribuye a que ese comportamiento continúe propagándose y tomando fuerzas entre jóvenes y adolescentes. No existe un sentido crítico de lo que observan, no hay contraparte y, por lo general, las personas adultas están al margen de estas prácticas.

Aun cuando se argumente que estas expresiones sadomasoquistas asociadas a la sexualidad pueden formar parte de una excitación deseada, vale tratar el tema y no pasarlo por alto, como si no significara nada.

Este grupo de adolescentes en particular, con quienes sostuvimos varios intercambios, expresan que si bien entre ellos se comentan estas prácticas y saben que existen, no las realizan en su actividad sexual porque no les gustan; no las comparten. No obstante, no tienen una actitud crítica, ni cuentan con argumentos para contrarrestarlas; sólo consideran que cada cual tiene sus gustos y no hay porqué meterse en eso.

Esta actitud pasiva, indiferente e inerte deja a la salud sexual en cierta ambivalencia, pues que te amarren, te halen el pelo o te muerdan son comportamientos que dañan, actos sádicos que coloca a quienes los practican en posiciones de poder o de subordinación.

En épocas pasadas, sobre todo los hombres, ejercían total poder hacia las mujeres como parte del ejercicio del patriarcado. Son formas de sometimiento del hombre sobre las mujeres, muestras de superioridad, mediante las cuales se devalúa a la persona dañada. Hoy no es esa la interpretación. Algunos jóvenes solo consideran que es un gusto, que los excita, pues también algunos varones disfrutan mientras son amarrados, mordidos y se dejan golpear por su pareja; así que lo asumen como expresiones que estimulan el erotismo.

En las reflexiones sostenidas con estos grupos de estudiantes se identifica el interés por hablar de sexualidad, sin conservadurismos, y sí con la naturalidad que lleva todo tema cuyo contenido contribuya a hacer más saludable el comportamiento sexual característico de las adolescencias y juventudes. En la medida en que ganan en confianza, se animan a explicar que sólo algunos tienen estas prácticas por curiosidad, por demostrar que “son maduras”, por demostrar “virilidad” o vivir la experiencia, entre otras motivaciones. O incluso por imitación a algún personaje que observan en películas y otros materiales audiovisuales.

Quienes coordinaron los talleres tenían el propósito de conocer las expresiones sexuales actuales de las juventudes, desmontar comportamientos de riesgo y ganar en objetividad acerca de conductas más saludables en cuestiones de erotismo.

La mayoría de los estudiantes entrevistados se mostraron atentos y expresaron alivio ante la certeza de poder disfrutar de su vida sexual sin someterse a prácticas imitadas; no porque haya daño físico, sino por el sometimiento ante el otro, lo cual no tiene por qué formar parte del disfrute sexual. Sin embargo, algunos no perciben daño psicológico ni sometimiento con estas prácticas.

Los argumentos ofrecidos, cuando se desmontan comportamientos en audiovisuales porno, contribuyen a naturalizar el cuerpo humano y a descubrir la fantasía sobre la cual se sobredimensionan las potencialidades del cuerpo femenino y el masculino. Tributa, además, a que muchos adolescentes y jóvenes no se sientan disminuidos con su anatomía y ganen en autoestima, toda vez que sienten que ese tipo de materiales muestra, desde lo sobrenatural, la realidad humana.

En ocasiones se pasa por alto el significado de la dignidad humana en las relaciones sexuales, se obvian los vínculos afectivos, así como la ternura, dando paso a la violencia y la agresividad como expresiones que ponen a prueba la fuerza de la relación de pareja. Ante tantas interpretaciones, vale debatir y colocar en los intercambios educativos con jóvenes las ventajas y desventajas de tales comportamientos, de manera que puedan tener argumentos para decidir cómo desearían disfrutar sus relaciones más íntimas. Ello significa que es necesaria la EIS, que su ausencia atenta contra la salud, pues en estas edades se experimenta con intensidad la sexualidad, hay curiosidad y deseos a veces reprimidos por las actitudes conservadoras de personas adultas.

En los últimos tiempos, en parte también por las exigencias que han tenido que asumir los profesores durante y después de la pandemia, las escuelas cubanas han relegado el tema de la sexualidad. Lo mismo por concentrarse en otras tareas que por no encontrar tiempo, ni herramientas para tratar los contenidos, la educación sexual se obvia totalmente o se deja solamente bajo la responsabilidad de las familias. Estas, por su parte, consideran que la escuela sabrá cómo y cuándo colocar los contenidos que entiendan necesarios. Los medios de comunicación masiva, en tanto, ofrecen programas sobre sexualidad que no siempre satisfacen las demandas de los más jóvenes, o no son vistos por ellos.

El hecho es que estos actores sociales, cuya esencia es educar a las adolescencias y juventudes, no han interpretado que la ausencia de EIS significa violar el derecho a la información y a la educación sexual, en tanto este proceso es una exigencia de estas edades.

Una de las situaciones es que la sexualidad ha sido deslegitimada a lo largo de la historia; ha sido satanizada, lo que hace vulnerable y confuso el entendimiento de las conductas sexuales entre las personas. Tanto ha sido así y tan complejas las leyendas en torno al cuerpo sexuado, que comprender lo objetivamente saludable ha costado trabajo a las ciencias, sobre todo a quienes no leen o no buscan el conocimiento y los saberes legítimos.

Las creencias, los estigmas y prejuicios se deslizan y quedan en la subjetividad. En tanto aquellas prácticas que, mediante las tecnologías, han ocupado el tiempo y entretenimiento de estos grupos etarios, la mayoría de las veces sin cuestionamiento alguno, hacen más difícil que jóvenes y adolescentes logren saber lo que necesitan para garantizar una sexualidad saludable.

Muchachas y muchachos con acceso a las tecnologías, por lo general, no son controlados por sus adultos. Durante la pandemia en particular, invertían el horario de sueño, dormían de día y durante la noche consumían cualquier material, sin ser interceptados por sus madres y padres.

La escuela, aunque quiera prohibir que lleven móviles a los espacios docentes, no lo logra. El asunto no está en la prohibición, sino en lograr que los intereses de las juventudes se dirijan hacia las muchas potencialidades que a esas edades se tienen y que pueden movilizar sus comportamientos hacia áreas del desarrollo positivo, que resulten saludables. Los intereses cognitivos, científicos, culturales y deportivos de las juventudes suelen ocupar gran parte de su tiempo, cuando se apropian de habilidades que les permitan satisfacer sus necesidades en el proceso de enseñanza y aprendizaje integral.

El desarrollo positivo de la población más joven requiere de la implicación mancomunada de diversos actores sociales, que son los que aportan los recursos, tanto materiales como cognitivos, así como las habilidades que deben adquirir a partir de las motivaciones que logren despertar.

Las expresiones sexuales sadomasoquistas y agresivas tendrán menos imitadores o interesados, en la medida que sea más diverso el espectro de intereses y motivaciones en esta población, con plenas capacidades para direccionar su vida sexual hacia comportamientos menos riesgosos.

La actitud de los adultos tendrá que ser más proactiva y sensible en cuanto a la incuestionable urgencia que tienen, en la actualidad, la atención a la salud y el bienestar de los más jóvenes.

De manera particular, se debe instrumentar y potenciar la educación integral de la sexualidad como un recurso que contribuye al respeto de los derechos sexuales, sobre todo a la no violación del derecho a la información y a alcanzar el máximo nivel de salud posible.

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