El Encuentro «Disidencias, cuidados, revoluciones y feminismos», propició el debate sobre activismo tanto en el ámbito público como privado, especialmente con nosotras mismas

Mariana Gil Jiménez. Lic. en Letras, Facilitadora de Labrys y Co-creadora de Com_una hereje y Laritza Perez Rodriguez. Lic. en Psicología, Coordinadora de Labrys y Co-creadora de Com_una hereje - Red Semlac / Foto Cortesía de las autoras.- Recientemente, se realizó el Encuentro «Disidencias, cuidados, revoluciones y feminismos», llevado a cabo por activistas de Akãhatã, una organización comunitaria de Paraguay, sin fines de lucro, que trabaja en la promoción y protección de todos los derechos relacionados con los géneros y las sexualidades. En esta ocasión, durante los días 13, 14 y 15 de octubre, los grupos que integramos la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales (Red MLyB) en Cuba participamos, junto a otrxs activistas del Abya Yala (Guatemala, México, Honduras, Argentina y Paraguay), quienes fueron invitadxs a compartir sus experiencias.


Este equipo feminista, que forja su labor desde una perspectiva abarcadora (contemplando aspectos sociales, políticos, económicos, culturales, legales, etcétera), a través de diversas actividades nos propusieron debatir acerca de cómo concebíamos el activismo y de qué maneras lo llevábamos a la práctica, no solo en el ámbito público, sino también en el privado, especialmente con nosotras mismas.

Reconocimos que la salud engloba mucho más que lo meramente biológico y que implica el autorrespeto, saber cuándo decir «basta» y partir, cambiar… y también, respetar a las otras. Cortesía de las autoras

Aquí hubo una gran apertura, desde la sinceridad y la vulnerabilidad de muchas activistas; no pocas despedimos de los ojos la sal. Respetar nuestros tiempos; saber cuándo detenernos a descansar; establecer límites respecto al trabajo en redes sociales, o cuando alguien nos toca la puerta; no violentar nuestros horarios de sueño y alimentación… constituyen acciones que se complejizan frente al reto de romper con la premisa cultural de que las mujeres somos —inherentemente— cuidadoras de todo y de todxs. Las reflexiones, en su conjunto, arribaron a la misma orilla: a la mayoría nos cuesta incorporar y aplicar en la propia vida aquellos aprendizajes que enarbolamos y predicamos hacia nuestras semejantes.

Hubo un análisis crítico, en correspondencia con dichas conclusiones, sobre ciertas categorías que circundan la existencia: «deber», «abnegación», «culpa», «sacrificio»; y nos detuvimos en este, en particular, como primera tarea y última finalidad del ser. El sacrificio, unido a la noción extrema de dar la vida por una causa, cualquiera que esta fuere, ha venido de la mano de religiones, nacionalismos y fundamentalismos disímiles que se arraigan y consolidan en nuestras culturas del Abya Yala, bajo el legado preclaro del colonialismo, que nos arrulla entre nanas que premian la muerte (in)voluntaria en escenarios donde gobiernan la desigualdad, la pobreza, el exterminio de los pueblos originarios, la explotación de la Pachamama, el racismo y —por qué no— la misoginia y el machismo, pilares de los feminicidios.

Junto a la confrontación de temáticas múltiples reivindicamos la filosofía del «Buen Vivir», que refiere a la «Vida Plena» o la «Plenitud de la Vida». Foto: Cortesía de las autoras

Otras problemáticas que abordamos fueron las dificultades al mantener vínculos sanos con amigas o parejas cuando todas somos activistas, ya que los límites afectivos y de trabajo pueden difuminarse. Personalmente, este punto fue significativo para quienes escribimos este texto, pues ambas nos dedicamos al activismo y, por demás, en los mismos espacios («Labrys» y «Com_una hereje»). Un momento destacable fue cuando se enfatizó en un proverbio: el activismo, para ser comprendido como proyecto de vida, precisa ser remunerado; de lo contrario, se convierte en una práctica ocasional y secundaria.

Junto a la confrontación de temáticas múltiples (relaciones de pareja tóxicas, prácticas activistas decoloniales, poliamor y otras formas de relación no monogámicas, sexualidad femenina), reivindicamos la filosofía del «Buen Vivir», que refiere a la «Vida Plena» o la «Plenitud de la Vida», es decir, el modo de vivir de las personas en comunidades, en armonía con la naturaleza y en equilibrio en las relaciones individuales y colectivas —por ello, también se le nombra «Buen Convivir»; el derecho al autoerotismo y al autoplacer —alzando en canon una canción, orquestada por Rosa Posa, que perdura en nuestras gargantas—; y el disfrute de nuestro tiempo a solas en las actividades que nos gustan y nutren, retomando aquellos sueños que habíamos abandonado, o postergado.

Tuvimos una encomienda, nacida de una de las participantes: aprender a hacer el activismo desde la alegría, el placer y el amor, y no desde la rabia. Foto: Cortesía de las autoras

Tuvimos una encomienda, nacida de una de las participantes más queribles, Dorotea Gómez: aprender a hacer el activismo desde la alegría, el placer y el amor, y no desde la rabia, como forma de autocuidado y cuidado a lxs demás. Necesitamos redirigir nuestras causas, enraizadas en un lugar cuyo centro no lo ocupe la beligerancia, ni la violencia; mecanismos sistémicos y patriarcales que no menguan ningún daño. Asimismo, esta activista maya quiché nos pidió llorar, estrechar la tristeza, dejando a un lado la pretendida fortaleza de la ira y la amargura, de la intransigencia heroica y egoica. Pero ella no fue la única que nos invitó a sentirnos sin juzgar nuestras emociones. Karen Ramos nos habló de la memoria ancestral que guarda la cuerpa y cómo la medicina está en nosotras. Solamente necesitamos recordar, para acceder a esa sabiduría de la que somos herederas y así reconectar con nuestro dolor como principal vía de autosanación. En el intento de rememorar dichos conocimientos, hicimos ejercicios de respiración y meditación guiada, que tenían el objetivo de automotivarnos y remendar la autoestima (por ejemplo, a través de frases que nos gustaría oír y que nos dijimos a nosotras mismas) y reconducir las emociones (liberándolas mediante la visualización y el agradecimiento por mostrarnos lo que nos urgía ver) y la digipuntura (para aliviar las tensiones y el estrés). Reconocimos que la salud engloba mucho más que lo meramente biológico y que implica el autorespeto, saber cuándo decir «basta» y partir, cambiar… y también, respetar a las otras. Solo la empatía y sororidad podrán tejer la urdimbre rota por el patriarcado; y, como indicó Alejandra Sardá, está en nuestras plumas, ojos y lenguas el rescate del legado de las ancestras; de todas aquellas mujeres cuyo devenir activista y feminista amamanta las luchas de hoy.

En nuestra experiencia, como activistas que llevamos cuatro años en la Red MLyB, el contraste recibido tras dicho intercambio ha sido, más que enriquecedor, un faro. Hemos vislumbrado otras maneras de hacer, de sentir y, ante todo, de ser. Si bien alcanzamos a percibir las esquinas más sólidas de nuestras realidades para el activismo lésbico, bisexual y cuir (queer) en Cuba, también hemos acogido dentro de nosotras la certeza de un largo camino por transitar, el cual no concentra sus mayores desafíos en las condiciones externas (sin cuestión alguna hacia la relevancia y el rigor de las mismas); sino, a nuestro pesar, en las controversias internas entre las militantes; conflictos que anteceden nuestra afiliación a la Red. Tras una semana donde el mar y la acritud han permeado las vivencias, Labrys retorna a Santa Clara, con la gratitud hacia aquellas sabias que entre bailes y cantos nos clamaron a la ronda, al sol y a la raíz.

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