Zaida Fabars Abreu- Revista Muchacha.- Hace varios días que no duermo tranquila. La semana pasada tuve prueba de Física y como era de saber, desaprobé. Realmente esa asignatura me cuesta mucho asimilarla; he hecho el intento, pero qué va, siento que se me vuelve imposible.
Lo más bonito del caso fue que mi nota la hicieron pública en toda el aula, y tuve que aguantar burlas constantes de que si yo era bruta, que si esto, que si aquello. La verdad, daría lo que fuera por al menos aprobar, no con un 100 — que creo que sería una hazaña — , pero sí con un 60 que me garantizara cruzar de grado.
Justo cuando dieron las notas, luego de que todos los estudiantes se fueran a sus casas, el profesor de Física se acercó a mí y me dijo que me tenía una propuesta; yo pensé que me iba a dar un segundo chance para hacer la prueba, hasta emocionada me sentí; pero no, su propuesta fue diferente:
«Si aceptas salir el sábado conmigo, esa nota que tienes cambia a un 100».
Yo no supe qué responder, me puse muy nerviosa; para mí era impensable salir con mi profesor de Física, quien, por demás, era mucho mayor que yo (con cuarenta años de edad, podría haber sido mi papá); simplemente le dije que tenía que pensarlo, a lo que él contestó:
«No lo pienses mucho, que el tiempo se agota y, además, si le dices a alguien lo que yo te propuse, me voy a asegurar de que repitas el año».
Un silencio invadió el aula; él se marchó y yo me quedé por unos instantes sola, llorando. Tengo miedo de contarle a alguien y que no me vaya a creer, o peor: que lo cuente y él cumpla lo que prometió. Necesito ayuda, pero no sé a quién acudir.