La presencia de familias cada vez más pequeñas es uno de los cambios que Cuba comparte con el mundo y también complica la vida cotidiana de los hogares

Dixie Edith - Red Semlac / Foto: SEMlac Cuba.- Las familias cubanas se parecen a su tiempo, coinciden especialistas, por lo que ya no se puede hablar de modelos ni patrones de funcionamiento: las hay de diferentes tamaños y composición, ingresos, condiciones de vida o experiencias de convivencia.


Mientras Daymela Ramos, psicóloga de 46 años del capitalino municipio de La Lisa, extraña los tiempos en que podía sentarse tranquilamente a comer con sus tres hijas y “mirarles las caras para saber qué estaba pasando con sus días”, Yeneysi Cruz, trabajadora informal de Diez de Octubre, se pregunta cuándo podrá finalmente reunirse con su hijo adolescente, que vive con su padre fuera de Cuba.

A unos 500 kilómetros de La Habana, en tanto, Liudradna Borges intenta construir un hogar de tareas compartidas con su esposo en la finca La Esperanza, en Guáimaro, provincia de Granma, un espacio rural donde las herencias patriarcales se lo ponen aún más difícil.

“Las familias se parecen a su contexto social e histórico y estamos hablando de una familia atravesada por el éxodo migratorio, altas tasas de divorcio, menos fecundidad, aumento de hogares unipersonales y envejecimiento demográfico, entre otros elementos”, detallaba la psicóloga Patricia Arés, hace un año.

“Todo eso contribuye a la ampliación y complejidad de las relaciones familiares y a la intergeneracionalidad como elemento cultural distintivo”, apuntaba la experta en el espacio “Cultura y nación: el misterio de Cuba”, organizado por la Sociedad Cultural José Martí.

Para la socióloga Niuva Ávila, de la Universidad de La Habana, esos cambios también implican arreglos familiares muy complicados, que varían hasta las relaciones de parentesco. “Hay familias que han quedado, por ejemplo, con dos o tres viviendas a su cargo, con personas mayores solas en ellas y lo que han hecho es unirse”, detalló a SEMlac.

“Ya no se trata solo de abuelos a cargo de nietos, como veíamos hace unos años, sino que comienzan a aparecer hermanos mayores a cargo de los menores, o tías y sobrinos que se van a vivir juntos, pero no según lo que antes entendíamos como familias extensas, sino como arreglos familiares para usar las otras viviendas como un bien para generar ingresos, por ejemplo”, agregó.

Otro de los problemas señalados por Arés es la urbanización de las familias. Estos movimientos, caracterizados por la emigración de las zonas rurales a las urbanas, han provocado el asentamiento de familias en las zonas periféricas de las ciudades cabeceras de provincia y en La Habana, lo que da paso a no pocas brechas de desigualdad social.

Las estadísticas en Cuba apuntan también a una feminización de la jefatura de los hogares. Si en 2012 el 44,9 por ciento de los hogares cubanos tenía una mujer al frente, según el Censo de Población, las Proyecciones de los Hogares Cubanos 2015 – 2030, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei), apuntan a que este año 2024 esa cifra debe llegar a la paridad y, para 2030, alcanzará 52,5 por ciento.

Según la sociológa Niuva Ávila, los cambios sociodemográficos en Cuba han contribuido a que haya cada vez más familias con dos o tres viviendas a su cargo y personas mayores solas en ellas. Foto: SEMlac Cuba

Sin embargo, especialistas han llamado a realizar lecturas cuidadosas sobre esa tendencia, ya que puede estar solapando el fenómeno de la “súper mujer” que se mantiene pendiente a todas las necesidades familiares y la toma de decisiones.

Según Arés, se requieren metodologías que permitan discernir y determinar en qué contextos la jefatura de hogar supone un empoderamiento y en cuáles una sobrecarga para ellas, insiste en su trabajo “Familia y pobreza en Cuba: realidades y desafíos”.

La mayoría de estos cambios no aplican solo al contexto cubano. Fuentes de Naciones Unidas aseveran que la familia hoy está marcada por la reducción de su tamaño, el aumento de las uniones consensuales y las rupturas; múltiples movimientos migratorios y las contradicciones que se derivan de mujeres más empoderadas cultural y económicamente, en un escenario global muy machista.

“El mundo está cambiando con rapidez. Las familias también están cambiando, al igual que el papel que desempeñan las mujeres y las niñas en ellas. En la actualidad no existe un modelo de familia ‘normal’. De hecho, nunca ha existido”, afirma el informe El progreso de las mujeres en el mundo 2019–2020, publicado por ONU Mujeres.

Estrategias en tiempos de crisis

Investigaciones diversas asocian esos cambios con las transformaciones ocurridas desde la segunda mitad del siglo XX: la integración de la mujer al trabajo y su entrada al espacio público, el fortalecimiento de su independencia económica, junto al derecho al divorcio y a decidir cuántos hijos tener y cuándo hacerlo.

Si bien por la década de los 80 se hablaba de un proceso de democratización al interior de los hogares cubanos, la llegada de la crisis económica de los años 90, conocida también como “período especial”, cambió ese panorama.

Ramos era entonces una adolescente, pero recuerda muy bien el desgaste de sus padres para garantizar la sobrevivencia cotidiana. “Mi mamá era profesora de una secundaria y dejó el trabajo para poder estar en la casa cuando venía el agua. En aquel momento no lo entendí bien; ahora sí”, rememoró.

El incremento de mujeres al frente de las familias puede ser una trampa, ya que puede estar solapando el fenómeno de la “súper mujer” que se encuentra pendiente a todas las necesidades familiares y la toma de decisiones. Foto: SEMlac Cuba

Una investigación del Centro de Estudios Psicológicos y Sociológicos (Cips) reconoció que en ese momento ocurrió un retroceso en la distribución de los roles en las familias. Ante la presión de la sobrevivencia cotidiana, muchas mujeres abandonaron sus empleos estatales y regresaron a los hogares para garantizar “la retaguardia”, mientras los hombres volvían a capitalizar el espacio público.

Hoy, ante una crisis similar, atravesada además por los duros años de la pandemia de covid-19, ese ciclo parece estarse repitiendo.

Contratada en una empresa del sector emergente de la economía, para Ramos “no es una opción dejar de trabajar”.

“Me gusta lo que hago, pero, además, con los precios cada vez más altos y todo tan complicado, perder esos ingresos es impensable. El problema es que llego a la casa cada día muy tarde y muchas veces no me queda tiempo para saber qué paso en la escuela de las niñas o buscarme otra pareja”.

Madre de unas gemelas de 16 años, de otra niña de 11 y divorciada hace casi una década, esta profesional ha vivido una transformación completa de sus hábitos familiares.

“Mis hijas mayores están becadas en la Lenin (un internado vocacional de ciencias exactas) y solo están en casa el fin de semana a duras penas, porque obviamente quieren pasear, despejar. La otra llega de la escuela y mi mamá se ocupa de que haga las tareas, coma, se bañe… a la hora que yo regreso, ya está en su cuarto con el móvil o viendo series. No es fácil buscar un espacio espontáneo para conversar y en esas edades no puede ser forzado”, confesó.

A juicio de Ávila, se está produciendo una “hiperbolización de la función económica de las familias”. Las carencias cotidianas obligan a las personas a dedicar “una cantidad de horas excesiva a la búsqueda de ingresos y, por tanto, se ve disminuido no solamente el tiempo que dedicaban a otras tareas, sino también su calidad”, considera.

“Muchas veces se quedan rezagadas áreas tan importantes como la educación, la socialización, la protección de las personas dependientes o la comunicación, por el desgaste que significan esas otras demandas”, explica a SEMlac.

Familias más allá de las fronteras

Cuando, además, las familias son cada vez más pequeñas, “se hace más compleja una salida exitosa para cumplir la función económica familiar y se descuidan las otras”, coincidió la psicóloga Jany Bárcenas, también de la Universidad de La Habana.

La migración aparece entonces no solo como proyecto de vida personal, sino como una estrategia familiar para enfrentar la crisis.

La familia cubana es cada vez más transnacional, pues hay más personas fuera del país y núcleos compuestos por  personas de diferentes nacionalidades. Foto: SEMlac Cuba

Muchas personas “se apoyan de otros familiares que viven fuera del territorio nacional y les depositan la responsabilidad de asumir esa función económica; eso genera otros conflictos”, explicó a SEMlac la también integrante del Grupo de Estudios Migratorios (Gemi), de la Universidad de La Habana.

Para Yeneysi Cruz, salir del país se ha convertido en una opción complicada. Su pareja se fue en 2017 y la dejó sola junto al hijo de ambos, con el plan de abrir camino para que más adelante se reunieran.

“En medio de la pandemia, él se enamoró de otra mujer y me dejó. Desde el principio quería llevarse al niño, pero yo no lo dejaba. Cuando las cosas comenzaron a ponerse más complicadas, finalmente le di el permiso, porque no tenía sentido tenerlo pasando trabajo aquí, si podía estar mejor con su papá”, contó Cruz.

Desde que el hijo se fue en 2022, ella busca una alternativa para viajar y poder reunirse con él. “Cuando lo solucione, entonces veré qué hago con mi mamá, que se quedaría sola del lado de acá”.

Especialistas como Consuelo Martín, psicóloga del Centro de Estudios Demográficos (Cedem) y del Gemi, aseveran que la familia cubana es cada vez más transnacional, debido a la diversificación de las personas que migran y el crecimiento de las que, dentro o fuera de la isla, están compuestas por personas de otras nacionalidades.

Los cambios de la política migratoria cubana de hace una década han influido en este panorama, al consentir la permanencia en el extranjero hasta dos años —o más, después de la moratoria aún vigente por la pandemia de covid-19—, sin perder el estatus de residente en Cuba.

Esto ha permitido emigrar y al mismo tiempo mantener vínculos con el país de origen, según explican en el artículo “Los múltiples retornos: estudio psicosocial sobre la migración de retorno a Cuba” Martín y Bárcenas, junto a las también psicólogas Isachy Peña Pino y Melissa Robaina Figueroa.

El tema no es menor si se considera que, hasta mayo de 2023, alrededor del 38 por ciento de las familias cubanas tenían a uno o varios de sus integrantes más importantes residiendo fuera de Cuba, según dijo en ese momento Laura Pujol, subdirectora general de Asuntos Consulares y Atención a Cubanos Residentes en el Exterior, de la Cancillería cubana, al medio digital On Cuba.

Ante ese escenario, urge comprender los cambios y avanzar hacia la flexibilidad del tratamiento a las familias en toda su diversidad, apuntó Arés. Ávila coincide y recomienda particularmente “reconocer los espacios de desigualdad, para poder ir cerrando las brechas”.

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