Dailene Dovale - Cimarronas.- El cuchillo reposa dentro del congelador. La amenaza se hace evidente en la voz de su esposo, Raúl: el arma está ahí por si ella se marcha de relación y de su vida. La cineasta Annia Quesada plantea en el cortometraje de ficción Si alguna vez (2023) una situación de violencia machista, sobre todo psicológica.


Helena, interpretada por Amalia Gaute, parte de una posición de subordinación. Todas las tareas de cuidado son suyas, allí se incluye la crianza de su bebé y la atención al suegro enfermo y dependiente de ella para vivir. A su lista de responsabilidades (que no solo tareas) se suma cocinar, limpiar, lavar, organizar la casa y sus gentes. Se reproduce aquí la cultura patriarcal en toda su oscuridad e injusticia. Raúl asume solo los roles asociados de forma tradicional al hombre: proveer económicamente el hogar y hacer la compra de los alimentos.
La casa es una carga exclusiva de ella. Los trabajos no remunerados, no reconocidos y poco valorados son suyos. La violencia se empieza a tejer en esa desigual división de tareas en base a prejuicios sexistas; las violencias machistas continúan desarrollándose en dinámicas de poder desbalanceadas al interior de la relación, matizadas siempre con palabras de afecto.
Son los mitos del amor romántico los que justifican el control y la posesión, ocultan las banderas rojas o intentan adormecer el juicio crítico de Helena, quien en un principio reconoce algunas de las violencias psicológicas que enfrenta. Él pretende disciplinarla, cortar la posibilidad remota de que un día ella abra la puerta y se vaya, dejando un sonoro portazo tras de sí.
El poder está en manos de Raúl, quien exige sexo sin tomar en cuenta la falta de consentimiento de su esposa o tan siquiera, su estado emocional, afectado por él. Ocurre violencia sexual en este cortometraje y quizás pase inadvertida para quienes consideran que el «solo sí es sí» queda sin validez dentro del matrimonio.
La cineasta, junto a su equipo, consiguen narrar una historia donde cada elemento visual o sonoro ayuda a entender las emociones de su protagonista, a reflejar el efecto emocional que provoca la amenaza del cuchillo. La vida transcurre en cambios de mañanas, tardes y noches, pero Helena despierta y el potencial arma continúa ahí, es una advertencia y a la par un recordatorio. Se queja, reclama, anuncia que se irá de la casa. Raúl, una vez más, niega el daño, se desentiende.
Recuerdo entonces, en el propio cine Acapulco, algunas ideas de feministas cubanas que admiro:
«Son señales de una violencia que se viste de posesividad, control y celos, provoca aislamiento, malestares y pérdida de la autonomía hasta convertirse, a menudo, en algo mayor y más físico» escribió Dixie Edith. «La primera vez que se decide romper el silencio es un momento crucial para las víctimas de violencia machista. Contar con orientación, contención, recibir ayuda precisa puede salvarle la vida», reflexiona Lirians Gordillo.
Helena no tiene la oportunidad de romper el ciclo. Es una denuncia de sus realizadores: resulta difícil romper el silencio, salir de vínculos opresivos. Un paso esencial sería desnaturalizar socialmente la violencia basada en género, y hacerlo con todas las herramientas y plataformas posibles. El cine es, cómo negarlo, privilegiado a la hora de narrar historias y contar ideas emancipadoras.
— El otro día estaba en el Chaplin y había una pareja mayor detrás de mí, pero perdida — comenta Betty, la profe de FCOM — . No entendían cuál era el problema de la mujer. ¿Sabes? No veían el conflicto — abre los ojos, asombrada — .
Esa tarde de jueves en que me comentaba la historia le creí. A mi lado el domingo en el cine Acapulco, un hombre resaltaba lo bonito y limpio de sus ollas, la falta de pobreza. El control y la amenaza eran superficiales para él. La violencia psicológica, al decir de especialistas, puede ser considerada un mal menor, algo sin tanta importancia y ese es uno de los peligros, que se vuelva invisible. Ahí radica una de las virtudes del corto, colocar la mirada en un hogar donde supuestamente nada ocurre y mostrarnos todos los mecanismos de poder implícitos.
Hubiera querido ver a Helena salir junto a su hijo y dar el portazo de Nora, pero ¿a dónde iría?, me pregunto. ¿Acaso tiene un lugar seguro? En cambio, abre el congelador, toma el cuchillo, lo utiliza para cortar carne, lo limpia luego y vuelve a colocarlo en su sitio. El arma del crimen no es aún el arma del crimen, pero pudiera serlo.
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