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La guerra velada contra el placer femenino

Lari Perez Rodriguez - Revista Muchacha.- Durante la Edad Media, la Iglesia desató una guerra sanguinaria contra las mujeres. La quema de brujas — asesinatos que han quedado en el imaginario popular como una «ficción» de los Hermanos Grimm — fue orquestada por el clero para eliminar «herejes», o, en otras palabras, mujeres que desafiaban el orden al tener el pleno control de sus cuerpos y sexualidades.


En aquella época, era común que las campesinas conocieran las cualidades de las plantas, incluyendo sus propiedades anticonceptivas y/o abortivas. Gracias a su sabiduría, que se transmitía de generación en generación, las mujeres eran capaces de entregarse al disfrute de las prácticas sexuales sin el temor a tener que gestar hijos no deseados.

Para llevar a cabo su cometido, la Iglesia estableció que las mujeres eran inherentemente inferiores a los hombres — excesivamente emocionales y lujuriosas, e incapaces de manejarse por sí mismas — ; por tal motivo, debían de ponerse bajo el dominio masculino. Durante dos siglos, se implementaron políticas para arrebatarles el control sobre sus cuerpos (y sus vidas), llegando a convertirlas en esclavas de la procreación.

Fue tanta la violencia a la que estuvieron sometidas que, a finales del siglo XVIII, el canon se había revertido. Ahora se las representaba como seres pasivos, asexuados, más obedientes y moralmente «superiores» a los hombres.

Este dominio férreo posibilitó la instauración de la «sexualidad patriarcal», que es, de hecho, la sexualidad normativa a la que toda mujer y todo hombre están atados en la actualidad. Mediante ella, se reproducen los roles de género y se le concede el pleno protagonismo al placer masculino. En la mayoría de los casos, los hombres exigen y dan por supuesto el sexo falocéntrico — que se reduce a la penetración mecánica y suele terminar cuando él llega al orgasmo — , sin que les importe el placer de su pareja.

En los últimos años, numerosos estudios nacionales e internacionales han hablado de la existencia de una brecha orgásmica o del placer. Esto quiere decir que, durante las relaciones sexuales heterosexuales, la gran mayoría de las mujeres no alcanza el orgasmo, mientras que sus parejas masculinas sí. Las dificultades que afrontan las mujeres para tener un disfrute pleno no están vinculadas a su anatomía, sino al hecho de tener que vivir en sociedades donde se las enajena de sus cuerpos y se las menosprecia.

¿Cómo adueñarnos de nuestro placer?

Para equilibrar la balanza, primeramente, es necesario volver a conectar con nuestros cuerpos. Desde pequeñas, se nos enseña que mirarnos al espejo es un acto de vanidad, cuando, en realidad, es la clave para reconocernos. Mirarnos al espejo nos permite descubrirnos tal y como somos. Es un momento para celebrar aquello que nos gusta de nosotras mismas, y para dar cariño a aquellas partes que no nos gustan tanto.

También debemos conocer nuestros genitales. Podemos buscar información sobre las partes que los componen y, mediante la autoexploración, identificar qué cosas nos generan placer.

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La masturbación es algo positivo y natural. Es otra forma de darnos afecto y de descubrirnos a nuestro propio ritmo. A pesar de lo que muchas personas puedan expresar, nada es tabú. Debemos abrir los sentidos a lo que el cuerpo nos dice. Ningún placer podrá compararse con el que nosotras seamos capaces de provocarnos.

A la hora de tener relaciones sexuales consensuadas, la comunicación es nuestra mejor aliada. Compartir con la pareja aquello que ya hemos descubierto durante la masturbación en solitario, hará que el encuentro sexual sea más placentero para ambos. Explorarse mutuamente, compartir fantasías y experimentar con juguetes sexuales son actividades que pueden enriquecer los momentos de intimidad. Puede que no siempre lleguemos al orgasmo (pues, en él se incluyen otros factores psicológicos, como la ansiedad, la preocupación…), incluso haciendo todo lo anterior, pero lo más importante es haber disfrutado todo el proceso.

Otra forma deliciosa de enfrentarnos a la sexualidad patriarcal es hablando del placer con las mujeres que forman parte de nuestras vidas. Y digo «hablar del placer», no de las parejas o intereses amorosos, porque debemos reclamar y reivindicar el placer que nos pertenece: el placer propio. Y el placer colectivo femenino. Solo en una tribu encontraremos el apoyo y la escucha necesarios para romper con la culpa que se nos ha heredado. Aprendamos colectivamente a sentir sin vergüenzas, a decir sin miedos y a disfrutar sin pudor.

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