La campaña Evoluciona posicionó la crítica pública al piropo, a la par que consiguió una polarización de opiniones en torno a una parte de la población que lo identifica como un rasgo de identidad cultural

Dixie Edith - Red Semlac / Foto: SEMlac Cuba.- Miradas lascivas, gestos desagradables, persecución, exhibicionismo, propuestas de corte sexual… Esas y otras prácticas similares configuran el acoso callejero, una forma de violencia que no siempre es reconocida, ni suficientemente atendida.


Para la feminista y psicóloga social Yohanka Valdés Jiménez, se trata de “una de las manifestaciones de la violencia de género que está más normalizada.”  

Con muchos años de experiencia en la atención a las violencias machistas, esta especialista considera que el acoso callejero es mucho más común de hombres hacia mujeres, pues “justamente tiene que ver con esa visión más patriarcal de que la calle y el espacio público son dominados por los hombres y también con mitos acerca del control del cuerpo y de las relaciones de las mujeres”.

El piropo es una de las formas más normalizadas de acoso callejero en Cuba, opina Yohanka Valdés Jiménez. Foto: Cortesía de la entrevistada

 ¿Qué es el acoso callejero? ¿Cómo se manifiesta en Cuba?

Es una forma de violencia que se manifiesta básicamente en el espacio público, mediante acciones físicas o verbales, sobre todo de contenido sexual, contra una persona que no quiere recibirlas y no acepta participar de ellas.

¿Cómo se expresa? Por lo general a través de piropos, miradas insistentes, silbidos, comentarios no deseados, persecuciones por parte de personas desconocidas que intentan llamar la atención de quien recibe la agresión. Otras formas de acoso callejero tienen que ver con gestos, acercamientos intimidantes, tomar fotografías sin consentimiento, agarrar a la persona, tocarla en sus genitales o en otras partes del cuerpo.

En Cuba, una de las formas más generalizada -y al mismo tiempo naturalizada- es el piropo, que viene a ser como el punto de mayor normalización; pero que, al mismo tiempo, comienza a colocarse ya en el debate público con algunas críticas. Suele suceder, por ejemplo, que si hay un grupo de hombres en la calle, algunas mujeres se alejan de ese espacio por el solo hecho de no estar sometidas a esas expresiones tan machistas contenidas en el piropo, a esos comentarios que no son deseados y mucho menos consentidos.

¿Por qué crees que de ser un problema casi invisible ha saltado al debate público en años recientes y desde puntos de vista muy polarizados?

En los últimos años ha habido por diferentes vías –desde el punto de vista mediático, pero también desde campañas de bien público– un llamado de atención que ha colocado al acoso callejero en el centro del debate.  También hay influencia de otras campañas, de otras lecturas, posicionamientos y de otros mensajes que transitan en las redes sociales, que parten justamente de un cuestionamiento al acoso callejero.

Sin embargo, una campaña como Evoluciona, que atacó el acoso callejero con diferentes herramientas como el experimento social, mensajes colocados en diferentes productos comunicativos, spots de bien público, entre otros, si bien colocó el asunto en el centro del debate, desde otro punto de vista generó, efectivamente, mucha polarización. En ese sentido hay personas, grupos sociales, influencers, pero también figuras públicas y de autoridad, que siguen legitimando el piropo como elemento inherente a la cultura cubana y algo que, por tanto, debe sostenerse y reproducirse por ser parte de la identidad. En el otro extremo tenemos otras personas, sobre todo jóvenes, que empiezan a colocar otros patrones, otra crítica, otro llamado de respeto al cuerpo de las mujeres. Son muchachas jóvenes, formadas, que tienen acceso a estos mensajes y empiezan a tener una visión mucho más crítica.

Creo que también el periodismo feminista en Cuba ha colocado diferentes perspectivas críticas sobre este problema y eso ha ayudado a mover el pensamiento. Igualmente, existe un consumo de otros productos audiovisuales, de culturas que probablemente ya tengan más instalada esta visión crítica, que comienzan también a mover ese debate.

 ¿Prevención, atención? ¿Cómo hacer con un asunto donde hay tanta naturalización?

Bueno, siempre que se habla de violencia de género, creo que la fórmula tiene que ser combinada: prevención, atención y reparación. Sin embargo, ante un problema tan naturalizado, la sensibilización sigue siendo la puerta de entrada fundamental. Justamente, para construir y ofrecer alternativas, pero sobre todo para deconstruir una práctica tan habitual, tan obvia y que muchas veces, incluso las mujeres, suelen posicionar o reconocer como algo que les sostiene la autoestima.

Ahora, no puede ser una sensibilización homogénea porque estamos hablando de grupos poblacionales diversos, por tanto, tienen que ser mensajes que reconozcan la interseccionalidad y la diversidad, pero también que se adecuen a los contextos específicos donde esta violencia se produce. No podemos hablar de acoso callejero en Centro Habana, en la calle Obispo, como lo hacemos en contextos rurales. Entonces, tiene que haber mensajes y estrategias diferenciadas en clave de sensibilización, esenciales cuando hablamos de prevención

Por otro lado, ¿qué hacer con aquellas personas víctimas del acoso callejero que lo quieran denunciar, que quisieran que se sancionen esas prácticas? Ahí hay un camino todavía más largo y que necesita de leyes y herramientas jurídicas. Porque realmente, cuando se habla de acoso callejero, parecería que es algo menor a las violencias, cuando en realidad se trata de una expresión muy concreta de la violencia de género

Habla de las leyes, ¿qué faltaría?

Hay un desafío importante en términos de legislación, de regulación jurídica, que debe avanzar en el país. Sin embargo, la legislación no puede ser un fin en sí misma. Requiere también de seguimiento, implementación y evaluación, porque muchas veces las personas que operan la justicia también asumen los roles de victimario cuando de acoso se trata.

En Cuba se avanzó en una normativa sobre el acoso en el espacio laboral –que podría acotarse más-´; sin embargo, hay pocas evidencias de implementación y sanción en estos espacios, aun cuando persisten expresiones de acoso. Entonces, la mirada tiene que ser sistémica, pero también se requiere acudir a otros mecanismos que sancionen el acoso y que, además, extiendan la sanción pública, es decir, la crítica pública a esta realidad.

Es necesaria una ley integral de violencia de género y, una vez que exista, contar con un articulado que realmente recoja las sanciones frente al acoso callejero, porque no hay dudas de que las mujeres cubanas seguimos siendo víctimas, con mucha frecuencia, de este tipo de práctica y de esta violencia que suele gozar todavía de bastante aprobación.

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