Lari Perez Rodriguez - Revista Muchacha.- En 1894, Tomás Alva Edison grabó a nativos americanos que formaban parte del espectáculo circense llamado El salvaje Oeste de Buffalo Bill. Esta fue la primera vez que los «indios» aparecieron en la pantalla. Pero el nacimiento del cine coincidió, en el tiempo, con las últimas masacres de nativos de Norteamérica; y, cuatro años antes de que Edison capturara aquellas imágenes, tendría lugar la masacre de Wounded Knee donde el regimiento del 7.º de Caballería abrió fuego contra un campamento de siux, asesinando a noventa hombres y doscientas mujeres.
En los comienzos del cine mudo, la representación de personajes nativos fue muy popular. Podemos encontrarlos en títulos como: Kit Carson (1903); The call of the wild (1908); The aborigene’s devotion (1909); The indian runner’s romance (1909); y A mohawk’s way (1910), entre otros.
Aunque no era extraño que las cintas cedieran el protagonismo a los enfrentamientos entre colonos e «indios», películas — como las ya mencionadas — otorgaron un espacio a otras interacciones en las que prevalecían el amor, la devoción y/o la amistad. Pero no debemos confundir esta variedad argumental con ausencia de estereotipos, pues se repitieron muchas tramas, como las del niño blanco criado con los «indios», o las del niño «indio» que no se adaptaba a las costumbres «de los blancos».
Ya en estas primeras cintas queda patentado el «interés» de los hombres blancos por «las indias» — llegando, incluso, a hablarse de amor. A ellos se les reservaron los finales felices; en cambio, las historias de amor entre hombres nativos y mujeres blancas nunca llegaron a buen término.
Cuando se estrenó The silent enemy (1930), en los Estados Unidos solo quedaban doscientos cincuenta mil nativos. Era una época de marcado interés por las películas «exóticas» y etnográficas, y este casi documental ponía en pantalla la vida de varios nativos americanos, abogando por la «conservación» de los mismos.
En dicha década, la maquinaria de Hollywood comenzaba a desarrollarse. El cine comercial — orientado a obtener beneficios económicos — se especializó en presentar a los nativos como «salvajes», un recurso que aseguró no pocos éxitos de taquilla.
En 1939, el género western estaba en declive; entonces, John Ford firmó la que sería considerada una de sus obras maestras: La diligencia. La defensa de la supremacía del hombre blanco occidental se sostuvo a partir de las representaciones burlescas y racistas de los nativos, a quienes se les describió como los salvajes — atrasados y sanguinarios — que impedían el progreso.
La diligencia (1939). Imagen tomada de Internet.
Si obras como El nacimiento de una nación (1915) vinieron para justificar la esclavitud y la segregación racial — glorificando a los asesinos del Ku Klux Klan — , el western fue el género por excelencia para romantizar a los hombres blancos violentos, y deshumanizar a los nativos — convirtiéndolos en los enemigos de la América-blanca.
Crear al «indio»
El término «indio» se empleó (y emplea) en los Estados Unidos para designar a todas las personas nativas, sin tener en cuenta las diferencias culturales, sociales y lingüísticas. Si miramos la historia del cine de este país, notaremos cuánto ha contribuido al borrado de sus culturas.
Hasta la actualidad, el gobierno ha reconocido oficialmente a casi 600 tribus, dentro de las que se encuentran los omaha, los wichita, los sarsi, los blackfoot, los hurones, los lenape, los nootka, los quileute, los creek, los cherokee, los navajo, los apaches, los hupa, los yurok, los cree y los chippewa; entre otros. Toda esta riqueza ha sido reducida a un conjunto de estereotipos que se reciclan cada año dentro de la industria del cine y los medios de comunicación, creando en su público una opinión negativa y sesgada acerca de los nativos americanos.
Entre los estereotipos que se han reforzado dentro de la cinematografía, podemos encontrar:
La princesa india: Este estereotipo corresponde a aquellos personajes femeninos — usualmente, hijas de jefes tribales — que simpatizan con el héroe blanco y que aceptan una misión que las llevará lejos de su tribu. Con frecuencia, ellas establecen una relación amorosa con un personaje blanco e, incluso, pueden llegar a adoptar la cultura occidental como sacrificio amoroso. Suelen ser representadas como mujeres fuertes, y poseen una belleza física que satisface los estándares de belleza occidentales — a veces, jugando con el fetichismo de lo exótico.
Pocahontas (1995). Imagen tomada de Internet.
El guerrero nativo: Este es, posiblemente, el estereotipo más repetido a lo largo de la historia del cine. El salvaje sediento de sangre, feroz y de formidables habilidades; es agresivo por naturaleza y posee un valor inquebrantable. Suele enseñar el pecho y llevar con él armas, como lanzas o hachas. Lo más importante de todo: supone un peligro para la civilización occidental.
El noble salvaje: Este término fue creado por los americanos en el siglo XVII, y se ha entendido como el «caballero de la naturaleza». Es un personaje místico, espiritual y noble, que se aleja de los comportamientos «salvajes» que le atribuyen a su tribu. Se le describe como un sabio con una intensa conexión con la naturaleza, incapaz de ser corrompido por la corrupción de la comunidad blanca.
El último Mohicano (2011). Imagen tomada de Internet.
Otros estereotipos que podemos encontrar son: el activista medioambiental nativo, el anciano sabio, el compinche leal, el alcohólico agresivo, el nativo que vive a costa del Gobierno, y el que es rico a causa de la industria del casino.
A todo lo anterior, debemos sumar el whitewashing, ya que — durante décadas — Hollywood ha contratado a actores y actrices blancas para interpretar personajes no-blancos, o de herencia nativo-americana. Este esfuerzo deliberado por negar el talento y la contribución de actrices y actores nativos, no es más que otra evidencia del racismo que consume a los Estados Unidos.
Afortunadamente, en producciones más recientes se pueden encontrar historias narradas desde las perspectivas de las comunidades de nativos americanos. En gran medida, el cambio de punto de vista está asociado a la presencia de personas de dichas comunidades en el equipo de filmación. Tal es el caso de la cinta que hoy les recomiendo.
La propuesta de hoy
Fancy Dance (2023) es el primer largometraje de la cineasta Seneca-Cayuga, Erica Tremblay. Previamente, Tremblay ya era conocida por sus documentales cortos Tiny Red Universe (2007), In the Turn (2014) y Heartland: A portrait of Survival (2012).
Fancy Dance (2023) es el primer largometraje de la cineasta Seneca-Cayuga, Erica Tremblay. Imagen tomada de Internet.
En Fancy Dance conocemos a Jax (Lily Gladstone), una mujer cayuga endurecida por el entorno hostil y precario en el que vive. Tras la desaparición de su hermana Tawi, Jax deberá cuidar de su sobrina de trece años, Roki (Isabel Deroy-Olson).
Aunque el drama recoge la búsqueda angustiosa e incansable a la que se aventura Jax — quien no cuenta con el apoyo de la policía, ni de su padre ausente — , el film se centra en la relación que se establece entre tía y sobrina, quienes emprenden un viaje por carretera que cambiará su vínculo.
Sin caer en la sordidez, la cinta denuncia la existencia precaria de las personas que viven en la reserva, así como las diversas violencias y manifestaciones de racismo a las que están sometidas. Con gran sensibilidad, su directora muestra la riqueza cultural y lingüística de la comunidad que retrata. Ejemplo de ello son los diálogos en lengua cayuga que se establecen entre Jax y Roki y el peso que se les otorga a los bailes tradicionales en la estructura narrativa de la obra.
Aunque imperfecta, esta película independiente resalta por su sinceridad, la fuerza emocional contenida en su guion y las excelentes actuaciones de sus protagonistas. Es un magnífico homenaje a la comunidad nativa contemporánea y una apuesta honesta por la preservación de las tradiciones y los vínculos familiares.