Las mujeres tienen una mayor longevidad que los hombres y a menudo quedan solas y con precariedad económica al final de la vida, o son relegadas a cuidadoras de otras personas
Rachel Lambert Correoso. Psicóloga. Máster en Estudios de Población. Centro de Estudios Demográficos (Cedem). Universidad de La Habana. Especial para SEMlac / Foto: SEMlac Cuba.- El envejecimiento de la población es un fenómeno global que plantea diversos desafíos, entre ellos, una cada vez más estrecha relación entre la vulnerabilidad y la violencia que pueden enfrentar las personas mayores.
A medida que crece la esperanza de vida, también aumentan los riesgos asociados con el aislamiento social, las condiciones de salud y la dependencia económica, convirtiendo a este grupo etario en un segmento especialmente susceptible a diferentes formas de maltrato que incluyen manifestaciones físicas, psicológicas y económicas, entre otras menos visibles.
Al cierre de 2023, Cuba contaba con poco más de 10 millones de habitantes, según los nuevos cálculos de la población efectiva realizados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei), que incorporaron el impacto de las migraciones. Esta población es 10,1 por ciento menor que la de 2020 y similar a la que se registró en algún momento de 1985.
Con una transición demográfica temprana y completa, el país tiene muy bajos niveles de fecundidad (1,54 hijos por mujer), por debajo del reemplazo desde hace más de cuatro décadas; bajas tasas de mortalidad (11,5 por mil habitantes en 2023), con incrementos mayores entre 2020 y 2022 por la incidencia de la epidemia por covid-19, aunque ya presentaba tendencia al incremento; y saldos migratorios internacionales negativos.
Todo ello ha incidido en el incremento del envejecimiento de la estructura por edades de la población, que alcanzó 24,4 por ciento en 2023, un proceso que se mantendrá en el tiempo.
En Cuba, los cambios demográficos y, especialmente, los estructurales en el modelo económico han puesto en riesgo a determinados grupos de la población, entre ellos al de personas adultas mayores. Es indiscutible que las nuevas circunstancias económicas, sociales, políticas, culturales y familiares hacen que este fenómeno requiera ser estudiado desde nuevas categorías analíticas; de ahí que el concepto de vulnerabilidad puede asumirse para reflejar el proceso dinámico en que se encuentra este grupo de la población. En general, en el mundo, el envejecimiento demográfico y el aumento de la vulnerabilidad de las personas adultas mayores son cada vez más frecuentes en documentos de análisis de coyunturas sociales, así como en el discurso operante en las políticas públicas.
Aunque la vulnerabilidad es una dimensión relativa, lo que implica que todas las personas son vulnerables, cada individuo tiene su propio nivel y tipo de vulnerabilidad, determinados por sus circunstancias socioeconómicas y factores personales.
Según el geógrafo y demógrafo Jorge Martínez Pizarro, investigador del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade), la vulnerabilidad sociodemográfica en particular se refiere a “la insuficiente capacidad de respuesta y la escasa habilidad de adaptación activa ante situaciones problemáticas, a la inseguridad e indefensión que experimentan las comunidades, familias e individuos en sus condiciones de vida a consecuencia del impacto provocado por algún tipo de evento económico-social de carácter traumático”, precisó en el ensayo “La vulnerabilidad social y sus desafíos: una mirada desde América Latina”.
En las personas de 60 años y más se ve exacerbada por factores como la soledad, la falta de acceso a servicios de salud adecuados y la precariedad económica que, en no pocos casos, llevan a episodios de violencia. Muchas de estas personas dependen de cuidadores y, en algunos casos, estos pueden ejercer un control excesivo o abusivo, tanto emocional como físico.
Además, envejecer trae consigo una serie de cambios físicos y cognitivos que pueden limitar la capacidad de respuesta ante situaciones de violencia. La disminución en la agudeza mental y física puede dificultar la identificación de situaciones de abuso y la búsqueda de ayuda, lo que agrava la situación de vulnerabilidad de estas personas.
¿Por qué es necesario relacionar envejecimiento, vulnerabilidad y violencia?
Como ya se venía anticipando, el envejecimiento, la vulnerabilidad y la violencia se entrecruzan, afectando de manera significativa la calidad de vida de las personas mayores. Estos nexos o interrelaciones se pueden manifestar de formas diferentes.
En primer lugar, a través de una agudización de la vulnerabilidad de las personas mayores, debido a factores como la pobreza, la exclusión social y la discriminación laboral. Esto no ocurre solamente debido a su edad, sino a una combinación de factores sociales, económicos, culturales y familiares que afectan su capacidad para enfrentar situaciones adversas.
Estos grupos poblacionales están más expuestos a enfermedades, reducción de ingresos y marginación social. A menudo, las personas mayores enfrentan discriminación y estigmatización -suelen ser percibidas como improductivas o dependientes-, lo cual puede llevar a un trato desigual que las pone en situación vulnerable en cuanto a su estabilidad económica, pero también ante el acceso a servicios esenciales como los de salud.
El maltrato a personas mayores incluye abuso físico, psicológico, sexual, financiero y/o negligencia. Puede ocurrir tanto en el hogar como en instituciones de diversa naturaleza y es más prevalente entre las mujeres mayores.
Mujeres bajo foco
Estas formas de maltrato se suelen englobar en una categoría más general: la violencia doméstica o intrafamiliar –aunque no ocurre solo al interior de los hogares. En este ámbito, fue el último campo en ser reconocido –después del maltrato infantil y la violencia de género–, pues antes no se pensaba que una persona de este grupo de edad podía vivir situaciones de violencia, sobre todo en su entorno familiar, explica la geriatra mexicana Liliana Giraldo en su artículo “El maltrato a personas adultas mayores: una mirada desde la perspectiva de género”, publicado por la revista Debate Feminista.
El análisis de la conexión entre edad y relaciones de género no ha sido el más desarrollado por la teoría social, según las investigadoras británicas Sara Arber y Jay Ginn. En la segunda mitad del siglo XX, cuando comenzaron a tomar mayor fuerza las propuestas teóricas feministas, las sociólogas de este movimiento pusieron poca atención a las mujeres adultas mayores, lo cual se explica porque el llamado “feminismo de la segunda ola” empezó como un movimiento de jóvenes y, sobre todo, como “revuelta generacional”, reflexionaron estas estudiosas en su libro “Género y vejez: Un análisis sociológico de los recursos y las limitaciones”.
Al respecto, la socióloga canadiense Julie McMullin destaca que debe considerarse el hecho de que la teoría refleja los desequilibrios de poder en la sociedad, ya que quienes son menos poderosos en términos económicos, como las mujeres ancianas, negras o con discapacidad, atraen menos atención teórica.
“En cuanto al fenómeno del maltrato a personas adultas mayores, es importante subrayar que los estudios desarrollados en el tema se han hecho a partir de un enfoque médico y, en consecuencia, desde esta óptica son los hallazgos de dichos estudios”, precisa Giraldo.
Sin embargo, en el caso concreto del envejecimiento, la violencia está directamente vinculada a las diferencias de género. Las mujeres tienen una mayor longevidad que los hombres y a menudo quedan solas y con precariedad económica al final de la vida, o son relegadas a cuidadoras de otras adultas mayores, nietas y nietos, actividades que pueden estar atravesadas por violencias diversas.
La situación se agrava cuando tienen orientaciones sexuales o identidades de género no heteronormativas, pues envejecimiento y sexismo se combinan para producir una dependencia social, donde la precariedad económica, la exclusión y el abandono por parte de familiares son características dominantes.
Cualquier análisis adecuado sobre el maltrato de personas adultas mayores debe tomar en cuenta la posición socio estructural y condición de las mujeres mayores en la sociedad y cómo esta se relaciona con su posición dentro de la familia, así como con los recursos con que cuentan para resistir comportamientos abusivos.
Comentarios generales o tres puntos de partida para seguir investigando
—Es esencial fomentar una mayor conciencia social sobre la intersección que existe entre envejecimiento, vulnerabilidad y violencia.
—Es imperativo implementar estrategias que refuercen la red de apoyo social y familiar de las personas mayores. La educación y la formación de la comunidad son fundamentales para detectar y prevenir situaciones de abuso, así como para promover un entorno donde esas personas se sientan seguras y respetadas.
—Esto puede abarcar programas intergeneracionales, iniciativas que fomenten la inclusión social y el acceso a servicios de salud y bienestar. Solo mediante un enfoque integral y colaborativo será posible abordar de manera efectiva los desafíos que enfrenta la población envejecida en relación con la vulnerabilidad y la violencia.