Por Lázaro Fariñas*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Creo que nunca hubo una época tan revuelta social, sexual, económica y políticamente, en los Estados Unidos, como la década de los sesentas del siglo pasado. Los que vivimos aquellos años en este país, pensábamos que estábamos abocados a una guerra civil o a un cambio radical de las estructuras sociales y políticas de esta nación.


El cambio de gobierno en 1961, en el que John F. Kennedy asumió las riendas del poder presidencial, trajo aires frescos y esperanzas de una nueva era para la Unión Americana. Se iban los generales y doctores de otras épocas y llegaba a la Casa Blanca sangre joven con mensajes y pensamientos nuevos. Parecía que los tiempos cambiaban, y en realidad, empezaron a surgir ideas diferentes. Hasta la misma música cambió de ritmo. Ya, unos años antes, el presidente Ike Eisenhower había tenido que ordenar a las tropas federales que se enfrentaran a la Guardia Nacional de Arkansas para permitir que nueve estudiantes negros se matricularan en un preuniversitario de ese estado, pero habían sido solo gestos de un presidente que no respondían a un cambio de política, sino al enfrentamiento con una realidad que ya no aceptaba mucha más postergación. Con la llegada de Kennedy, El Camelot llegaba a Washington, pero lo que nadie se imaginaba era que, con las ideas nuevas, también venía el odio viejo y Kennedy tuvo que pagar con su vida al caer abatido a balazos en una de las calles de Dallas, Texas. La idea de que el país había escogido un nuevo rumbo se vio truncada aquel día de noviembre en aquella ciudad texana.

Kennedy adelantaba una legislación sobre los derechos civiles la cual nunca llegó a firmar. Fue su sucesor, Lindón B. Johnson, quien, siete meses después del asesinato del presidente en Dallas, llegó a firmarla.  La ley eliminaba, por lo menos en papel, todo tipo de discriminación racial, étnica, religiosa, y de género. Eliminaba la segregación racial existente en las escuelas y en los registros electorales. Era increíble que todas esas discriminaciones existieran, en el año sesenta del siglo veinte, en un país que se proclamaba y se sigue proclamando cuna de la democracia, en un país donde, cien años antes, centenares de miles de sus ciudadanos perecieron en una atroz guerra civil que logró abolir la esclavitud. Más vale tarde que nunca, dice el refrán y la ley trajo algo positivo para este país, dando los primeros pasos para que, 45 años más tarde, un hombre negro llegara a la presidencia del país.

Nada fácil fue su aplicación. Hubo disturbios por todo el sur de los Estados Unidos.  Testigo presencial de muchos de ellos fui, cuando hice un viaje de New York a Miami en carro, poco después de la firma de la ley. Sufrí la discriminación, no por ser latinoamericano, ya que mis ojos son azules y mis facciones no son nada negroides, sino porque uno de los cubanos que nos acompañaba en ese viaje era de la raza negra, y por cierto, bastante reaccionario nuestro compatriota.

Pero la Ley de Derechos Civiles fue solo uno de los hechos que sucedían en este país después del asesinato de Kennedy. La guerra intervencionista contra Viet Nam y las protestas en contra de esa guerra, los movimientos Hippies, el desarrollo de los movimientos radicales, tanto de derecha como de izquierda, el asesinato del reverendo Martin Luther King y del aspirante a la presidencia por el Partido Demócrata,  Robert Kennedy, el  consumo masivo de estupefacientes  como la marihuana o la cocaína  y de drogas alucinógenas como el LSD, las protestas estudiantiles como la llevada a cabo en la universidad de Kent en donde la Guardia Nacional acribilló a balazos a los protestantes dejando 4 muertos y nueve heridos o los disturbios raciales los cuales se extendieron mucho más allá de los sesentas, en fin, los Estados Unidos atravesaban por una de sus peores crisis sociales y políticas.  Lo interesante de todo esto es que la revolución de amor y paz que proclamaban los Hippies era tan radical como la que proclamaban los negros de las Panteras Negras, una, con el signo de paz y amor y la otra, con el puño cerrado en declaración de guerra.

Al pasar el tiempo, la guerra de Viet Nam terminó en una debacle para este país, el movimiento Hippie se fundió en la misma sociedad que tanto criticó, los negros de Las Panteras Negras fueron barridos a tiro limpio, las drogas se siguen consumiendo tanto o más que en aquella época, las protestas de los movimientos estudiantiles desaparecieron de las universidades, y las ideas de que una sociedad más justa estaba por llegar se esfumaron en la nada, y sí, un hombre de la raza negra está en la Casa Blanca. En los sesentas parecía que todo iba a cambiar, pero en realidad, muy pocas cosas se llegaron a lograr.

*Lázaro Fariñas, periodista cubano residente en EE.UU.

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