Noel Manzanares Blanco - Cubainformación.- Leí el reporte La amenaza del virus en cuyo contenido aparece la percepción de Thomas Frieden, director del Centro de Control de Enfermedades estadounidense, sobre la epidemia del momento, a saber: “En los 30 años que llevo trabajando en sanidad pública, lo único que he visto como esto es el SIDA. Tenemos que trabajar ahora para que [esa enfermedad] no sea el próximo SIDA del mundo”.

 


La información consultada también da cuenta que, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud, hasta el pasado 5 de Septiembre un total de 8 033 personas habían sido infectadas en el mundo por la epidemia que se registra desde Marzo en África occidental y que es la más grave desde que se identificó la enfermedad en 1976. De éstas, 3 879 personas han fallecido.

 

Asimismo, destaca que el Banco Mundial estima que el impacto económico del Ébola puede llegar hasta los 32 600 millones de dólares a finales de 2015; que esa institución ha movilizado 400 millones de dólares en asistencia de emergencia a los tres países más afectados; y que el FMI (Fondo Monetario Internacional) ha liberado 130 millones en créditos en la misma dirección.

No es mi intención en este momento, evaluar la actitud de ese Banco y ese Fondo respecto al emergente flagelo enseñoreado en África. Por el momento, apenas le recuerdo a mis lectores/as que en Cuba ante el Ébola, un divorcio de la migaja signifiqué que la Mayor de las Antillas es motor de la solidaridad internacionalista, precisamente de cara al nuevo azote a la humanidad —y sin tener el ¿beneficio? de esas instituciones financieras.

Mas, sí deseo llamar la atención a propósito de Iniciativa mundial sobre la reducción de las pérdidas y el desperdicio de alimentos, un documento del Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) que en su acápite “Las causas de las pérdidas y el desperdicio de alimentos dependen de condiciones específicas”, manifiesta:

“En  términos  generales,  las  pérdidas  y  el  desperdicio  de  alimentos  se ven  influenciados  por  las  decisiones  tomadas  en  la  producción  y  el procesamiento,  patrones  y  tecnologías,  infraestructura  y  capacidad internas, cadenas comerciales y canales de distribución, poder adquisitivo de los consumidores y prácticas de uso de alimentos.

“Las  pérdidas  y  el  desperdicio  de  alimentos  en  los  países  de  ingresos bajos se deben a limitaciones técnicas y de dirección muy diversas en las técnicas de cosecha, el almacenamiento, el transporte, el procesamiento, las  instalaciones  de  refrigeración  (en  condiciones  climáticas  difíciles), la  infraestructura,  los  sistemas  de  envasado  y  la  comercialización.  Los principales  sectores  afectados  son  la  pesca,  la  producción  agrícola  y  el procesamiento.  Los  actores  de  estos  sectores  se  enfrentan  también  al problema  del  acceso  de  sus  productos  a  los  mercados.  Si  los  mercados no  son  accesibles  o  si  los  precios  de  mercado  son  demasiado  bajos,  los agricultores y pescadores dejarán que productos buenos se desperdicien”.

Debo advertir que con la lectura de ese documento de la FAO no encontré algo que acreditara ocupación alguna provenientes de los citados  Banco y Fondo para remontar el grave problema acerca de la alimentación que pende sobre millones y millones de desposeídos/as de la Tierra. Y tengo presente que en esas instituciones internacionales están mayoritariamente representadas las economías más sobresalientes del mundo capitalista.

Entretanto, a mi memoria volvió lo que expuse hace cinco años en Los hambrientos requieren más voluntad política mundial, a tono con una Cumbre de la FAO efectuada entonces en la que solo hubo un pronunciamiento por erradicar de forma definitiva el Hambre “lo antes posible”, muy a pesar que en aquel momento un niño moría de hambre cada seis segundos.

Debo escribir también que el asunto del Hambre hace bastante tiempo se ha apoderado en medida nada despreciable de la propia África que ahora es víctima del Ébola. Al respecto, me referí al genocidio en silencio patentizado en Agosto de 2011 cuando la misma FAO convocó a una reunión urgente de alto nivel en Roma con ministros y expertos con vistas a buscar soluciones a la grave hambruna que azotaba/¿dejó de azotar? esa región.

Justamente en aquella oportunidad, me detuve para preguntar: ¿por qué asistimos a una hambruna descomunal en el Continente Negro, si existe capacidad para extinguir ese flagelo? Y me respondí: porque predominan las relaciones capitalistas de producción, distribución, cambio y consumo —incluido el saqueo de las Empresas Trasnacionales.

Ahora, como complemento, apunto que no estoy en condiciones de certificar que en los días que corren tanta barbaridad haya cambiado substancialmente. Si no, fíjese usted en el siguiente dato avalado por el Programa Mundial de Alimentos: “Hambre: el mayor riesgo a la salud en el mundo”. Por demás, le invito a ver los diez puntos que le acompañan.

Así, a esta altura por lo menos me siento en la obligación moral —sin despreciar la amenaza del virus emergente— de llamar la atención acerca Hambre, esa epidemia que hace tanto tiempo es causante de desdichas abominables, incluso mucho mayor que el Ébola, y que hoy día todavía carece de la atención que recibe la enfermedad en boga. Urge igualmente, pues, hacer más y más para el bien de muchísimas personas en todo el Tercer Mundo y hasta en el Primer Mundo.

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