Por Manuel E. Yepe*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- El doble triunfo en Brasil y Uruguay de sendos candidatos de la izquierda, unido a la reciente sonada victoria en Bolivia han venido a confirmar una perseverante tendencia política que se hace cada vez más determinante en toda la América Latina, en detrimento de la supremacía que antes disfrutaban las tradicionales oligarquías dependientes de Washington. Puestos a elegir entre dos modelos políticos antagónicos, los pueblos pronuncian sus preferencias por la izquierda.


Al calificar de izquierda la ideología determinante de las fuerzas políticas a las que los pueblos de muchos países de América Latina vienen confiando la responsabilidad de gobernarlos, no se habla de fuerzas compactas, ideológicamente homogéneas. Uno de los atributos más importantes que han caracterizado a los líderes de la izquierda que están protagonizando el milagro que experimentan hoy estos pueblos, es poseer el talento requerido para mantener su identidad unitaria con tolerancia y respeto para con todas las partes que hacen el conjunto. La capacidad para subrayar todo lo que une y soslayar todo lo que divida, y hacerlo con métodos democráticos, es tan importante como el respeto a los principios de fidelidad a los intereses populares, en especial a la protección de los más pobres.

La historia de los movimientos revolucionarios de América Latina está repleta de ejemplos de divisiones que han provocado derrotas y cómo la unidad ha precedido a cada victoria.

Las reelecciones de Evo Morales y Dilma Rousseff, así como el triunfo en primera vuelta de Tabaré Vázquez significaron también victorias sobre el golpismo mediático, que ha devenido arma sucia de los oligarcas ocupando el lugar que antes tuvo el golpismo militar como estrategia de los poderosos para contrarrestar la voluntad de las mayorías empeñadas en reivindicar sus derechos a decidir la orientación de los destinos nacionales.

Durante muchos años fueron golpes militares, o la amenaza de éstos, los métodos más recurridos para derrocar a gobernantes que contrariaran los intereses de las oligarquías y la hegemonía de las grandes corporaciones extranjeras, o para evitar que transcurrieran procesos electorales que permitieran la expresión de una voluntad ciudadana que no fuera la de las oligarquías.

Pero aquellos años de golpes militares, Operación Cóndor, desaparecidos, ejecuciones extrajudiciales y torturas cedieron a otros en que las oligarquías pretendieron regresar a los no menos inicuos, pero sí menos sangrientos, tiempos de las democracias representativas bajo su control, sin la repudiada participación de militares que se prestaban a desprestigiar a los institutos armados en aras de los espurios intereses de quienes los aprovechaban en beneficio propio.

Comenzaron tiempos de una democracia con matices distintos en cada nación que los pueblos inicialmente recibieron con júbilo, pese a que significaban la reinstalación de los viejos mecanismos de la “democracia” diseñada por Washington para garantizar la supremacía del dominio de los ricos y la participación decisiva del dinero en todos los aspectos de los sistemas electorales y de gobierno.

Pero, al darse espacio a los pueblos para expresar su voluntad en las urnas aunque se mantuviera intacto el poder del capital, las masas comenzaron a repudiar el orden anterior y a elegir mejores representantes de sus intereses.

Sobrevino la crisis de los partidos tradicionales encargados de garantizar candidatos para todos los cargos que respondieran a los intereses de los más ricos, patrocinadores de esos desprestigiados partidos.

Se empezaron a poner de moda los gobiernos populares que cumplían sus promesas. Ya no se podía contar siquiera con el arma del “desgaste del poder” en los políticos que hubieran llegado al gobierno sobre la base de un discurso en defensa de las masas, si luego cumplían sus promesas.

Con la mayor parte los mayores órganos de prensa escrita, televisiva y radial en posesión de los ricos, ha surgido un nuevo tipo de golpe de Estado, el golpe mediático. Aprovechando los formidables recursos técnicos de la propaganda comercial y la vigencia de la antidemocrática libertad de propiedad privada sobre los medios de prensa que niega la verdadera “libertad de expresión”, calumnian y desprestigian a los dirigentes o candidatos populares, al tiempo que venden estrategias neoliberales propias.

Véase cómo, en todos los países donde la izquierda ha logrado alcanzar el triunfo en elecciones presidenciales, los ganadores han tenido que sobreponerse a golpes mediáticos que, sin embargo, la ciudadanía de sus países ha sido capaz de frustrar con sus votos.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.

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