La famosa Ley de Ajuste Cubano, que tantas tragedias ha ocasionado a través de los años, es la única excepción que conozco. Una Ley, que bien se puede considerar como criminal por sus terribles consecuencias, ha servido, desde que fue implantada allá en 1966, como un imán para atraer a los cubanos que han querido buscar nueva vida en los Estados Unidos. Muchos han sido los compatriotas que han perdido sus vidas tratando de llegar a las costas de este país sabiendo que, con solo pisarlas, tienen el estatus migratorio que a muchos se le habría negado en la Sección de Intereses en La Habana, si allí se hubieran presentado.
El Canal de La Mona, que separa a República Dominicana de Puerto Rico, es testigo de la muerte de miles de dominicanos y haitianos que han tratado de cruzarlo para buscar una nueva vida. Miles han logrado llegar y miles de miles viven clandestinos, escondidos de las autoridades de inmigración norteamericanas, en ciudades como Nueva York, Washington o Miami. Todos saben que, si son encontrados, los montan en un avión o en un barco y los despachan para sus respectivos países. Así, en la misma forma, entre el terror y la esperanza, han vivido por años mexicanos y centroamericanos que, jugándose la vida, han cruzado el Río Grande en busca de una mejor vida.
Se calcula que más de once millones de persona viven indocumentados en este país y se calcula que miles y miles siguen llegando diariamente por diferentes lugares para vivir de la misma forma. Entre esos han llegado, no solamente personas adultas, sino que también niños y adolescentes que vienen en busca de sus padres que viven aquí aterrorizados de que los descubran las autoridades de inmigración. Son seres humanos sin documentos legales que, en la mayoría de los casos, son explotados miserablemente por personas que se aprovechan de sus condiciones migratorias para hacer de ellos esclavos modernos, pagándoles sueldos de miseria por los trabajos que realizan.
Es un problema monumental lo que tienen entre sus manos las autoridades de este país porque, aunque resuelvan en estos momentos el estado legal de los millones que aquí están actualmente residiendo, ¿qué van a hacer con los que constantemente tratan de llegar sin haber pasado antes por un consulado para conseguir una visa?
Lo peor de esta situación es que, en vez de buscar una forma legal para resolver la situación de esos millones de seres humanos, los gobernantes de este país no han hecho absolutamente nada para buscar una solución permanente. Los distintos gobernantes que han pasado por la Casa Blanca se han encaprichado en poner curitas a este delicado problema y los congresistas a politiquear sobre este tema tan humanitario. Cada vez que han intentado llegar al fondo del problema, por una u otra razón, solo se han quedado en la superficie.
El tema de la inmigración ilegal en este país, después del últimos fracaso en el Congreso, está de nuevo en el tapete por la decisión del Presidente Barack Obama de poner, por medio de un decreto presidencial y sin el consentimiento de los congresistas, en vez de una curita, un pedazo de esparadrapo al tema inmigratorio. Obama, que prometió una reforma profunda cuando estaba aspirando a la presidencia, se ha tenido que conformar con una simple flexibilización de las leyes de inmigración.
Como ha actuado por medio de un decreto, sus enemigos en el congreso lo acusan de actuar de forma dictatorial, cosa que no hicieron con George W Bush, quien gobernó por decreto todo lo que le dio la gana durante sus ochos años en la Casa Blanca. Es más, Obama es el presidente que menos ha utilizado los Decretos Presidenciales desde la época del Presidente William McKinley, a principio del siglo pasado.
Me imagino que algún día los gobernantes de este país tomaran la decisión de hacer un verdadera e integral reforma migratoria que logre contener la indiscriminada llegada de indocumentados y que legalice a los que ya aquí residen. Mientras eso no ocurra, millones de seres humanos en este país seguirán viviendo como afirmaba Vladimir Lenin que vivía la clase media, entre el terror y la esperanza.
*Lázaro Fariñas, periodista cubano residente en los EE.UU.
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