Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Salvo el movimiento anexionista en tiempos de España, el cual por serlo no dejaba de tener también un sentido patriótico dentro del contexto de su tiempo, otros casos aislados durante la República a medias que heredamos de la Enmienda Platt y las confusiones de identidad nacional nacidas del proceso de manipulación de Washington con los miles de llegados en la década del sesenta a Miami, el pueblo cubano ha mostrado una ambivalencia hacia el Norte digna de estudio. Cuando decimos Norte nos referimos a Estados Unidos, porque en los sesenta todavía México no se identificaba como norteamericano y los canadienses, aunque lo eran, no jugaban ningún papel en la política hemisférica.
Cuba se materializa como República por una intervención estadounidense. Las fuerzas independentista posiblemente la hubiesen logrado sin ella, pero en la realidad eso no llegó a suceder. Obviamente aquel gesto del Norte no fue para ser fiel con la Resolución Conjunta aprobada por el Congreso estadounidense en 1898. Fue, internacionalmente hablando, su fiesta de presentación en la sociedad de Estados Europeos. Declarando la Guerra a España bajo el pretexto de: “Que el pueblo de Cuba es y debe ser libre e independiente”, le enseñó los dientes a Europa y marcó la zona territorial bajo su dominio, materializando así el lema de que “América es de los Americanos”. Claro, no se refería a los americanos canadienses, mexicanos, Centro y Sur americanos, sino a Estados Unidos y al gobierno estadounidense. Además del territorio se apropiaron del nombre común haciéndolo propio.
En gesto de desacostumbrada nobleza, no se quedaron en el territorio y para despejar cualquier duda de sus serias pretensiones hegemónicas, legalizaron la injerencia con la creación de la Enmienda Platt. Este proceso contribuyó poderosamente a afianzar los símbolos nacionales existentes y a crear otros. Ahondó el sentir nacionalista, inspirado también por las corrientes surgidas en la segunda década del siglo XX y facilitó que las ideas socialistas, de todos los bandos, se funcionaran en un crisol, alentando la mayoría de las voluntades a la búsqueda de una sociedad justa. De aquí nace el movimiento revolucionario del año 33, surge la primera Constitución inmaculada en el año 1940 fundiendo en un documento todos los pensamientos políticos del momento; un grupo de jóvenes bajo el liderazgo de Eduardo Chibás organiza el Partido Ortodoxo y ante la inminencia de que la República se dirige al cambio, nace la urgencia conservadora de realizar un Golpe de Estado. Finalmente y como consecuencia de aquel golpe se desarrolla un movimiento insurgente y conspirativo, que en principio anuncia el rescate de los mejores valores surgidos en el devenir de cincuenta años de República convaleciente.
Pero para aquella República, Estados Unidos no era un mal vecino. Los pocos estadounidenses residentes en los pueblos y ciudades fuera de La Habana, vivían relativamente separados de los nacionales, con círculos de amistades que generalmente eran de la clase media, por ser ellos mismos en su mayoría personas de negocios, pero eran acogidos con beneplácito, aun cuando la gran masa de españoles o hijos de españoles que vivían en la Isla, quizás la mitad de la población, los despreciaba por aquello de la injusta guerra que le declararan a España en 1898. Cuando algo sucedía que indicaba injerencia en los asuntos internos o una injuria como el caso de un marine que se orinó en una oportunidad, sobre la estatua del Apóstol en el parque de La Habana que lleva su nombre, se producían protestas de repulsa y la prensa fustigaba el hecho y pedía cuentas al Norte. O sea, el sentimiento ciudadano durante la ocupación de los cuatro años entre 1898 y 1902 y con posterioridad, no tuvo como resultado un rechazo hacia el estadounidense ni hacia Estados Unidos como país. De hecho aquella intervención, aunque injustificada históricamente, fue bienvenida en aquel momento, porque sin dudas ayudó a terminar una confrontación que creaba muchos sacrificios. La injusticia sucedió cuando aprovechándose de la fuerza impusieron condiciones no previstas en la argumentación que usaron para enfrentar a España.
El cubano siempre sintió admiración hacia el poderoso vecino, aun cuando criticaba sus injerencias en Latinoamérica y ciertas prácticas económicas en determinados sectores de la economía cubana. En general, aspiraba al estilo generalizado de confort “gringo” y trabajaba con dureza cuando las fuentes de trabajo se lo permitían. El anti imperialismo de Martí no era conocido al momento de la ocupación. Aquel pensamiento y su filosofía liberal es conocida pocos años más tarde y los líderes que le sobrevivieron se concentraron más en asegurar un pedazo de República, que en dilucidar principios políticos que quizás ni siquiera entendían muy bien, con honrosas excepciones.
Entre admiración y críticas hacia Estados Unidos o entre amor y odio si cabe la expresión, transcurrió el pensamiento ciudadano del cubano, durante la República de los primeros cincuenta años. Era una ambivalencia positiva que ayudó a forjar la conciencia nacional y sentó bases para el desencadenamiento de los sucesos posteriores al triunfo de la insurrección revolucionaria contra la dictadura de Fulgencio Batista y Zaldívar.
La agresividad de la intervención estadounidense, al triunfo de aquella insurrección, mostró a la ciudadanía la cara fea de Washington. No era propaganda o invención de los políticos y líderes progresistas en Cuba. Era una cruda y descarada bravuconada que el liderazgo del proceso revolucionario manejó con destreza. El elemento negativo era que la radicalización ante las agresiones, materializadas en la muerte de civiles, invasiones, bombas y terrorismo, llevaron a puntos de no retorno al proceso, so pena de disgregar la unidad del pequeño núcleo existente de la izquierda pro soviética con la militancia combatiente de los progresistas que por aquel entonces era mayoritaria en Cuba.
Mientras esto sucede las personas que abandonan la Isla, de los cuales muy pocos habían pisado jamás suelo estadounidense, descubren Estados Unidos. La admiración se transformó para muchos en devoción, renunciando a las críticas en aras del confort. La confrontación entre estos y los que se quedaron defendiendo el proceso, trazó la línea divisoria de dos bandos circunstancialmente opuestos.
Pero el tiempo que siempre ayuda a descubrir las verdades, le quitó la razón al Norte, puso en duda la del Estado cubano y finalmente la política de ahogo económico implementada para derrocar al gobierno cubano fracasó. Cuba por su parte y años antes, cuando la política cañonera de Washington entró en declive, comenzó a reformar su sistema. Aparentemente de manera universal, porque la lógica social dice que cuando una pieza clave no funciona bien, todas las piezas claves deben ser reemplazadas.
Poco a poco, en la medida que disminuyó el nivel de la agresión, los cubanos que actualmente viven en la Isla han vuelto a admirar el Norte, administrando el sentimiento entre la alegría y la crítica a las injerencias veladamente anunciadas, las cuales no pasan de ser hoy, programas propagandísticos donde anuncian su recetario político. También reparten algunos dineros para garantizar fuentes directas e indirectas de reclutamiento para sus órganos de inteligencia
Del discurso del Secretario de Estado John Kerry, el día que izaron en Cuba la bandera de su país al inaugurar la Embajada estadounidense, sólo recuerdan cuando dijo: “no somos ni rivales sino vecinos”. Lo demás no lo escucharon porque de recetas políticas están hartos y por ahora les basta con sus propias ideas y aspiraciones.
Como resultado del tiempo y la lucha sin tregua de los emigrados en todo el mundo, los cubanos de ambas orillas se han acercado nuevamente. La diferencia entre aquel triste comienzo y el feliz final que brilla en el horizonte es que quienes llegaron hace treinta y cinco años, trajeron consigo el disgusto de sus penurias, pero también el recuerdo de las agresiones e intransigencias del vecino a quien admiran sin olvidar sus pecados. Los cubanos llegados en la década del sesenta trajeron sus mejores recuerdos y las promesas incumplidas de un vecino por quien fueron utilizados con mucha sutileza y poca ética. Unos pocos levantaron anclas y han navegado hacia el futuro, entendiendo los nuevos tiempos. Otros quedaron petrificados convirtiéndose en estatuas de sal. Estos últimos sólo cuentan con sus triunfos o sus fracasos en tierra ajena, arrastrando consigo tristes nostalgias. Tienen razón para estar disgustados.
Así lo veo y así lo digo.
*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.
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