Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- En Latinoamérica los términos oposición y subversión, siempre han caminado de la mano. Así ha sido desde la independencia de nuestras naciones hasta nuestros días. Por una extraña mezcla, cuyos orígenes se remontan quizás a la tozudez española que pone más énfasis en dividir el territorio ibérico que a luchar por su integración, justificando además la violencia empleada en aras de esos objetivos. Los hispanos hemos convertido el enfrentamiento violento hacia los gobiernos en práctica y el caudillismo en gloria.


Luego de alcanzadas sus independencias, hubo poco espacio para ceñirse a las Constituciones establecidas, las cuales no siempre recogieron el sentir de las mayorías poblacionales, para que el Poder reflejase los intereses de estas. Ejemplos hubo para elaborarlas teniendo por base los lineamientos generales de la Constitución de Estados Unidos de América, pero faltó el liderazgo colegiado que ésta tuvo y la masiva ilustración de sus dirigentes. En principio, nunca lograron el debido consenso entre opiniones diversas y un machismo exacerbado, más inclinado a la exclusión personal que al compromiso de colectivizar el Poder, tiró por tierra el sueño de sus próceres más destacados, los cuales por lo general anduvieron solos. México en cierta medida fue la excepción. También Cuba, pero la reciente independencia tuvo en su contra dos ocurrencias fatales: la muerte de José Martí, figura cimera del proceso independentista quien sí contaba con una pléyade de luminarias ilustradas y la imposición de la Enmienda Platt, primer bloqueo a la soberanía del país. Dicha Enmienda contradice por entero la Resolución del Congreso estadounidense, elaborado antes de declararle la Guerra a España, en la cual se expresó que el propósito de la acción militar del Norte tenía como objetivo la independencia de Cuba.

Dentro de los espacios políticos señalados, las oposiciones latinoamericanas y la española, más que guardianes flexibles (tampoco inflexibles) de sus Constituciones, optaron por la enemistad insurreccional y constantes violaciones de las mismas. Así ha sido hasta nuestros días, donde aun cuando el golpe de estado ha cedido a medias por la madurez adquirida, las acciones civiles tienden a cercenar, impedir o dificultar la gobernación, sin importar que sus direcciones políticas sean resultado de la votación popular. También existe una tendencia de los gobiernos que son electos por oponerse al status quo, de desafiar virulentamente el espacio de opinión que antes de ganar las elecciones reclamaban, llegando incluso al insulto del otro y su descalificación por decreto.

Ese ha sido en general, el ambiente de la función opositora en el mundo político de las democracias latinoamericanas y de otras latitudes, lo cual en mi criterio, retarda la gradual evolución que favorecen las características de un sistema de balance, por contener éste los ingredientes  para su transformación en otros variados tipos de democracia.

La oposición rara vez ha sido entendida plenamente. Su incorporación constructiva al lenguaje político estadounidense posterior a su fundación como país, demoró unas décadas. La gran polémica, centrada en la ración de poder que correspondería a los estados luego de fundarse un gobierno común que los aglutinase a todos, fue obstáculo pero no impedimento. Existió temor hasta dónde, este gobierno común que se llamó Federal, tendría prerrogativas sobre cada una de las Trece Colonias. La Constitución finalmente aprobada, aunque en la práctica dejaba márgenes para complacer a las dos partes, por inaudita y certera previsión, concedió el máximo Poder al gobierno Federal. Aunque todos los firmantes y los ciudadanos con autoridad política (en este caso los blancos) aceptaban el principio de un gobierno central con autoridad superior a los estados, desde el inicio del gobierno de George Washington, el tema marcó territorio y a la muerte de este, desembocó finalmente en la creación de dos Partidos Políticos: el Federalista y el Republicano-Democrático. Fue tanta la tensión, que diez años después de iniciado el primer gobierno (en 1798) se aprobó la Ley de Extranjería y Sedición. Esta consistió en un conjunto de cuatro Leyes. Una de ellas, la Ley de Sedición, restringía la libertad de expresión y las críticas al gobierno. Desde época de Washington las críticas periodísticas conteniendo componentes dudosos, peyorativos o con tendencias a ridiculizar al gobierno, fueron reprimidas de diversos modos. Disentir no era percibido de buen agrado por las primeras administraciones.

Es por eso que en aquellas circunstancias, la estrecha relación surgida en los primeros años del gobierno de Washington, entre James Madison y Thomas Jefferson, fue interpretada por muchos como una acción encaminada a minar la gobernación.

Manifiestan David Heidler y Jeanne Heidler en uno de sus libros que “la noción de oposición leal era extraña en ese tiempo- era presumible que aquellos que se oponían al gobierno conspiraban para derribarlo – por tanto, la relación de Jefferson y Madison se tornó problemática, inclusive amenazadora, y para muchos, difícil de clasificar y medir en un momento que el país confrontaba desafíos serios”.

Sin embargo, unas pocas décadas demostraron, que el respeto reverencial a la Constitución, que evidentemente algunos aprobaron por razones de consenso, era capaz de garantizar cualquier opinión que no se propusiese cambiar las reglas de gobernación y debate, aun cuando a través del uso de esos mecanismos, todos los procedimientos eran cambiables.

En esto radicó la relativa estabilidad de más de doscientos cincuenta años de gobierno, donde sólo existió el lamentable evento de una Guerra Civil, motivada precisamente por la tozudez sureña empeñada en romper una unidad nacional, estipulada en la Constitución por ellos mismos aprobada y su capricho por extender la esclavitud a los nuevos territorios que se fueron incorporando a partir del desplazamiento gradual de Francia y España.

Las democracias son posibles y estas no son sólo el derecho y respeto del voto popular, sino la existencia de estructuras que viabilicen y estimulen el debate en todos los órdenes, especialmente en lo político; que al propio tiempo concedan la potestad de gobernar a un poder central fuerte, capaz de renovarse y ser renovado; y donde los actos con pretensiones de cambiar el presente violando estos mecanismos sean fuertemente controlados y juzgados. Para alcanzar organización semejante los Partidos sobran y como decía George Washington, dividen y crea facciones dentro del Poder.

Democracia sin oposición leal no existe y oposición leal al margen de la Ley tampoco.

La Declaración de Independencia de Estados Unidos de América no es un instrumento vinculante pero sin embargo, forma parte de la estructura jurídica de gobierno. Aun así, el “derecho a derrocar” o “desafiarlo” por considerarlo “tiránico”, no es aprobado por la Corte Suprema. De hecho la declaración de guerra al Sur se originó porque el Sur hizo uso de este aspecto de la Declaración para intentar separarse del Norte.

Balance e independencia de las instancias fundamentales; vías comunicacionales para debatir y legislar; poderes discrecionales a un gobierno central fuerte, elegido por la voluntad popular; lineamientos generales plasmados en un Instrumento Político de Gobernanza y Administración; todo este conjunto, hacen posible la evolución y son el medio para trazar principios generales, donde lo social por ejemplo, por encima de los intereses individuales, sean el hilo conductor de la economía y de las demás funciones administrativas.

Puede que este criterio tenga equivocaciones pero no está muy desacertado.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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