Por Harold Cárdenas Lema (haroldcardenaslema@gmail.com) - Cubainformación / Blog La Joven Cuba.- El señor viene con un pasado a sus espaldas, se acerca al mostrador y revisa las medallas de su época. No sabemos qué pensará, cuáles serán los orgullos, los arrepentimientos. Lo único claro es el simbolismo de un viejito que se encuentra con sus nostalgias. Esta escena ocurre en el boulevard de una ex república soviética pero vi otras parecidas en países similares y es difícil no verse reflejado en ese espejo. Es difícil no pensar en nuestros viejitos, nuestras medallas y los símbolos que en Cuba comienzan a ser anacrónicos. Sin capacidad para construir otros nuevos, aparentemente.


Un anciano con boina haciendo la guardia del CDR es de los clichés más comunes en la isla. Mi propio abuelo no dejó de hacerlo hasta que la familia intervino después del primer infarto, entonces se acabaron las guardias y las tareas del Partido. Si miramos un estanquillo de periódicos lo veremos con sus viejitos al amanecer, igual en las colas o hablando de sus temas favoritos: la pelota y la Revolución.

En estos tiempos inciertos es duro ser una persona mayor. El país no tiene la infraestructura necesaria para ellos, las décadas anteriores dejan de parecernos perfectas y su legado peligra ante la incapacidad evolutiva de algunos decisores. Lo único que le dedicamos exclusivamente son los noticieros, esos sí son pensados para ellos, en su lenguaje y forma. El único problema es que no funcionan con nadie más.

La cuestión del legado es particularmente preocupante. Se observa una necesidad de legitimar las hazañas alcanzadas en el período revolucionario, incluso a costa de la negación total de otros períodos. Fenómeno absurdo por innecesario, que puede provocar el efecto contrario de no manejarse correctamente. La enseñanza de la historia, mal manejada, se convierte en olvido.

Los viejitos y sus medallas tienen muchos méritos. Quizás el mayor sea haber derrocado nuestra dictadura más sangrienta, o en busca de la soberanía, haberse enfrentado al país más poderoso del mundo. Pero el mayor de todos los méritos es no claudicar, de eso no podremos acusar nunca a nuestros abuelos.

Decía Maquiavelo que la solución de cada problema genera el surgimiento de otro, Hegel lo confirmó con la dialéctica. Al proceso liberador de los sesenta y las muestras de resistencia latinoamericana, siguieron enquistamientos y errores nuevos. Forman parte de los aciertos y desaciertos de mis abuelos. Los primeros son repetidos hasta la saciedad y los segundos son omitidos internamente o publicados esporádicamente desde el exterior, casi siempre desde el rencor.

En Budapest la curiosidad me acercó al mostrador donde se exhibían las medallas. Ver los orgullos del pasado puestos a la venta en el presente me provocó un escalofrío. Cuando era niño un día robé la llave del closet de mis abuelos. Registrando entre sábanas y recuerdos encontré el alijo de medallas que tiene abuelo Ramón y el jugar con ellas me valió un regaño. Cuando llegó el señor ese día y empezó a mirar las medallas, pensé en Ramón.

En Cuba hay un problema generacional. Negarlo sería tapar el sol con un dedo, utilizarlo para criticar lo construido sería un oportunismo barato.

No sé si el anciano de Budapest estaba pensando en lo bueno del pasado, o lo malo y sus errores que en Europa fueron mayores que los nuestros. Quizás eran sus propias medallas y se vio obligado a venderlas, quizás las de un censor que le hizo la vida imposible por una orientación absurda. Solo sé que no quisiera ver a Ramón mirando sus recuerdos en un mostrador, con la derrota que provocan las rupturas.

Estamos a tiempo para continuidades, todo depende de que el pasado se convierta en lección y no en lastre, pero todavía va ganando lo segundo. Y no quisiera ser yo un viejito mirando medallas socialistas en un mercado capitalista. El sacrificio de varias generaciones merece un mejor final, merecemos símbolos de logros alcanzados, no sueños perdidos en la nostalgia. Y me aterra pensar que vamos por ese camino.

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