Noel Manzanares Blanco – Cubainformación.- Escribí Cuba: Ética, Revolución y Militancia, estimulado por los buenos juicios expresados por Justo Cruz en ¿Qué ética y cuál revolución? y Enrique Ubieta en Ser revolucionario en Cuba, hoy. En la ocasión, expuse mi ángulo de mira apoyado en el resultado de las pesquisas que he realizado en diferentes páginas web acerca de qué redactan quienes se muestran comprometidos con el perfeccionamiento de nuestro proyecto revolucionario.


Significo que también en Cuba: Ética… avisé que excluía de mis averiguaciones a aquellos/as que considero claramente contrarios a la obra que edificamos la mayoría de cubanos/as; al tiempo que obviaba citar nombres porque pensaba/pienso que, más que saber de quién es equis postura, interesa identificar hasta qué punto la invariable que exponen regularmente apunta hacia la construcción del mejoramiento humano en la Mayor de las Antillas.

No obstante, inquieto por el razonamiento de Justo Cruz en el trabajo mencionado (“En el marco del debate salió a relucir el portal de Internet 'El Toque'” —apuntó), me acerqué a eltoque.com y pude encontrar aristas interesantes. Por ejemplo, hallé un grupo de jóvenes con inquietudes diversas; descubrí que estaban allí autores/as que conozco por sus huellas en otras páginas, aunque la mayoría no me resulta familiar; y me pareció estar en presencia de eso que por ahí denominan “izquierda plural” o sea, con diferentes puntos de vistas ¿tendientes? a mejorar la Cuba actual.

A fuerza de ser sincero, me afinqué en eso de “¿tendientes?”, luego de leer con detenimiento El batey sin electricidad que decidió no votar. Y adelanto que desde el propio título percibí qué se pretendía ofrecerles a los lectores/as, además que al adentrarme en su contenido me convencía más y más de mi percepción inicial.

Resulta que en El batey… la autora relata que se trata de Los Danieles que es una comunidad que está tan intrincada que allí no se acercan ni los ladrones; que pertenece al municipio de Jagüey Grande, en Matanzas, a una distancia de 32 kilómetros del poblado cabecera; y que para hacer la travesía entre los dos lugares se debe transitar por un abrupto camino.

Asimismo, narra que a 18 kilómetros del lugar en cuestión queda la polvorienta Amarillas, otra localidad perteneciente al municipio de Calimete, a la cual se llega a través de un terraplén también intransitable; y un dato de lo más llamativo, a los efectos que seguramente se planteó quien escribe lo que ahora cito:

“También desde Amarillas se extienden hasta muy cerca del asentamiento una hilada de postes que acercan la energía a la turbina de bombeo de la UBPC Apodaca, dedicada al cultivo de caña. Doscientos metros más allá del motor que riega las plantas, comienza el batey” —estas y las demás negritas, son mías.

Al continuar con el núcleo duro de su mensaje, la autora redactó:

“[…] un día amanecieron con la buena noticia de que a la UBPC más cercana, la Apodaca, la dotarían de un sistema de riego. Llegaron los equipos, los obreros, comenzaron los trajines para perforar la tierra, colocar los postes, instalar la turbina… y la felicidad se quedó a 200 metros de distancia. El batey continuó en el ostracismo más puro, sin electricidad, y esta vez hundido en el desconcierto”.

Acto seguido, resalta:

“Los pobladores pensaron que tenían un arma a su favor, el Poder Popular. 'Decidimos no asistir a las elecciones hasta que no se le diera solución al mismo planteamiento de siempre', recuerdan. 'Aquello fue el acabose, gente del Partido pa’ aquí, gente del gobierno pa’ allá, y todo el mundo tratándonos de convencer de que esa no era la solución. Eso fue en el 2012'”.

Prosigue su narración la autora dando cuenta de que de las 18 familias, unas seis personas tomaron una guagua que sí apareció para que los vecinos del batey asistieran a determinadas elecciones del Poder Popular; y que hoy todavía la electricidad es un viejo reclamo en Los Danieles; al paso que, casi para finalizar, subraya el criterio de uno de los vecinos —deduzco: “Si apareciera mañana un pozo de petróleo o una mina de oro enseguida aparecerían los recursos, pero como somos un grupo de guajiros, a nadie le importa”.

Hasta aquí, lo que en mi percepción revela qué se pretendió presentarnos con El batey sin electricidad que decidió no votar ─todavía más desde una perspectiva subliminal.

Imagino que por este servicio, la autora cobró mucho más de lo que pudiera pagarle un medio administrado por las autoridades cubanas encargadas de la comunicación masiva. Imagino igualmente que la autora no está engañando a sus lectores/as. Imagino que se puede certificar que sobran razones para denunciar siempre cualquier dificultad humana. Imagino que su trama clasifica en una de sus historias en la que busca “en lo simple lo excepcional”. Hasta aquí, ningún problema.

Sin embargo, a tono con lo que interpreto sobre la Crítica desde el saber de José Martí (“Criticar no es morder, ni tenacear, ni clavar en la áspera picota; no es consagrarse impíamente a escudriñar con miradas avaras en la obra bella los lunares y manchas que la afean; es señalar con noble intento el lunar negro, y desvanecer con mano piadosa la sombra que oscurece la obra bella. —Criticar es amar”), acredito que la narración que he anotado en estas líneas se enfila en sentido opuesto a la concepción martiana.

Medito: ¿Por qué no queda explícito que el caso en cuestión está distante en extremo de la generalidad en Cuba —al margen de que ningún compatriota debe dormir tranquilo mientras haya un cubano/a infeliz? ¿Acaso la autora desconoce otras opciones en nuestro país que pueden contribuir a la solución del problema que ella nos cuenta, como escribir a Juventud Rebelde sobre tal situación? (Prometo trasladar esta inquietud a ese Periódico, una vez que publique este post).

Continúo con la meditación: ¿Cómo aceptar la expresión “como somos un grupo de guajiros, a nadie le importa”, si, por un lado, en todo el archipiélago nacional sobran muestras de cuánto significa nuestra Revolución para el campesinado cubano y viceversa, amén de que, por otro lado, se concreta la Filosofía según la cual ningún ciudadano en la Mayor de las Antillas ha de quedar abandonado a su suerte?

Sigo meditando: ¿Será que en Matanzas no existe ninguna otra “comunidad que está tan intrincada que allí no se acercan ni los ladrones”, pero que sea exactamente un ejemplo opuesto al de Los Danieles y que ello le sirviera de base a la autora para contarnos una trama que igualmente clasifique en una de sus historias en la que busca “en lo simple lo excepcional”?

Por tanto, con la misma fuerza que considero legítimo exponer ideas en el ámbito que se considere prudente y recibir un dinero en pago al trabajo prestado en el marco de la ley, pienso que en el ejercicio periodístico es deleznable convertirse en una persona que recrea las manchas del Sol, sin asomo de equilibrio en la información que comparte con sus lectores/as (lo positivo y lo negativo) y —peor— carente del intento de brotar mínimamente qué hacer para contribuir a la solución del problema que se ¿deleita?

Por experiencia sostengo que la vida enseña con demasiada elocuencia que, de acuerdo con a qué se tiende en el discurso mediático, quedará clarificada la tesis a compartir por el emisor de un mensaje, incluso más que con las palabras utilizadas. Así, me siento convocado a formular otra pregunta: ¿Habrá en eltoque.com mala Fe con el trabajo aludido? Le concedo a usted la palabra.

PD:

No deseo pasar por alto que también encontré en eltoque.com Cuando ser negro es un delito, el mismo título que tuve a bien comentar en mi Cuba: ¿los negros/as son objetos de discriminación? Tampoco, deseo dejar de recomendar los trabajos recientes de Raúl Antonio Capote: La nueva prensa, Cuba Internet Freedom: nueva falacia en Miami y Con el caballo enjaezado, la fusta en la mano y la espuela en el tacón.

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