Por Hernando Calvo Ospina*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Quizás por tenerla en su apellido fueron más las lunas que los soles que le dieron compañía en su vida. Rosa Luna bailaba, especialmente en las noches.


Con muy pocos estudios y por la mucha pobreza, debió ser trabajadora doméstica casi desde niña. Todos los patrones querían abusar de todas, y de ella con más ganas. Se fue de prostituta. Una noche en un bar mató al fiolo, al proxeneta. Es que estaba harta de vejaciones: “Fue en defensa propia cuando en el Antequera manché mis manos de sangre y le quité la vida a un hombre. Aseguran las crónicas que no estuvo presa “ni diez minutos”. Todas y todos le dieron razón ante la policía.
Se creyó que por ser muy joven, negra, pobre, puta y haber asesinado, se iba a convertir en “una ave de peor calaña”. No. Narró en su libro “Sin tanga y sin tongo” (1) : “Fue mi conciencia limpia la que me ayudó a seguir adelante esquivando las barreras que a mi paso encontraba”.
Siguió en los bares, pero bailando. El mundo se le detenía a quien la veía mover su cuerpo. Todo el talle, de pies a cabeza, parecía expedir fuego. Pero ya hasta el más macho veía pero no tocaba, si ella no deseaba.
Había nacido el 20 de junio de 1939 en una habitación del conventillo Mediomundo, del barrio Palermo, a las afueras de Montevideo. “Medio Mundo” quería decir que ahí vivía la mitad de la humanidad. Como otros conventillos, este era un inmueble de arrendo, donde cada cuarto era alquilado a una persona o familia. Mediomundo tenía 40, repartidos en dos plantas, en torno a un gran patio, con 32 piletas de lavar y un aljibe para recuperar agua. Los dos sanitarios, las duchas y el comedor eran comunes.
Los conventillos empezaron a llenarse de negros libertos a mediados del Siglo XIX, en esa región compartida por Uruguay y Argentina llamada Río de La Plata.
Contó Rosa: “Tuve la suerte de nacer en el Medio Mundo, allí donde los morenos de mi raza repiqueteaban los tambores día y noche, y hacían temblar las paredes de construcción antigua. Y digo suerte, porque en aquel recinto de mil familias, ropas tendidas y ventanas al cielo, no existía almanaque ni fecha para el carnaval, todo era cuestión de “ganas” o de “ruidos” que brotaban de ese “infierno grande”, como permanente contagio de un barrio humilde de esperanzas pocas y reveses constantes”.
Fue de esos conventillos donde surgió el candombe, la sonoridad que bailaba Rosa como poseída desde que tuvo 14 años.
El candombe influyó en la cultura que se fue creando en estos dos países. Por ejemplo, los europeos pobres que llegaron en el mismo Siglo XIX, y se hacinaron cerca de los negros, lo fueron “blanqueando”: así nació el tango. Como Tangos se llamaban los conventillos en los arrabales de Buenos Aires.
Desde las primeras horas de los años sesenta del siglo pasado Rosa Luna se convirtió en la máxima figura femenina del candombe. Fue la “Vedette”, título otorgado a la bailarina principal del carnaval, y lo mantuvo durante 35 años. Pudo llevar el reinado tanto tiempo por ser tremendamente disciplinada y dedicada a esa pasión. Fue su secreto para lograr contonear durante tanto tiempo su exuberante cuerpo, de pechos inmensos y caderas cimbreantes.
No solo bailó: También dirigió sus propias comparsas, diseñó y hasta ayudó a confeccionar el vestuario y las plumas. Escribió libretos y cantó. Aunque era coreógrafa, decía no creer en la coreografía: “Yo bailo sin parar, como un boxeador al que le están pegando y no afloja. Muevo mis carnes. Y te puedo asegurar que camino como nadie sobre unos zapatos taco aguja de trece centímetros, que me llevan casi al metro noventa”. Ella iba delante de los tambores. Parecía no cansarse.
Cuerpo y ritmo que el poeta Wilson Mesa describiera: “Rosa de los morenos/ Rosa de los tambores/ Con pechos gigantescos de carbón/ y de bronce/ Rosa del carnaval/ Flor de los negros/ que tu raza plantara en el barrio Palermo/ Naciste hecha de bronce/ carbón y calle […] Un sexual y ostentoso meneo/ de tambor/ un tambor caminando por las calles estrechas/ de tu feudo/ del feudo de los negros…”
Una mujer la evocó “Era una reina, yo era chica y la admiraba bailar con ese cuerpazo y creo que encendió el candombe en mi sangre. Nunca la conocí personalmente pero la amaba”. Porque fue deseada y admirada por hombres y mujeres, quienes se extasiaban al soñar con la energía de ese “cuerpazo”.
Era una fanática del equipo de futbol Nacional de la capital: “El más grande, más lindo, el mejor”, dijo en su libro. Contó cómo celebraba los grandes triunfos: “Aquellos festejos cuando en la mesa del Presidente del Nacional bailaba candombe y nos bañábamos en champagne”. Y recuerdan que cuando Nacional hacia un gol: “aquella figura monumental gritaba desbocada en el estadio”.
En 1973 llegó la dictadura y empezaron los años del silencio y del miedo, hasta 1985. Muchos artistas e intelectuales terminaron exiliados, muertos o en la cárcel torturados. Los militares tuvieron una Comisión de Censura, que llegó a prohibir hasta los tangos de Carlos Gardel por estar “muy cerca de los obreros”. El Carnaval de Montevideo, donde el candombe era dios, se vio menguado: muchos de sus directivos no eran del gusto de los generales. Rosa Luna siguió en lo suyo. Los militares la miraban de reojo.
Esa dictadura consideró que los negros del conventillo Mediomundo no podían seguir viviendo con sus tambores, fiestas y pobreza en un lugar tan cerca de los barrios burgueses. Lo demolieron el 3 de diciembre de 1978. Sus inquilinos tuvieron que refugiarse en cualquier parte donde no estorbaran.
Rosa ya no vivía en Mediomundo, pero seguía poseyendo una humildad que pocos célebres logran tener. Constantemente iba a los barrios pobres, iluminando todo con su alegría. Con su fuerte temperamento empujó la organización de mujeres y de la comunidad negra. Apenas había aprendido a leer y escribir, pero durante varios años tuvo una columna semanal en el diario La República. Le soportaban los dardos que lanzaba contra la exclusión de las gentes de su raza, la condición de la mujer y la injusticia social en el país.
A los 42 años se enamoró apasionadamente de Raúl, al que casi doblaba en edad. No faltó el morbo en los comentarios realizados en esquinas, bares y oficinas. Puros celos. Envidiaban que el joven poseyera a la “Eva de ébano” a la “Vedette del asfalto”, al ícono del carnaval. La pareja adoptó a Raulito. Él le ayudó a escribir su biografía, donde pocos secretos se guardaron.
Le habían advertido que si tomaba el avión en largo viaje, su salud podría peligrar. Mujer de barrio, donde los pobres se baten para sobrevivir, crecida en sus calles y entre las noches, no se iba a detener por eso. En junio de 1993 fue hasta Canadá para actuar. El día 13, faltándole poco para los 54 años, el corazón no la quiso seguir más.
Trece años después, en la legislatura del 2006, por propuesta del único diputado negro, el Parlamento uruguayo tomó una decisión y por unanimidad: cada 3 de diciembre sería el “Día nacional del candombe, la cultura afro uruguaya y la equidad racial”. Además, que el candombe era parte del patrimonio cultural del país. De seguro Rosa Luna y otras candomberas, acompañadas de tamboreros, bailaron hasta reventar el pulcro piso.
Rosa se definió “simplemente como una negra candombera”, aunque también como “una mujer que ama a la gente”. Frases que para ella eran sinónimas.
Y, ¿cómo se hace una candombera? “Para ser una candombera, hay que vivir y soñar y reír y llorar. Tenés que amar a la gente, ser clara, sincera y sentir lo que haces, si no, no eres candombera”. Y siguió con estas palabras, que para ella eran como plegaria: “Debes creer en tu raza, palpitar y vibrar cuando entregues tu danza, y que tu canto sea un canto de esperanzas”.
1) Luna, Rosa y Abirad, José Raúl. Rosa Luna: Sin tanga y sin tongo. Proyección. Montevideo, 1988.

*Hernando Calvo Ospina, periodista, escritor e investigador colombiano residente en Francia.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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