Noel Manzanares Blanco – Cubainformación.- Me siento convocado a compartir ideas que me vienen a la memoria frente a acontecimientos protagonizados por el pueblo cubano con el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí, Julio A. Mella, los jóvenes de la Generación del Centenario del Apóstol y otros Héroes y Mártires de la Patria, con la premisa de una tesis expuesta por Fidel Castro en la centuria del Levantamiento del 10 de Octubre de 1868 según la cual solo ha habido una Revolución: la que comenzó Céspedes en esa fecha y que nuestro pueblo lleva adelante, hoy y mañana.


Pondero marcadamente que siglo y medio atrás, en su ingenio azucarero La Demajagua, en Manzanillo, en el Oriente cubano, Carlos Manuel alzara su voz para llamar a sus esclavos, darle la libertad e invitarlos a que se unieran a luchar por la independencia de Cuba. Es decir, desde la esencia de la concepción cespediana, lo iniciado en aquella histórica jornada llevaba aparejado la Independencia de nuestra nación ligada a la Libertad de la ciudadanía cubana.

Igualmente, me inclino para saludar que, luego de diez días ─al calor del embullo porque la naciente tropa mambisa había tomado la ciudad de Bayamo que sus habitantes decidieron quemarla antes de que cayera en manos enemigas─, Perucho Figueredo escribió la letra de nuestro Himno Nacional entonada por vez primera en la ocasión. Tal contexto fundamenta con crece que la efeméride sea el Día de la Cultura Cubana.

Con todo, quien en justicia es considerado el Hombre del 10 de Octubre, sin embargo, estuvo lejos de creerse el cubano más importante de su tiempo. Baso me afirmación, en un hecho: seis meses después de ser el iniciador de la Guerra de los diez Años, cuando sesionó la Asamblea de Guáimaro en el Este del Camagüey —suceso que dio lugar a la emergencia del Estado de derecho cubano, Constitución incluida, coyuntura en la que se abogó por la emancipación de nuestras féminas—, si bien él resultó elegido Presidente de la República en Armas por la Cámara de Representantes, no es menos cierto que quedó subordinado a ese Legislativo que a la postre lo destituyó y de facto facilitó su pérdida física tras un combate desigual con los españoles el 27 de Febrero de 1874.

A propósito de esa Asamblea, debo decir que uno de sus principales protagonistas fue Ignacio Agramonte, el mismo que desentonó con la manera en que Céspedes concebía la contienda contra Madrid (el Poder militar encima del civil —la discrepancia mostró ribetes extremos), pero que a la larga comprendió la certeza del también llamado el Padre de la Patria y en su momento ripostó con energía sin par que nunca permitiría que se hablara mal en su presencia del Presidente de la República ─lance que provocó que Martí concluyera su semblanza acerca de estos dos Padres fundadores de nuestra nación exclamando: “¡Estos son, Cuba, tus verdaderos hijos!”.

Debo decir asimismo que este Agramonte apodado El Mayor es quien el 26 de Noviembre de 1868 en la reunión de Minas exclamó para cortarle el paso a vacilantes: “¡Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas!” —su primer servicio extraordinario a la lucha independentista; quien con un puñado de hombres arrebató de las garras colonialistas al Brigadier Julio Sanguily el 8 de octubre de 1871, un episodio que animó sobremanera al campo insurrecto e hizo temblar a los opresores ─y génesis de que en Cuba nadie quedará nunca abandonado a su suerte; quien llegó a comprender la necesidad de la preponderancia militar que antes defendió Céspedes en Guáimaro; quien se preparaba para invadir hacia el Occidente de la Isla en el momento que pierde la vida en combate el 11 de Mayo de 1973.

Me sumo a una consideración histórica: si el más destacado patriota camagüeyano de todos los tiempo hubiera estado en pie de lucha, muy probablemente hubiera evitado las zancadillas que sufrió Carlos Manuel y, por lo menos, se hubiera opuesto con todas sus energías al bochornoso Pacto de Zajón que el 10 de Febrero de 1878 selló el fin de la contienda bélica sin obtener ninguno de los planteos con los cuales Céspedes comenzó la batalla emancipadora: entonces, ni hubo independencia ni hubo cese de la esclavitud. No por acaso sus coterráneos nos hacemos llamar agramontinos.

Afortunadamente, Zajón resultó ensombrecido por un suceso del 15 de Marzo del mismo año que trascendió con el nombre de Protesta de Baraguá encabezada por el General Antonio Maceo ─el Titán de Bronce, quien mereció que Martí redactara: “Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo […]. Con el pensamiento la servirá [a la Patria], más aún que con el valor. Le son naturales el vigor y la grandeza”─, aunque a la postre la situación aconsejara posponer la lucha para cuando las condiciones así lo permitiera.

Al respecto, significo que sirve para aquilatar la dimensión de esta extraordinaria página del proceso revolucionario cubano tanto el hecho de merecer elogios (“tengo ahora ante mis ojos ‘La Protesta de Baraguá’, que es de lo más glorioso de nuestra historia” ─también redactó El Maestro) como que el pueblo cubano decidiera de cara a amenazas del imperialismo yanqui sellar su resolución inclaudicable de resistir y vencer con la firma del documento “Juramento de Baraguá” el 19 de Febrero de 2000.

Con este preámbulo, vino la Tregua Fecunda, el período comprendido entre el fin de la Guerra Grande y el comienzo de la Guerra Necesaria organizada por el Héroe Nacional de Cuba. Aquí se inscribe la Guerra Chiquita liderada por el Mismo Maceo y Calixto García (1879-80) y el denominado Plan [Máximo] Gómez-Maceo de 1884 que no lograron desenvolvimiento exitoso. Al respecto, recuerdo siempre una carta que le envió Martí a Gómez donde hizo saber que si no estaba en pie, elocuente y erguido un Partido Revolucionario, entonces era difícil en extremo el triunfo de la lucha. Ello explica la paciente labor desarrollada por el Apóstol en predios del Norte y el Sur de Nuestra América para fundar el Partido Revolucionario Cubano, precisamente un 10 de Abril pero de 1895 para conducir la contienda iniciada el 24 de Febrero de ese año, la Guerra del 95.

La proeza realizada por Martí (el Apóstol, el Maestro, el Héroe Nacional de Cuba, el Autor Intelectual del Moncada) decidió que el Generalísimo Gómez le otorgara el grado militar de Mayor General, evento que en mi opinión explica en parte el porqué el primero no obedeció el llamado del segundo en el sentido de estar aislado del combate y que cayera en dos Ríos el 19 de Mayo siguiente ─el día anterior confesó que ya estaba todos los días en peligro de dar su vida por Cuba y para impedir que EEUU cayera sobre Nuestra América.

Así, nuestras luchas libertarias fueron objeto de un golpe sin par en la médula de las fuerzas mambisas; tanto, como lo fue también la caída de Maceo el 7 de Diciembre de 1896, junto a su ayudante e hijo de Gómez, el joven Panchito. Peor aún, pues sostengo el criterio que continúa: estas pérdidas, dejaban en desventaja ideo-política al dominicano General en Jefe de nuestro Ejército Libertador, Máximo Gómez. Y todo ello, condicionó los hechos sucesivos —los abordaré en otro trabajo.

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