Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- El 15 de febrero de 1898 a las 21:41 horas, volaba en pedazos el Maine, buque de guerra de Estados Unidos, en la bahía de La Habana, Cuba y así quedaba conformado el pretexto para ingresar en la guerra contra España, para arrebatarle la independencia al pueblo cubano que llevaba 30 años luchando por ella.


 

Los yanquis son capaces de todo por obtener lo que se proponen; la historia recoge decenas de hechos similares, no importa la muerte de personas si el resultado es el esperado, documentos desclasificados lo confirman, como consta en el Programa integrado de acciones propuestas hacia Cuba, junio de 1963, donde se expone:

“Cada acción tendrá sus peligros, habrá fracasos con la consecuente pérdida de vidas y acusaciones contra EEUU, que resultarán en críticas en casa y afuera. Ninguna de esas consecuencias esperadas deberá hacernos cambiar nuestro curso si el programa expuesto puede esperarse tenga éxito”.

Sus campañas de prensa fabricadas impulsaron el odio hacia España y prepararon a la opinión pública estadounidense para que apoyaran la guerra, método que aún mantienen, y lo prueba la noticia publicada al día siguiente por William Randolph Hearst, bajo el titular: “El barco de guerra Maine fue partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo”, afirmación que buscaba exacerbar a la población, pues aún no se había iniciado la investigación.

Debe tenerse presente que el acorazado llegó a la rada habanera sin previo aviso al gobierno español, situación contraria a las normas diplomáticas internacionales, acción que marca la mala fe perseguida por los yanquis.

Posteriormente la oficialidad fue invitada a bajar a tierra para una cena y en el buque solo quedaron 254 marineros y dos oficiales, de los 355 tripulantes que venían a bordo. Sobrevivieron los oficiales que estaban de fiesta, situación que evidencia que a Estados Unidos solo les preocupó salvar a los mandos y los marineros fueron carne de cañón.

El Maine era un acorazado de segunda clase, por lo Estados Unidos no perdería mucho con su voladura.

En esa fecha España mantenía su rechazo a la propuesta de Washington de comprarle las islas de Cuba y Puerto Rico, por tanto, Estados Unidos se trazó la meta de obtenerlas por las buenas o por las malas, algo que desde inicio del siglo XIX habían intentado hacer.

Una carta redactada por el entonces Secretario de Estado, John Quincy Adams, a su agente especial asentado en La Habana, Thomas Randall, fechada el 29 de abril de 1823, habla por sí sola de las intenciones imperiales sobre Cuba.

En esa misiva Adams le orienta:

“Durante su residencia en la Isla de Cuba, usted comunicará privadamente y en notas confidenciales a este Departamento todas las informaciones que le sean dable obtener, con respecto a la situación política de la Isla, a las miras de su gobierno y a los sentimientos de sus habitantes.[…] Usted se mantendrá atento a cualquier agitación popular, sobre todo a aquellas que puedan referirse a la cesión de la Isla por España a cualquier otra potencia o a que los habitantes asuman un gobierno independiente […]

La fuerza explosiva fue de tal magnitud que dos tercios del buque quedaron retorcidos como pedazos de papel, teniendo en cuenta que había sido abastecido con unas 60 toneladas de pólvora negra utilizada como munición para los sistemas de armas, el doble de la carga que realmente necesitaba.

En marzo de 1960 Estado Unidos repetía el método con la voladura del buque francés La Coubre, en la bahía habanera, muy cerca de donde fue explotado el Maine. El buque francés transportaba municiones para la defensa de la naciente Revolución cubana, algo a lo que se oponía fuertemente el gobierno yanqui que ya preparaba la invasión mercenaria por la Bahía de Cochinos.

Una tenebrosa propuesta para invadir a Cuba con tropas del ejército estadounidense, confeccionada el 13 de marzo de 1962 por el General L.L. Lemnitzer, Jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor del ejército yanqui, y clasificada como clasificado “Top Secret, Special Handling, Noforn”, dice textualmente en uno de sus párrafos:

“Organizar una operación similar a la del acorazado Maine. Para esto pudiera volarse un barco norteamericano en la Bahía de Guantánamo y acusar a Cuba de la acción. También pudiera volarse un barco en aguas cubanas, quizás cerca de la Habana o Santiago, planteando que fue hundido por la marina y fuerza aérea cubanas. Los Estados Unidos podrían iniciar el rescate de las víctimas y posteriormente dar un listado de los muertos para provocar la indignación y mostrar la irresponsabilidad y peligrosidad de Cuba”.

Esa acción se conocería posteriormente en la CIA como Operación Northwoods, apéndice de la Operación Mangosta de 1962.

Aun se trata de escamotear la verdad sobre la voladura del Maine para que el mundo no los condene por esa atrocidad, pero la verdad sale a flote y los hechos son irrebatibles.

Otra prueba de la premeditada operación se observa en la noticia publicada al día siguiente por William Randolph Hearst, bajo el titular “El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo”, sin tener la menor confirmación del hecho pues aún no se había iniciado la investigación.

Esos son los yanquis, que se dicen defensores de los derechos humanos, cuando ellos no creen en tales derechos si de lograr sus objetivos se trata.

No por gusto José Martí afirmó:

“De esa tierra no espero nada más que males”

 

La Columna
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